Es fácil quedarse a vivir en
esta nueva novela de Ricardo Lladosa, sobre todo si asumimos la muelle rutina
de su protagonista en Roma, sus gustos refinados, su hedonismo sofisticado y
sin estridencias, y, en definitiva, el placer del dolce far niente de quien tiene la Ciudad Eterna a su alcance y
todo el tiempo del mundo para disfrutarla. Efectivamente, Piero, que ha
heredado la fortuna de su tía, decide instalarse en la casa de ésta,
abandonando su trabajo como cirujano cardíaco en Milán. Ya en Roma, retoma su
amistad con Lionetta, antigua compañera de instituto, reencuentro sobre el que
se cimentará una ambigua relación amorosa, no del todo sólida, que ilusionará
al recién llegado. Hasta aquí, todo parecería apuntar a una historia de amor más
o menos convencional, si no fuera porque Lladosa es capaz de construir unos
personajes cuyo desnorte vital acaba erigiéndose en el verdadero leit motiv de la novela. Así, sabemos
que Piero huye de algunos fantasmas de su pasado, tanto del reciente como del
más antiguo, y Lionetta, que es profesora en La Sapienza, vive sujeta a los
cuidados de su padre enfermo. Del dolce
far niente al spleen baudeleriano
hay solo un paso. Tanto es así que Piero acaba cifrando su precario equilibro
metafísico a los caprichos del azar: su casa linda con el Cementerio
protestante donde están las famosas tumbas de Keats y Shelley, pero Piero se
fija en la lápida de un poeta olvidado de nombre Jimmy White. Espoleado por la
curiosidad, decide buscar información en Internet, pero la red arroja poca luz
sobre este escritor proscrito por el tiempo y, en cambio, encuentra a un Jimmy
White, profesor de surf en España. Solamente la insatisfacción vital de Piero
podría justificar la decisión del todo impulsiva y peregrina, por no decir
desesperada, de marcharse a España a aprender surf con este White, atendiendo a
una suerte de confianza ciega en la casualidad de su misterioso descubrimiento
en el cementerio. Arrastrará, además, a Lionetta en su capricho, lo que dará
lugar, ya en España, a un triángulo amoroso, también equívoco y apenas
insinuado, con el profesor de surf que es, además, un escritor medio fracasado,
que irradia el magnetismo del estigma malditista.
Son, pues, dos partes de la
novela bien diferenciadas (más una coda), estructuradas a través de las notas
que Piero toma en sus libretas de bolsillo, motivo del cual se extrae el título
del libro. La primera parte tiene el encanto del flâneur, ligero y curioso, dispuesto a perderse en la belleza de la
ciudad, lo que nos regala algunas estampas muy sugestivas de la Roma más oculta
(imposible no acordarse de Anita Ekberg y Marcello Mastroianni en la Fontana di
Trevi, cuando Piero y Lionetta visitan a escondidas la Pirámide de Cayo Cestio
que ilustra la cubierta). Aparecen también numerosas referencias culturales,
que trufan el texto de interesantes notas intelectuales. Tiene, además, la
presencia de los familiares desheredados de la tía Fabrizia, que conforman un
elenco de lo más pintoresco e histriónico, y que recuerdan a algunos personajes
del cine neorrealista italiano. La segunda parte, sin embargo, cambia el tono;
la tensión latente del triángulo amoroso (a la manera de Bowles en El cielo protector) y un desencanto paulatino que parecer
propiciar el calor, el finis terrae
del mar y la ausencia del elemento artístico, ofrece un inflexión más amarga.
Con un estilo sobrio, pero
elegante, y una notable capacidad sugestiva, Ricardo Lladosa ha escrito un
libro amable, cuya lectura se desliza apacible, aunque, a la vez, vaya dejando
en el lector su pequeño poso de melancolía al reconocer en todos sus personajes
la fragilidad que los constituye. Porque, parafraseando al poeta, a veces
buscamos en Roma a Roma y en Roma misma a Roma no la hallamos.