El poeta Ramón Bascuñana ha
obtenido con su último libro (Anotaciones
a pie de página, Editorial Pre-Textos), el Premio Juan Gil-Albert de Poesía
en el marco de los XL Premios Ciutat de València. El poemario ratifica uno de
las grandes temas recurrentes que jalonan la larga y laureada trayectoria
literaria del poeta alicantino: la reflexión sobre la propia creación poética y
su inextricable imbricación con la vida. La estructura unimembre del libro
parte en cada poema de la cita de un autor, que da lugar a la propia
reformulación poética. Aunque las glosas de poemas ajenos no es algo nuevo, sí
me pareció interesante la disposición visual de los versos que, como el título
del propio libro indica, aparecen a pie de página, como si de un paratexto se
tratase. Y, en todo caso, el libro se convierte también en una preciosa
antología.
El tema de la poesía es el
más prolífico del libro. Ésta se erige en el refugio donde el poeta halla su
propia purificación, a la manera de la catarsis griega o como «legítima defensa
/contra la realidad que nos rodea». Otras veces se la asocia al misterio, que
subyace en el «fondo abisal de un naufragio» personal y que me pareció
emparentar con aquel poema de Aurora Luque titulado «Obra viva, obra muerta».
Pero Bascuñana no olvida que la poesía, además, lleva asociada una condición
comunitaria, pues la soledad del poeta «incluye a las otras». En ocasiones, al
poeta le sobreviene la perplejidad, de raigambre nihilista, de no reconocerse
en sus propios versos, como si fuera otro el que los hubiera escrito, pues el
espejo «duplica la nada de ser nadie». Hay poemas que reflexionan sobre la
utilidad de la poesía, debatiéndose entre lo absurdo del ejercicio de la escritura
«para que [al final] nada quede de nosotros» y la necesidad de «esgrimir la
palabra» contra el silencio que «protege a los mediocres», pues la
explicitación de la herida es un acto valiente, ya que aquella muchas veces es
indigna; el cuerpo, entonces, «somatiza la poesía». El libro incluye también
algún poema divertido (dicho con todas las reservas, pues su trasunto
metafísico trasciende la mera anécdota), que diferencia a los poetas que tienen
gato de los que tienen perro. Pero el bloque más numeroso lo conforman los
versos que hablan de la imposibilidad del poema, entroncando con la ya clásica
preocupación becqueriana. Así, el poema es siempre un «fruto tumefacto», mera
intuición de la belleza, donde el silencio puede dar mejor cuenta de él, a
salvo de las «impurezas del lenguaje», de la «falacia de ritmo y armonía»,
hogar levantado con «materiales pobres y deleznables»; la verdad reside,
entonces, en el propio acto de escribir, en quien escribe y habita el poema,
pues «el poema no nos salva» y «tiende a la derrota».
Otros motivos completan la
obra, también muy propios del autor, como son el paso del tiempo y la vida como
fracaso y hastío. Así, el presente es un destierro del pasado y la infancia
adquiere ecos manriqueños cuando el poeta lamenta el error contumaz de
«alejarnos del niño y la inocencia / correr hacia la playa sin salida», que
recuerda a aquel «correr a rienda suelta sin parar» de Manrique, mientras la
muerte prepara su celada. Transita por los poemas, además, un spleen baudeleriano, minado por el
fracaso y el miedo («el motor del mundo es el miedo») que convierte el poema en
una mera inercia de la vida, certificación de «la abulia de los días».
Pocos poetas como Bascuñana
habrán escrito tanto sobre el propio ejercicio de la escritura. Casi se podría
realizar una tesis doctoral con sus apreciaciones. ¿Y de qué extrañarnos? ¿No
es la poesía, una glosa de la vida? Bascuñana vive y muere en sus poemas. Y si
le sirve de algo a su alma atribulada, yo sí creo, como dice en uno de sus
versos, que acabará permaneciendo en el poema.
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