El término «Null Island» con
que Javier Moreno titula su última novela hace referencia a la isla ficticia
del Golfo de Guinea, utilizada por la ciencia cartográfica para capturar los
errores durante el diseño de los mapas, y situada en ese no-lugar arbitrario en
el que el ecuador terrestre es atravesado por el meridiano cero. Más allá de
las posibilidades literarias que ofrece la invención geográfica, el título es
ya una declaración de intenciones. Habitar la omniausencia es en el libro de
Javier Moreno no solamente una definición de su personaje desnortado sino
también una reivindicación literaria que en el protagonista de la novela, un
escritor con problemas creativos, se manifiesta en su obsesión por escribir un
libro sin personajes. En esta «dimisión de los personajes» cobrarían
protagonismo los objetos, a cuyo «estar» en el mundo se le sumaría su «ser» en
el mundo y adquirirían, por lo tanto, carta de naturaleza ontológica. Esta
metafísica del objeto, incomprendida por peregrina entre los pocos amigos a los
que el protagonista cuenta su idea, acaba fagocitando también al propio
personaje mediante el inteligente recurso de la sobrevenida impotencia sexual
que acucia al escritor. De ese modo, su sexo, hasta ahora un apéndice con
cierta voluntad independiente, pero apéndice al fin, acaba convirtiéndose en el
centro de atención. Es el triunfo del objeto y la vindicación de su soberanía,
pero es, asimismo, el exterminio del yo, la aspiración literaria de ese
escritor que acaba siendo, él también, el no-personaje de la novela de su vida,
él mismo objeto de otros en el capítulo soriano, en cuyo agujero telúrico la
novela vierte todo su simbolismo. No se trata de una actitud nihilista sino más
bien de una celebración de la particularidad, de su belleza desatendida, y de
un esencialismo que alcanza su clímax en esa maravillosa fabulación que el
autor hace de la poesía que cultivan los habitantes de Próxima Centauri-b, «una
poesía que desborda el espacio y el tiempo», que suena a «explosión de
supernova», de ahí que nuestros radiotelescopios «tiendan a confundir su poesía
con el ruido cósmico, con el aliento del universo». Esencialismo también en el
lenguaje, al que contribuyen los hallazgos etimológicos de las palabras para
explicarnos, desde su origen, quiénes somos, mucho antes de que la
desvirtualización lexicográfica nos convirtiera en sombras de la caverna
platónica. Y esencialismo de nuevo en el canto a la semilla, en el germen de la
posibilidad como territorio necesariamente inexplorado, siempre en ciernes,
no-nacido, y por eso bello.
Pero el recurso de la
impotencia sexual le sirve también al autor como trasunto de otros temas más
prosaicos, aunque no por ello fútiles: el advenimiento de la edad madura (esa
estafa, ese complejo), el distanciamiento paulatino en la vida de pareja, la
incomunicación, la monotonía, la falta de reconocimiento literario, las
mezquindades del mundo libresco, la disolución de la diferencia individual en
el maremagno del big data… En este
sentido, el libro es también un compendio de reflexiones que interpretan con
lucidez el tiempo que nos ha tocado vivir. Especialmente interesantes son las
consideraciones sobre la creación literaria y el oficio de escritor: preciosas
píldoras, vertebradas a través de la máscara borgiana, que Ernesto Sabato
habría soñado con incluir en El escritor
y sus fantasmas y que son un deleite para quien conozca de primera mano los
entresijos de la escritura y su promesa de salvación.
Es muy interesante pero del 28 de diciembre... no será una inocentada?
ResponderEliminarGracias, Mari Carmen.
ResponderEliminarClaro, el del 28 es una inocentada. Un saludo.