Recordaba hace unos días el
maestro Ramón García Mateos, a propósito de su reciente retiro profesional, que
la tercera acepción de la palabra «jubilación» recogida en el diccionario de la
Real Academia reza lo siguiente: «Viva alegría, júbilo». Solamente desde ese
significado del término pueden explicarse obras como la que acaba de publicar
el poeta Juan Ramón Torregrosa con la editorial malagueña EDA Libros. Porque Loción de lengua es un gozoso festín filológico
que quiere poner el broche a los más de treinta años que el escritor
guardamarenco ha dedicado a la enseñanza de la lengua y la literatura. Liberados
al fin de los corsés académicos y curriculares que imponen los planes de
estudio, pareciera que la gramática, la lexicografía, la fonética, la
morfología, la literatura, la retórica, la pragmática y, en fin, todas aquellas
disciplinas que integran la asignatura de Lengua, se lanzasen de repente,
ebrias de libertad, a la vacación y a la jarana, y con esa misma disposición
las recibe el lector, igual que recibiera el pueblo a los victoriosos ejércitos
de don Carnal en aquel memorable capítulo del Arcipreste.
El libro se divide en cuatro
secciones. La primera, titulada «Juego de espejos», la forman estampas, guiños
y reformulaciones de grandes clásicos literarios y pasajes bíblicos. A mi
entender, en algunos de estos relatos sobra en los remates la solución
explícita del «enigma» literario que el cuadro propone, justamente porque, a la
manera del Romancero, la excelente sugestión narrativa se basta a sí misma. Me
gustó mucho la redención que Torregrosa regala a Calisto, no solo por salvarlo
de la muerte prematura sino por la reparación que se le hace del castigo
paródico al que lo sometió Rojas. Cuando lean el relato me entenderán. La
sección tiene el encanto de permitir reconocernos en el bagaje lector que cada
cual atesora, además de ser un precioso homenaje a los clásicos.
La segunda parte se titula
«Ejercicios de retórica» y en ella Torregrosa despliega todo su ingenio para
regalarnos originales artefactos donde los conceptos retóricos, desterrados en
los planes de estudio a su condición de mero catálogo, se erigen aquí soberanos
y se independizan de su servidumbre para ser, ellos mismos, protagonistas de la
composición. Especial agudeza alcanza el tramo final de esta sección, cuando
aparecen los poemas, donde el autor demuestra los años de oficio y pericia para
darle una vuelta de tuerca a los juegos conceptuales o violentar la métrica,
como en el «Soneto al revés» al que luego endereza con un estrambote a modo de
dos tercetos que devuelven el orden a la composición. Solo es un ejemplo de
tantos. Una gozada, al alcance solo de quien se ha manejado toda su vida con
las intimidades y vericuetos de la poesía.
Para el tercer bloque, los
«Gramaticuentos» nos sirve lo dicho anteriormente, con la salvedad de que aquí
los protagonistas tienen que ver con juegos ortográficos o gramaticales. Y
termina el libro con las «Etopeyas, homonimias y otros artefactos verbales»,
pequeñas píldoras de ingenio con su punto canalla y guasón.
Con una prosa clasicista, de
corte cervantino, sobre todo en los relatos; con humor, sátira política,
malabares lingüísticos, retos intelectuales y mucho amor por el idioma y su
literatura, Loción de lengua es un
tesoro de contento, un pasatiempo luminoso y tremendamente adictivo que se lee
a carcajada limpia y con sana envidia: la que suscita la admiración por alguien
que baila con el lenguaje con la destreza de un Fred Astaire filológico lleno
de sabiduría y experiencia.
Tomo nota. Supe de su existencia por la reseña de Boix del 11 de febrero y pensé en adquirirla, pero entre unas cosas y otras me fui olvidando. Y ahora has vuelto a traérmela a la memoria, y con ganas reforzadas de leerla. Da la sensación de ser ligera y llena de conocimiento a la vez. Gracias
ResponderEliminarMercedes