El último libro de Nelo Curti
se aparta de los parámetros habituales de los poemarios al uso gracias a un
ensamblaje inteligente que de como resultado una obra de ascendencia
dramatúrgica, perfectamente representable sobre unas tablas.
Efectivamente, Penélope de la Habana, parece estar
emparentado con la labor performativa que el multidisciplinar artista uruguayo
lleva a cabo desde hace tiempo a través de su espectáculo Afterpoesía. La deuda de este libro con ese concepto escenográfico se
aprecia, por ejemplo, en el hibridismo genérico o en la incorporación de las
nuevas tecnologías, que rompen «la cuarta pared» y permite la interacción con
el «público-lector». Así, el último poema del libro es un código QR que nos
remite a través de los dispositivos móviles a la coda necesaria del poemario.
También contribuyen a ese guion la canción popular de los elefantes,
intercalada entre los poemas, cuyo crescendo es proporcional a la vida
rutinaria y gris de Penélope, la «protagonista» del libro; o la mutilación
progresiva de un parlamento de Telémaco en la Odisea, donde Nelo Curti parece quebrar la crátera griega de la
tradición para quedarse sólo con aquellos fragmentos que, otra vez unidos,
alumbrarán ingeniosamente a la nueva Penélope del siglo XXI. La admirable
distribución de todos esos elementos es la que confiere, junto al «argumento»
de los poemas, su carácter casi escénico.
Penélope de la Habana, ganadora del Premio de Poesía David González de la
editorial Páramo, es una deconstrucción del mito odiseico en relación a
Penélope. Como la heroína homérica, Penélope también espera algo de la vida,
pero sus días se deslizan monótonos y precarios. El desamor, el descreimiento
de todo, la falta de fe en el otro y una existencia sin alicientes jalonan la
supervivencia de esta Penélope de la gran urbe, aunque ella constituya más bien
una isla que nunca es Ítaca porque es incapaz de encontrarse a sí misma, de
«regresarse». Se barruntan en los poemas los trabajos de nuestra protagonista,
de menos lustre que los trabajos de Hércules, porque ella no es Hércules como
tampoco es la leona, epíteto épico que cierto hembrismo mal entendido otorga al
empoderamiento femenino y que ella rechaza apelando a su derecho a sentirse
frágil. Pero tampoco es la cantidad de clichés y roles que desde siempre,
generación tras generación, se ha ido imponiendo a las mujeres: la tela de
araña que soporta a los elefantes, otra vez como metáfora. Penélope es solo
Penélope que espera mientras trabaja como camarera, como limpiadora, aunque el
mundo siga igual de sucio. Las vicisitudes de Penélope permiten una visión
crítica de nuestra sociedad: las tiranías de nuestro tiempo (trabajo, religión,
familia, éxito, felicidad, patria); la hipocresía; el patriarcado (representado
en esa estatua ecuestre de la plaza que señala el horizonte, bajo cuya sombra
juegan unas niñas que, al crecer, también se sentirán zafiamente señaladas); la
miseria oculta de las ciudades y la tragedia de los noticiarios. Y Penélope
espera. Pero ya no tiene la necesidad de tejer y destejer su vestido de novia,
prototipo de fidelidad, hasta la vuelta de Ulises –Circe mediante, no lo olvidemos–:
ella misma es capaz de matar a los pretendientes a golpe de dedo índice en Tinder.
El poema QR final, casi una
reformulación digital de la Pitia o de los oráculos griegos, trae la coda
necesaria: la carta de Ulises. Porque los hombres son, también, víctimas de lo
que les hicieron creer que eran, de su posición en el mundo, y necesitamos, por
responsabilidad, achicar el agua acumulada de las cóncavas naves que
naufragaron de sí mismas.
Huyendo de paternalismos y de
la demagogia facilona de determinados mantras, Nelo Curti nunca pontifica, solo
constata desde un profundo humanismo, la necesidad de hacer añicos la crátera
donde se bebe, desde hace demasiado tiempo, un vino, que de tan añejo, sabe ya
a rancio.
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