Naná, según el pintor Manet |
Este año se conmemora el 110 aniversario de la muerte del escritor francés Émile Zola. Confieso que de Zola he leído bien poco, salvo algunos fragmentos de sus novelas en los que primaba un afán más pedagógico que literario. A mis casi 34 años empiezo a sentir el cargo de conciencia de lo no leído, la angustia de lo que no tendré tiempo de leer y la lenta pero inexorable agonía de las palabras que no escribo.
La figura de Zola siempre se me había representado como la de un gigante literario, fundador del Naturalismo y cuya simple presencia en el prólogo de una novela ajena, bastaba para conferirle a ésta una autoridad fuera de duda. Ya se habrá adivinado que hablo, obviamente, de la carta-prólogo que Zola escribiera a La papallona, de Narcís Oller. Es esa costumbre tan española de valorar lo nuestro sólo cuando nos lo legitiman los extranjeros. Y, sin embargo, habría que hacer caso de aquel Tikkomiroff, cuando declaraba: “No comprendo cómo alguien se haya atrevido a decir que Oller sea discípulo de Zola, cuando para mí son el anverso y el reverso de la medalla. Dadle un hombre a Zola y no parará hasta encontrarle la bestia. Dadle una bestia a Oller y éste no parará hasta encontrarle el alma”. Y en esta opinión del misterioso escritor ruso ya se perfilan los rasgos del Naturalismo, ese movimiento literario que siempre se ha estudiado en los manuales como una especie de coda del Realismo canónico, y que explora los aspectos más sórdidos y desagradables de la realidad.
El libro flaquea durante las largas descripciones de las diferentes fiestas organizadas por los personajes aristocráticos de la novela, aburridas crónicas de sociedad que, si bien sirven al lector para anotar la estupidez y degradación de aquéllos, encallan por su excesiva prolijidad.
La vertiente naturalista enfocada aquí a la sordidez de los instintos sexuales y al materialismo exacerbado, encuentra su correspondencia física en el trallazo final de la novela: la glamurosa y bella Naná de su ostentoso palacete, muerta en una anónima habitación de hotel facilitada por la caridad de una enemiga, casi olvidada en su lecho por la urgencia de un nuevo presente, horrorosamente deformada por la viruela.
Émile Zola (1840-1902) |
La leí hace mucho tiempo y no guardo mal recuerdo de ella, la verdad. No me pareció tan naturalista como la presentas y la protagonista me subyugó. El final sí que es un trallazo. Saludos.
ResponderEliminarUna magnífica entrada en la que no te ha temblado la mano para hacer algo que muchos no se atreverían. Criticar el exceso descriptivo que ralentiza una lectura, por otro lado brillante.
ResponderEliminarUn saludo, un placer haber llegado aquí.
Angelus, gracias por tu comentario. Para mí, el naturalismo de "Naná" reside en su componente psicológico, que otra vertiente del Naturalismo cultivada por los novelistas de este movimiento. Hay varias novelas que analizan taras mentales de sus protagonistaas, porque el Naturalismo no se limita sólo a lo físico. De hecho, en "Naná", el naturalismo físico se reduce a unos pocos guiños durante la novela y, sobre todo, a sus últimas páginas.
ResponderEliminarMIENTRASLEO, sé bienvenido. Las descripciones, efectivamente, ralentizan algunas lecturas pero las descripciones impresionistas de un Azorín o de un Gabriel Miró son estupendas y forman parte del arte narrativo. Supongo que hay que saber tener mesura y también acertar en el momento en que se colocan esas descripciones. Me he acercado a tu blog y vero que eres devoto de Muñoz Molina. Me alegra que comulguemos en nuestros gustos literarios. Pásate por aquí siempre que quieras.