Ante la polémica surgida a raíz del premio Biblioteca
Breve de Seix Barral, otorgado este año a Elvira Sastre, confieso que mi
posicionamiento puede resultar ambiguo o incluso contradictorio. Sobre todo, no
me encuentro cómodo entre los que han aprovechado la controversia para
entregarse a la despiadada lapidación de autora, libro y editorial con esa
malsana inquina que suele brotar de aquellos que no saben gestionar las frustraciones de sus propios fracasos y
aspiraciones literarios. Igual que también me disgustan los dictámenes adversos
vertidos sobre la obra de la escritora segoviana sin que quienes los emiten se
hayan tomado siquiera la molestia de leer la novela, prejuzgándola aun sin
tener elementos de valor con que formular tales veredictos, como si, desde la
supuesta autoridad de un elitismo altivo y mal entendido, se diera por sentado
que la obra de Sastre tiene necesariamente que incluirse entre la bazofia que
consumen los lectores adocenados. Que lo mismo es que sí, pero, hombre, leamos
al menos la novela para hablar con conocimiento de causa.
Empezaba mi reflexión afirmando que mi posicionamiento
ante este debate puede llegar a ser incoherente y confuso. Me explico. Yo no
voy a leer el libro de Elvira Sastre. Y no lo voy a hacer porque creo que no
comulga con mi credo literario. ¿Incurro en los prejuicios que hace un momento
reprochaba a otros? Claro que sí. Con la salvedad de que yo me he empapado de
decenas de reseñas antes de escribir estas líneas y que esas reseñas proceden
de personas mesuradas, juiciosas, razonables, inteligentes, objetivas, que
analizan las obras con temperamento constructivo y sistema. Al igual que uno
tiene sus escritores favoritos, también uno tiene a sus críticos preferidos y
de confianza. ¿Son sus opiniones dogma de fe para mí? No, pero casi. Y, sobre
todo, me sirven de filtro para no leerlo todo, a salvo de los cantos de sirena
de la mercadotecnia. La vida es breve y hay que saber seleccionar. Por eso no
voy a leer a Elvira Sastre. Por eso y porque no hace falta ser muy inteligente
para saber que el Premio Biblioteca Breve ha sucumbido al oportunismo
mercantilista más atroz, al albur del predicamento del que la autora goza en el
nuevo orden del éxito literario: no la calidad de sus escritos sino los
seguidores que atesore en las redes sociales. Pero de esto no tiene culpa
Elvira Sastre. Ella ha sabido granjearse su celebridad con sus propias armas,
le ha ido bien y Seix Barral ha ido a buscarla. Tampoco podemos demonizar su
literatura. Se puede divergir de ella pero hay un tipo de consumidor que la
demanda y su presencia es legítima. Más difícil es el papelón de Seix Barral,
que tendrá que explicar por qué un certamen de su solera, con una nómina de
autores premiados que representan lo mejor de nuestra tradición literaria,
decide menoscabar así su prestigio y, sobre todo, acabar con una idea sagrada
de literatura que corre serio peligro de extinción si no fuera por el esfuerzo
heroico de las editoriales independientes. Tampoco Elvira Sastre puede sentirse
víctima de un linchamiento. Ella sabía lo que hacía cuando aceptó el premio.
Porque no seamos ingenuos: Elvira Sastre no ha ganado un premio, se lo han
ofrecido. Así que ahora tendrá que cargar con los vilipendios que le lluevan de
todas partes. Era el precio a pagar y ella lo sabía, aunque a mí no me gusten
los linchamientos. Aun así, el trabajo de la escritura me merece tanto respeto
que, como Cansinos Assens, pienso que no hay obra mala que no pueda albergar
algo bueno. La pena es que, cuando el Biblioteca Breve lo ganaba gente como
Juan Marsé, no había que buscar los buenos pasajes. Todo el libro lo era. Lo
sabíamos por la elevación de espíritu que producía su lectura, no por el número
de likes en Instagram.
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