Con Marcos Ordóñez tengo una de esas “coincidencias
galácticas” de las que él habla en una de esas maravillosas píldoras contra la
intemperie que conforman el último libro del crítico y escritor barcelonés,
titulado A una cierta edad y publicado por Anagrama. Y esa conexión no
procede solamente de mi vieja fidelidad a su críticas teatrales, que son para
mí auténticos dogmas de fe, sino a ese otro tipo de anécdotas que le hacen a
uno fraternizar con alguien, aunque nunca antes le haya estrechado la mano. En el
año 2015 andaba yo escribiendo mi primera novela, que iba a titularse Juegos
reunidos. Era el título perfecto porque casaba muy bien con aquella
evocación nostálgica de mi infancia ochentera y el nombre se avenía también con
aquel juego de mesa diseñado por Industrias Geyper que toda familia española
tenía en aquella época en sus casas. Pero hete aquí que al año siguiente hallo
en una librería un libro de Marcos Ordóñez publicado por Libros del Asteroide
titulado justamente Juegos reunidos. Podía haber sentido algo así como
lo que debió pasar por la cabeza del director de cine Pablo Berger, que estuvo
más de una década dándole vueltas a su Blancanieves y cuando el proyecto
estaba ya en ciernes, Hollywood empezó a sacar blancanieves por doquier. Bueno,
lo mío no era para tanto. Yo solo tenía que cambiar un título y, además, se
había producido la “coincidencia galáctica”, porque a mí me gustaba imaginar
que Ordóñez y yo habíamos estado embarcados en un proyecto literario durante la
misma época y que los dos habíamos decidido titularlo del mismo modo. Pensaba
en el documento de Word guardado en su ordenador tras cada nueva sesión de
escritura y en el documento de Word del mío, compartiendo el mismo título, y
aquella casualidad me reconfortaba y me reconforta todavía hoy porque uno
siempre quiere parecerse a las personas a las que admira, aunque solo sea por
haber pensado un mismo título para su libro.
Luego, lee uno A una cierta edad y la
coincidencia galáctica se hace ya una red cósmica. Y no solo porque en una de
las entradas de su dietario aparezca la descripción más maravillosa jamás
escrita de mi canción favorita, Il cielo in una stanza, sino porque
cualquiera que sienta que la cultura es su parapeto contra la hostilidad del
mundo de ahí fuera, reconocerá en el diálogo confidencial con este libro, al
amigo con quien querría conversar toda la noche hasta verse sorprendido por las
primeras luces del alba. Hay en Ordóñez un entusiasmo sin paliativos tan
contagioso, que el libro podría tomarse también como un catálogo de obras por
descubrir, las que a él le han enamorado, y que influyen sobre el lector igual
que aquellas recomendaciones que hacía Cansinos-Assens, tan fervorosas que
parecía que el libro del que hablaba era siempre el mejor libro del mundo. Pero
junto a la pasión por la cultura, reflejada en sus reflexiones teatrales y
literarias, anécdotas artísticas, paladines musicales, etc, el libro rezuma
también una admirable sensibilidad, que se aprecia en algunos de sus accesos
líricos (verdadera poesía del suceder) y por una vulnerabilidad entrañable y
radicalmente humana, no exenta de humor inteligente y bien dosificado. No había
sentido tanta emoción leyendo un libro tan amorosamente entregado a la cultura
y a la vida desde la lectura de El mundo de ayer, de Zweig, y miren que
eso son ya palabras mayores. Pero es que cuando uno se encuentra por el camino
con alguien que te reconcilia con la filantropía en la que algún día creyó, no
puede hacer otra cosa que dar las gracias. Y yo le doy las gracias a Marcos
Ordóñez y le invito a que me hurte otro título para mi siguiente novela porque
yo a Marcos Ordóñez ya se lo perdono todo. Y porque ya estoy fletando la nave
para un nuevo viaje interestelar por las constelaciones por las que él quiera
guiarme y continuar aprendiendo de su magisterio. Y para sentir, a la vez, que
las coincidencias galácticas son también muy terrenales porque nos hieren de
amor en lo más hondo de nuestra pobre pero maravillosa humanidad de
desheredados de las estrellas.
Pues si UNA CIERTA EDAD sigue la senda de EL MUNDO DE AYER, está claro que tus lectores debemos tomar nota de la recomendación de esta semana.
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