La
historia ha tendido a posicionar a los hermanos Machado, Antonio y Manuel, en
bandos opuestos durante la guerra civil española, como si fueran piezas de
ajedrez cuya única finalidad fuera acabar con los trebejos enemigos. Esas dos
Españas de las que hablara don Antonio se han asociado a las figuras de ambos
para ensalzar a uno y minusvalorar al otro en cuanto a calidad estética y
ética. Ante esta simplificación injusta, defendida por quienes se arrogan el
derecho a juzgar desde una posición totalmente alejada del peligro que se vivió
durante la contienda, se alzan algunas voces como la de Joaquín Pérez Azaústre,
quien en su novela El querido hermano reivindica la figura de Manuel
Machado no solo como escritor, sino plasmando su dimensión más humana y
demostrando el amor verdadero que ambos hermanos se profesaban pese a las
circunstancias históricas que vivieron, las cuales supusieron su separación
física definitiva, pero no afectiva.
La obra, ganadora del XVI Premio Málaga de
Novela, publicada por Galaxia Gutenberg, defiende a don Manuel, quien quedó
atrapado en Burgos con su esposa Eulalia en julio de 1936, cuando estalló la
guerra y se interrumpieron las comunicaciones en todo el país. En dicha ciudad
castellana fue encerrado entre el 29 de septiembre y el 1 de octubre del 36.
Tras su liberación, el poeta parece adherirse al Alzamiento Nacional, aunque se
desconocen los verdaderos motivos de este cambio ideológico. Por ello, siempre
pesará sobre su figura la duda de si fue un verdadero franquista.
El
querido hermano es
una obra dividida en tres partes, cuyo título está extraído de un verso del
poema “El viajero” de Antonio Machado, que se articula en torno a un argumento
muy sencillo: Manuel recibe la noticia de que su hermano Antonio ha fallecido
en Francia. Profundamente afectado, visita a José María Pemán para cerciorarse
de la veracidad de la tragedia. Pemán no duda en poner a su disposición a Raúl,
un joven falangista, quien llevará al matrimonio hasta París para dar el último
adiós a don Antonio. La novela se estructura, pues, en saltos temporales
durante el viaje en automóvil. Los recuerdos y la nostalgia invaden a Manuel
Machado, quien rememora momentos felices como el tiempo que ambos hermanos
vivieron en el París modernista, empapándose de la poesía de Verlaine, Rimbaud,
Jean Moréas, Baudelaire, O. Wilde, Rubén Darío y muchos otros con los que
compartieron versos, paseos por Montmartre, tragos de absenta y amores
bohemios. La mente de don Manuel nos lleva también al Madrid de los años 20 en
el que Antonio y él triunfaron con sus obras de teatro escritas a cuatro manos
y a las reuniones familiares en las que la poesía era una invitada de honor. Obsérvese,
por tanto, cómo Pérez Azaústre crea un juego en el que participan personajes
reales y ficticios que le sirve para defender la postura vital de don Manuel,
para esbozar un retrato de la España del 39, con cadáveres en las cunetas,
destrucción, dolor y muerte por doquier y para constatar el amor y la
admiración mutuos de los dos hermanos (un ejemplo significativo es cuando
Manuel le aconseja a Raúl que lea los poemas de su hermano y le presta un libro
suyo que el joven toma con recelo y que acaba leyendo extasiado o cuando se
deja constancia de que don Antonio intentaba tener noticias de su hermano a
través de los periodistas con los que tenía contacto).
El
tono narrativo se vuelve más cronístico en los capítulos dedicados al momento
en que Manuel Machado es nombrado académico. El autor analiza minuciosamente el
discurso que pronunció el poeta en el Palacio de San Telmo. Así, el narrador
omnisciente deja paso a la voz propia de Pérez Zarústre, quien declara
abiertamente su intención de demostrar que Manuel Machado preparó un discurso
valiente en el que aludió a su pasado -incluida su vida bohemia en París-, a su
hermano Antonio y a su nueva poesía, alineada con el nuevo régimen. En esta
disquisición predominan el uso de interrogaciones retóricas, el léxico taurino
cuando se detallan algunas de las “manolerías” que el poeta hizo en dicho
discurso para torear su presente sin renunciar a su pasado y, en algunos
momentos, un tono demasiado didáctico cuando el autor glosa con detalle algunos
versos del poema “Adelfos”, el cual puede contrariar a lectores avezados a los
que les guste llegar a sus propias conclusiones.
Especialmente
emotivos son los capítulos en los que los personajes llegan a Colliure y
conocen los detalles de la muerte de don Antonio y de su madre. La figura de
Manuel, desolado ante la tumba de Antonio, queda legitimada ante los ojos del
lector. Ya no hay duda de que el poeta que “eligió vivir” y su querido hermano
siempre fueron “compañeros en la poesía y en la vida”.
Las diferencias "irreconciliables" en política sólo demuestran que los interlocutores son indignos de usar la palabra y el argumento.
ResponderEliminarManuel Machado fue un grandísimo poeta y un ser humano digno de ser el hermano de Antonio Machado. Gracias por recordárnoslo.
A mí me pone los pelos de punta su poema "Castilla".
Y ahora una buena noticia: Los papeles y documentos del archivo personal de Diego Catalán están siendo publicados con licencia creative commons en Archive.org:
https://archive.org/details/@archivo_diego_catal_n
Hasta el momento son algo más de mil seiscientos documentos escaneados y convertidos en imágenes, correspondientes a unas cien carpetas, junto con sus libros sobre el Romancero en edición digital y licencia creative commons.
Saludos cordiales