Thomas Middleton y William Rowley publicaron The Changeling (El trueque) en 1622, aunque el primer testimonio de su representación data de 1624, año en que la obra fue llevada a las tablas del londinense teatro Whitehall. Existe una notable unanimidad en considerar El trueque no solo como la obra cumbre de Middleton sino también una de las mejores del teatro jacobino (con el permiso, claro está, de William Shakespeare).
A la redonda efeméride que
conmemora las cuatro centurias desde su registro legal, se suma para nosotros
la curiosa circunstancia de que Middleton y Rowley ambientaron la obra en
España, concretamente en la ciudad de Alicante. Los pormenores topográficos
debieron extraerlos ambos dramaturgos de The
Triumph of God’s Revenge, una colección de relatos moralistas del
comerciante y escritor John Reynolds, cuya hipotética visita a la ciudad parece
más que probable. Por otro lado, era una costumbre habitual ambientar las obras
jacobinas en países extranjeros para burlar la censura de la crítica velada que
estas vertían sobre el monarca. El
trueque no es una excepción. Sobre Jacobo I, sucesor de Isabel Tudor e hijo
de María Estuardo, se cernía la sospecha del filocatolicismo. Recordemos la
ascendencia católica de su madre. Por otro lado, el tratado de paz que el rey
Jacobo deseaba firmar con Felipe III, rey de España, que incluía el matrimonio
entre el futuro heredero Carlos y la infanta María de Austria, reforzaba dicho
recelo. El trueque es, entre otras
muchas cosas, una metáfora de esas reticencias del ala protestante: la
sangrienta boda en Alicante entre un forastero y una noble de la ciudad
reflejaría la errónea política de Jacobo I al propiciar un enlace entre la
infanta católica española y el príncipe Juan.
No he hallado traducciones de
la obra al español salvo una espléndida edición llevada a cabo por el doctor en
Filología Inglesa, John D. Sanderson. Tanto la traducción como el estudio
preliminar, ambos publicados por el Instituto Juan Gil Albert, son auténticas
joyas para acercarse con rigor y amenidad al texto.
El pasado jueves, la Compañía
Ferroviaria de Artes Escénicas llevó a cabo el estreno nacional de El trueque justamente en la versión de
Sanderson. Se respetó íntegramente el texto, a excepción de la interpolación
atribuida a Rowley, decisión que parece acertada, pues la historia paralela del
manicomio saca al espectador de la trama principal. La interpretación fue
correcta, aunque para mi gusto algo epidérmica, de una eficiencia casi burocrática.
Beatriz Juana, comprometida
con Alonso de Piraquo, conoce casualmente, al salir de misa, al comerciante
Alsemero. Ambos se enamoran y Beatriz pergeña el asesinato de Piraquo a manos
de su enamorado servidor De Flores. Pero este, terminado el trabajo, desea en
compensación gozar de Beatriz, a quien el criado chantajea. Consumado el
chantaje, Beatriz debe ocultar su sobrevenida pérdida de la virginidad haciendo
que sea su criada y no ella quien yazga en la noche de bodas con Alsemero en la
oscuridad de la cámara nupcial. Después, la criada será también asesinada. La
belleza de Beatriz, emparentada con la idolatría católica de las imágenes (tan
denostada por el protestantismo inglés) se erige en pérfida alegoría del credo
de Roma. A este respecto, la simbología política, como tantas otras, es
evidente. Y aunque las transiciones y la superficialidad en el tratamiento del
remordimiento y la culpa están en el debe de la obra (imposible no acordarse de
la grandeza de Shakespeare al respecto), las bajas pasiones de los personajes
no dejan indiferente al espectador, que admira, además, las triquiñuelas de
Middleton para convertir su obra en un alegato político encubierto.
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