Hay dos nuevos tontos del deporte patrio. El primero
de ellos es el tonto del pádel. El tonto del pádel no pega chapa durante hora y
media pero, eso sí, cuando termina el partido, aparta la ínfima gota de sudor
que perla su ceño y resopla satisfecho del esfuerzo realizado y de haber
participado del deporte de moda, porque hoy día, si uno no juega a pádel, es
que no está en la onda. Dueño de su
pequeña parcela, el tonto del pádel da saltitos, raqueta en mano, y ve pasar la
pelotita de un extremo al otro como un bobo; cuando ésta llega (al fin) a su
colonia, golpea con el nuevo revés que le ha enseñado su entrenador personal y
permanece así, unos segundos, sellando el espacio con su estilosa y grácil
silueta, imprimido para la eternidad entre las ondas del viento. En la pista de
al lado, un tenista sufre un calambre al salvar la enésima embestida de su
rival.
El otro tonto, es el tonto del running, el runner.
El tonto del running es el mismo tonto que antes hacía footing
pero con otro nombre. Vamos, el que sale a correr. Pero es un tonto renovado.
El runner va equipado de toda suerte de artilugios: pulsómetro, reloj
para el control de calorías, tobilleras, muñequeras, gafas, bandolera, gps,
zapatillas con cámara de aire, mangas, calentadores, mallas, pantalones
anti-rozaduras, desfibrilador, rayo láser, visión nocturna por infrarrojos,
escudo antiaéreo contra mosquitos, cinturón con batería de misiles. Supone un
gran esfuerzo vestirse. Y luego salen a correr. Mi suegro, sin tantas
zarandajas, lleva corriendo treinta años, que debe de ser lo mismo que tarda un
runner en vestirse.
Y se preguntarán ustedes a qué viene todo esto en una
columna literaria. No me riñan, que estamos en verano y ahora convienen las
lecturas ligeras, que luego me dicen que escribo muy barroco y que no se me
entiende nada y que soy muy aburrido. Pues sí, viene todo esto a que entre los
poetas, también hay tontos del pádel y del running, o sea, impostores. Y
los vemos haciendo haikus y practicando el verso libre porque son
incapaces de escribir más de tres versos decentes y mucho menos de rimarlos.
Hoy nadie rima porque, claro, eso supone una restricción de la libertad
creativa. A otro perro con ese hueso. Es decir, tiene razón quien eso afirma
pero no quien lo utiliza como parapeto. Porque hay que saber hacer kaikus
y hay que saber usar el verso libre, quizás el menos libre de los versos, donde
tanta importancia tienen los ritmos y la prosodia. El impostor del verso libre
y del verso corto es el tonto del pádel: o sea, un vago que disfraza su holgazanería
y su falta de creatividad apuntándose a una moda que estima fácil y a la que cree poder asirse para salir airoso.
Luego están los poetas huecos que visten la nadería de
sus versos con el ropaje del artificio. Es el poeta-runner. Tiene su escritorio
de madera de nogal, su tintero vintage, su tertulia de café, está en
todos los saraos literarios, exhibe su prurito de escritor en las redes
sociales, almacena pilas de libros en estudiado desorden sobre sus mesitas de
noche o sobre el suelo (especialmente cuando hay visitas), gana el premio de
Villaespuña de Alfedrique y sus versos son todo atavío y nada verdad. Hace carrera literaria pero, en realidad, no se ha movido de la posición de salida.
Como el runner tonto.
Prometo no volver a escribir sobre los poetas malos
porque, además, soy consciente de que ya lo he hecho varias veces y de que ya
me estoy repitiendo. Prometo escribir sobre tenistas literarios que se juegan
la vida en cada match point y sobre corredores de fondo que cruzan la
meta sin mirar el reloj.
[En la foto, García Márquez jugando al tenis. Obviamente]
Muy bueno lo de que "Mi suegro, sin tantas zarandajas, lleva corriendo treinta años, que debe de ser lo mismo que tarda un runner en vestirse". Me he reído mucho con tu artículo. Espero que no se te enfaden los practicantes de esos dos deportes. Por cierto, qué lástima que Aznar hiciera que se pusiera de moda el pádel pero no así la lectura de los poetas contemporáneos, pues tan aficionado era a lo uno como a lo otro. En el Parador Nacional de Benicarló -no sé si en otros paradores también- han estado de obras durante varios meses para habilitar una pista de pádel que complemente a la de tenis y al minigolf. Mientras tanto, la biblioteca de poetas contemporáneos -bueno, contemporáneos y no contemporáneos- brilla por su ausencia.
ResponderEliminarDe aburrido,nada. He reído mucho!!!
ResponderEliminarMontse Sanjuan
Uy, pues como te pongas con los novelistas y los ensayistas, los de éxito incluidos, ya no hablarás de otra cosa en años... Saludos.
ResponderEliminarMe he sentido terriblemente ofendido! Tres millones de practicantes no podemos ser tan borregos (o tal vez si). Correr es de cobardes
ResponderEliminar"Hay que saber usar el verso libre,
ResponderEliminarquizás el menos libre de los versos,
donde tanta importancia
tienen los ritmos
y la prosodia."
¡Hala, todo vuelto a endecasílabos, heptasílabos y pentasílabos!
Buenísimo, buenísimo. Ji ji. Yo no juego a nada. A ver si me libro de ser poetriz pádel-runera.
ResponderEliminarCom sempre, em trec el barret. Llegir coses intel.ligents dóna gust.
ResponderEliminar¡Muy bueno, tu artículo! ¡Y muy divertido! Yo añadiría los poetas-bastones para marcha nórdica, que necesitan apoyarse siempre, para andar un verso, en los de otros.
ResponderEliminarJavier, es que un clásico hoy es el pádel, no Garcilaso.
ResponderEliminarSir John, la mala literatura no entiende de géneros.
Eduard , es un artículo de tono festivo. No te lo tomes en serio. Un abrazo
Jesús, hay cosas que ni rimadas...
Pilar, tú estás en la Champions de la poesía
Rosa, gracias, eres muy amable y generosa.
Pedro, anoto tu modalidad poético-deportiva. Muy atinada.
Un artículo muy jocoso que nos ha arrancado una sonrisa a todos. ¡Y cuánta razón tienes!
ResponderEliminar«Hoy nadie rima porque eso supone una restricción de la libertad creativa». Muy bueno. Seguro que es por eso.
ResponderEliminarEl artículo describe perfectamente la distancia que media entre lo superfluo y lo esencial, y lo perdidos que andan aquellos cuya afectación les impide centrarse en el verdadero propósito de escribir, tal vez por falta de valía o falta de ganas. Es frustrante descubrir que la promesa de profundidad que ofrecen algunos poetas no es más que pura impostura. El aspecto formal puede ser pasable pero si luego no ofrece nada valioso en su interior, ningún tipo de virtuosismo ni sabiduría... Nada que ver con el «O poeta é um fingidor» de Pessoa, donde se usa el aderezo formal para buscar la verdad.
Como dicen por ahí, un artículo muy atinado.
Un saludo