Coincidiendo con el
año en que se celebra el homenaje a Maria Beneyto, la editorial Llibres de la
Drassana recupera una de las primeras novelas de la escritora valenciana. Se
trata de El río viene crecido, que en
1959 obtuvo el Premio Valencia de literatura y que fue publicado un año después
por la Diputación Provincial de la ciudad del Turia. La nueva edición, excelentemente
traducida al catalán por Carme Manuel y con prólogo de Rafa Lahuerta, viene a
rescatar del olvido una de las obras más destacadas, pero también olvidadas, de
la narrativa beneytiana.
El riu ve crescut se estructura en dos partes. La primera transcurre durante el año 1948
y se centra en el fenómeno del chabolismo a orillas del Turia y de la vida
misérrima de las gentes, la mayoría emigrantes andaluces o murcianos, que
habitan el margen del río. Beneyto construye durante estas páginas un fresco
muy vivo de la posguerra y de las vicisitudes de este extracto social, donde la
picaresca, el estraperlo o las enfermedades como la tiña conviven, a su vez,
con una lucha por la supervivencia no exenta de la heroica nobleza de quienes
deben blandir su dignidad humillada para reivindicar su condición de seres
humanos. En este sentido, la novela entronca con la habitual preocupación de
Maria Beneyto por las clases desfavorecidas, tan presente en su poesía. La
magnífica caracterización de los personajes, así como su maestría para el uso
de los diálogos convierten esta primera parte en un producto casi hiperrealista
que concluye con la histórica riada que asoló aquella sociedad del submundo
valenciano.
La segunda parte,
ambientada en 1957, narra la vida de esas mismas gentes, supervivientes del
desastre, en la Valencia urbana. Muchos de ellos han debido reinventarse para
poder sobrevivir entre la sociedad ordenada de la capital. En esta parte
adquiere gran presencia la evocación nostálgica de una cartografía de Valencia
en parte extinta: los baños de la Petxina, donde se trataba la tiña; los cines
como El Museo; horchaterías como la Cenia, restaurantes como el Pasqualet de la
Malvarrosa, o la vida del barrio artesano del Carme, de Nazaret o de la huerta
de Campanar conviven con la descripción costumbrista de las Fallas, la
celebración de la mona de Pascua en la Devesa a ritmo de gramola, la festividad
de la Virgen de los Desamparados, las rondallas, la lectura de escritores
folletinescos y zarzuelistas como Pérez Estruch o el nacimiento del rock ‘n’ roll. Pero como si del fatum de la tragedia griega se tratara,
la fatalidad volverá a enseñorearse de los personajes con una nueva riada, cuya
descripción resulta más estremecedora, si cabe, tras la reciente catástrofe de
nuestra dana. Es también un canto a la heroicidad de una ciudad donde «la mitat
de València feia amb l’altra mitat» su «commovedor donar-se al proïsme, en el
més formidable desplegament de la solidaritat humana, portat als cims de la
grandesa i la caritat més sublims».
Respecto a la
espléndida traducción de Carme Manuel, nos hallamos, sin embargo, con el
problema de trasladar el habla coloquial andaluza a su equivalente valenciano,
con lo que ese particular tiene de extrañeza en la lectura, que resulta algo
forzada. Quizás habría sido más conveniente traducir al catalán solamente las
partes narrativas y salvaguardar en cursiva el resto de acentos no valencianos,
en lo que habría sido un bonito homenaje al crisol de culturas y paletas
dialectales que Valencia, siempre hospitalaria, acogió durante los duros años
de la inmediata y posterior posguerra.