En todas partes cuecen habas. Aquí, en España, nos
quejamos mucho de la dejadez y desconsideración con que tratamos a nuestras
eminentes figuras patrias. Uno visita Inglaterra y Dickens o Shakespeare son
poco menos que héroes nacionales. Y París tiene un Panteón erigido ex
profeso para acoger a las grandes figuras de su historia. En España, en
cambio, ni siquiera sabemos en qué rincón del Convento de las Trinitarias anda
perdido el esqueleto de Cervantes.
Pero, como decía, en todas partes cuecen habas. En un
país tan chovinista como Francia, se ha montado un sainete vergonzante a
propósito del centenario de Albert Camus que debía celebrarse el año pasado.
Digo que debía haberse celebrado porque, al final ha quedado todo en un
sucedáneo de chichinabo. Parece que a Camus no le han perdonado todavía cierta
ambigüedad durante el conflicto de la independencia argelina. Ni la Biblioteca
Nacional François Mitterrand ha recogido sus obras completas, como sí hiciera
con Sartre, Leroux o Boris Vian; y ni el Centro Pompidou ni el Ministerio de
Cultura han movido ficha. Camus es para Francia un centenario incómodo. Quizás
porque eso de ser profeta en su tierra no iba con él, tan contrario a las altas
e indiscutibles ideas, enemigo de todo lo categórico, patrioterismo y banderas
incluidos.
En España, donde sí somos muy amigos de ponderar todo
mérito extranjero como si ello nos redimiera de nuestro incomprensible y ya
intolerable complejo de paletos, la figura de Camus sí ha sido reivindicada. Y
entre los homenajes mejor cuidados está el reestreno de El malentendido,
obra teatral del escritor francés, dirigida en esta nueva versión por el genial
director Eduardo Vasco y protagonizada por Cayetana Guillén Cuervo, Julieta
Serrano y Ernesto Arias. La obra es también un recuerdo de Cayetana Guillén
Cuervo a su padre, Fernando Guillén, fallecido el año pasado, quien junto a su
esposa Gemma Cuervo, protagonizó la primera versión de esta obra en España en 1969,
cuando en Barcelona aún se podía ver alguna obra en castellano. El origen del
título se halla en la misma trama: tras más de 20 años, Jan, que ha amasado una
buena fortuna, vuelve a su casa familiar, que es ahora una hospedería. No
desvela su identidad porque quiere pasar un par de días observando desde el
anonimato el estilo de vida y las necesidades de los suyos. Por su parte la
madre y la hermana, Marta, tienen la costumbre de asesinar a los huéspedes
ricos para poder robarles el dinero. No hace falta aclarar dónde radicará “el
malentendido”. La obra es, como todas las de Camus, terriblemente desazonadora.
El nihilismo que lo inunda todo, símbolo de la falta de horizontes vitales y
morales que resultó de la II Guerra Mundial, se enseñorea incluso en la
parquedad del escenario. La cerrazón de Jan al no querer desvelar su identidad,
lo que hubiera evitado su muerte, se antoja absurda e incomprensible, pero no
es más que la lógica irracional de la propia existencia. Cayetana Guillén Cuervo, en el papel de Marta,
está absolutamente espléndida y desgarradora. El criado, medio sordo y mudo que
aparece intermitentemente en escena, es alegoría de un dios que no atiende ya a
sus criaturas. Por eso, cuando María, la esposa de Jan, acude en busca de su
marido, descubriendo su muerte, y pide ayuda a Dios, el criado aparece de nuevo
para constatar la imposibilidad de toda esperanza. Sólo un lunar al final de la
obra. En el texto original, el criado aparece en escena, mira a una María
desesperada que clama ayuda, y luego, sin decir nada, como en toda la obra, se
vuelve y desaparece. En la versión de Vasco, el criado emite un “no”
completamente prescindible. Hubiera sido mucho más elocuente y efectista el
silencio. Detalle importante que contraviene, sólo parcialmente, el resultado
de una obra, sobre cuya calidad, esta vez sí, no existe malentendido alguno.
Coincido totalmente en las apreciaciones que haces sobre esta obra. Se trata de un espectáculo altamente recomendable que no dejará indiferente al espectador. Son tantos los temas que se abordan en ella que la reflexión está asegurada. Lástima que el director decidiera hacer hablar al señor que permanece mudo durante toda la representación. Un silencio puede ser más desgarrador y mucho más contundente que cualquier "no".
ResponderEliminarUn placer leerte, como siempre.
"Quizás porque eso de ser profeta en su tierra no iba con él, tan contrario a las altas e indiscutibles ideas, enemigo de todo lo categórico, patrioterismo y banderas incluidos." coincido; más allá de los franceses, está Camus!
ResponderEliminarEso es lo mejor de la obra, Tisbe. La complejidad interpretativa que entraña.
ResponderEliminarMaría, más allá de patrias y miserias políticas está el Arte. Hay que gente que aún no entiende esto.