Que la evocación de la infancia como paraíso perdido
es un motivo recurrente en poesía, es asunto probado. Y,
no obstante, esa veta
de la memoria sigue llenando incesantemente los poemarios a cuyos versos nos
asimos también los lectores en la búsqueda universal de ese arcano edénico que
nos devuelva.
Juan Ramón Torregrosa quiere cerrar con su última obra
ese ciclo temático, que es una constante en toda su producción, y lo hace con
un libro atento a la captura de todos esos “vislumbres originarios” de los que
hablaba Cesare Pavese, capaces de recuperar el instintivo estado de desnuda
esencialidad que conforma la bandera de aquella patria, quizás la única cierta
y verdadera.
El libro está dividido en cuatro secciones que, salvo
la primera, se corresponden con las etapas de la infancia, la preadolescencia y
la madurez. La obra se abre con una interesantísima primera parte, “Quien
conmigo va”, que hace las veces de pórtico filosófico y que plantea las
confusas lindes entre la memoria, siempre subjetiva, y la verdad, sólo atisbada
en instantes efímeros que laceran al poeta, no por su contenido mismo, sino por
la convulsión radical que produce la conciencia del tiempo que vuelve.
Especialmente destacable es el poema “Sueño y vigilia”, con la espléndida
imagen del viajero en duermevela que, al despertar, halla entre el vaho del
cristal, su propia imagen, como si otro viajero, que es él mismo, hubiera
ocupado el asiento contiguo. El viaje es metáfora de la vida y la epifanía del
reflejo en el cristal, símbolo del desconocido, nosotros mismos, que nos
acompaña.
La segunda sección, “Cancela abierta”, rescata la
candidez de los primeros descubrimientos que asombran a nuestra niñez. En
muchos de estos poemas se columbra un cierto desamparo, con algún episodio
traumático, y la turbación recelosa del contacto con el mundo de los adultos,
más peligroso que los ingenuos primeros miedos infantiles. Especialmente
hermoso es el poema “Sombras en movimiento”, que narra la primera experiencia
cinematográfica. El haz de luz “que atraviesa el espacio tenebroso / y se
convierte en vida palpitante”, bien pudiera utilizarse como imagen de la
memoria, luz etérea, imposible, irreal, que germina en nuestra mente.
La tercera división corresponde a “Cancela insomne”,
que da título al libro. Los poemas aquí agrupados dan un paso más en ese
proceso revelador de los descubrimientos, centrados aquí en el propio cuerpo y
la sexualidad, que son tratados con exquisito buen gusto, y siempre al amparo
de una ingenua clandestinidad acechada dolorosamente por el sentimiento de
culpa. Es la etapa en la que el niño debe agarrarse a las palabras de los
adultos, misterios insondables todavía, pero asidero de quien, aún sin
respuestas, navega a la deriva sujeto a esas palabras que algún día le
conducirán a la playa del autoconocimiento.
Finalmente, “Cancela oculta”, desde la perspectiva ya
de la madurez y la ancianidad, aborda la
impotencia ante el paso del tiempo, aunque con una mirada esperanzada en el
presente, único valedor de la existencia. Pero es, sobre todo, la constatación
del retorno a la infancia que experimenta el hombre al franquear la senectud..
Esta circularidad se aprecia, por ejemplo, en el último poema, “Vida retirada”,
que reformula el tópico del beatus ille latino y que conecta, ignoro
si conscientemente, con el poema “Noche de verano”, de la segunda sección. En
ambos, el poeta niño y el poeta adulto, se entregan a la placidez de un
sencillo instante de plenitud. Queda así el libro redondo, unidos sus cabos,
como la vida misma.
Juan Ramón Torregrosa (en el centro) durante la presentación del libro en la Librería 80 Mundos de Alicante |
No tenía el placer de conocer al autor, pero tu entrada me ha despertado el apetito. Gracias
ResponderEliminarY el mío también.
ResponderEliminarMarcelino, Javier, lo celebro. Torregrosa tiene la ventaja de no ser un poeta oscuro. Su poesía es muy transparente sin menoscabo de su calidad literaria. A veces tendemos a considerar sólo buenos poetas a aquellos que resultan crípticos. Pero la chispa lírica puede brotar de la imagen más sencilla. Por lo demás, el tema de la infancia es tan universal, que, con los matices biográficos de cada cual, resulta difícil no identificarse con sus poemas. Gracias por vuestro comentario.
ResponderEliminarGracias, Fernando, por tu atenta y generosa lectura de mis poemas. La íntima satisfacción que nos depara ver nuestras ideas y emociones volcadas en palabras es mayor, si cabe, cuando estas tienen resonancia en un "corazón fraterno", como decía el maestro Aleixandre.
ResponderEliminarJuan Ramón, el artículo ha aparecido en el Diari de Tarragona pero todavía no lo ha hecho (ignoro los motivos) en el Información de Alicante, aunque creo que se publicará pronto. Son esas paradojas incomprensibles: un autor alicantino aparece antes en un periódico de Tarragona que en el de la propia ciudad de Alicante. Por lo demás, celebro que te haya gustado la reseña. Es fácil albergar un corazón fraterno cuando lo volcamos sobre aquello que nos une: la poesía y la palabra. Un abrazo.
ResponderEliminarYo también opino que has leído muy de cerca Cancela Insomne, Fernando. Coincido en el enfoque de tu lectura y en el reconocimiento de esa transparencia con hondura que involucra al lector con el yo lírico de los poemas. Cada cual tiene una experiencia íntima de la infancia que solo la buena poesía puede hacer común. Y este es el caso.
ResponderEliminarGracias, Pilar. Estamos de acuerdo. Si atendemos a algunas teorías literarias, podríamos afirmar que el autobiografismo siempre está presente en las obras de los escritores. Tomando una posición radical, diríamos que toda obra es autobiográfica porque es hija de su autor. Lo importante es que lo que toma el escritor de su propia experiencia vital, sea capaz de superar su circunstancialidad para convertirse en materia universal
ResponderEliminar