La noticia es de hace unas
semanas. El Pentágono afirma haber desarrollado una tecnología capaz de
predecir el futuro. Su nombre es GIDE (Experimento de Dominación Global de
Información, según sus siglas en inglés). Se trata de una herramienta de
recopilación masiva de información que permitiría adelantarse a determinados
acontecimientos, entre ellos el pergeño de un ataque enemigo. En realidad, los
datos ya existen en los satélites, radares, sensores subacuáticos, internet y
servicios de inteligencia. Faltaría subirlos a una nube y que una inteligencia
artificial, basándose en el conjunto, perfilara los pronósticos
correspondientes. Aunque estas predicciones están pensadas para un uso militar,
no podemos obviar la posibilidad de que su aplicación pueda extenderse a otros
ámbitos y que, en el futuro, puedan ser capaces de presagiar crisis económicas,
revoluciones sociales, derrocamientos políticos o guerras. En realidad, aunque
a una escala menor, el uso de la información ya se está utilizando, por
ejemplo, para las tendencias de mercado, expuestos como estamos en las redes donde
alimentamos de cookies al gran
monstruo de las galletas de la mercadotecnia.
Resulta llamativo que esta
noticia aparezca justamente cuando se cumplen 70 años desde que la editorial Gnome
Press publicara la novela Fundación,
la primera de la famosa trilogía de ciencia ficción de Isaac Asimov. En ella el
«profeta» Hari Seldon es capaz de adelantarse al futuro con muchos años de
antelación gracias a la ciencia de la «Psicohistoria», una rama de la
matemática estadística «que trata sobre las reacciones de las conglomeraciones
humanas ante determinados estímulos sociales y económicos» y que puede prever
los grandes cambios sistémicos y de paradigma del mundo. Se trata de una suerte
de psicología de masas cuyos patrones históricos permiten predecir con
exactitud las grandes crisis de la humanidad.
Resulta también interesante
en el libro de Asimov la creación de La Fundación en un planeta del extrarradio
galáctico, Términus, para la preservación del conocimiento humano: «La
Fundación fue establecida como un refugio científico por medio del cual debía
preservarse la ciencia y la cultura del imperio moribundo a través de siglos de
barbarie ya iniciada, para ser reavivadas al fin en el segundo imperio». Es así
como nace la estirpe de los «Enciclopedistas», claro homenaje al saber
ilustrado del siglo XVIII con Diderot y D’Alembert como cabezas visibles. La Enciclopedia francesa, por cierto,
cumplirá el año que viene 250 años desde la publicación del último tomo.
Asimov, con su capacidad visionaria, parecía ya adelantarse a la crisis
educativa y al desprestigio del conocimiento en el que hoy vivimos merced a los
continuos despropósitos pedagógicos que desde los gobiernos y desde los gurús
de la estulticia van cobrando acomodo en nuestra sociedad actual. En Fundación, el conocimiento así
preservado llega a convertir a la ciencia en una especie de religión, que los
bárbaros no entienden pero a la que adoran desde su ignorancia. Términus,
depositaria de la energía nuclear gracias a la ciencia preservada, simboliza la
ligazón entre poder e inteligencia. Uno de los planetas bárbaros es bautizado
por Asimov como Anacreonte. No sé si en la intención del escritor estaba el
guiño al poeta griego y a sus anacreónticas, que invitaban a la felicidad
hedonista del vino y el banquete, pero lo cierto es que en Anacreonte se
dedican a la caza del Nyak y a comer nueces de Lera. Los detractores de los
Enciclopedistas se burlan de su labor porque
«las enciclopedias no ganan guerras». Es el mismo prejuicio que pesaba
sobre Alfonso X el Sabio, del que se conmemoran ahora los 800 años de su
nacimiento. El año que viene se cumplirán 30 años de la muerte de Asimov. Ya
ven que las efemérides se confabulan. Lo mismo quieren avisarnos de algo.
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