Ir al teatro siempre es un acierto, pero hay veces en
que el espectador se siente privilegiado por poder presenciar algunas
representaciones. Es lo que sucede con La piedra oscura, una maravillosa
obra que presenta la última noche de Rafael Rodríguez Rapún, estudiante de
Ingeniería de Minas, secretario de La Barraca y “el más hondo amor de Lorca”,
según Ian Gibson. Rapún falleció el 18 de agosto de 1937, justo un año después
que su amado poeta. Todas las versiones sobre su muerte coinciden en que fue
una especie de suicidio, pues tras conocer la desaparición del escritor
granadino se alistó en el ejército. Unos dicen que saltó de la trinchera
gritando que deseaba morir y lo alcanzó una ráfaga de ametralladora y otros
relatan que le sorprendió un ataque aéreo y no se lanzó al suelo, por lo que
una bomba explotó a su lado. En cualquier caso, parece que dejarse matar fue su
forma de recuperar a Federico, del que se había prendado a pesar de su
condición heterosexual. Pero parece ser que Lorca tenía un aura especial y
Rapún no pudo escapar de las redes de su encanto.
En La piedra oscura, Alberto
Conejero recrea, alejándose de la realidad, los últimos momentos de vida del
joven Rafael. La acción se desarrolla en
una habitación de un hospital militar cerca de Santander. Rodríguez Rapún,
teniente de artillería del bando republicano, herido y apresado, es vigilado
por un joven soldado que rehúye cualquier contacto con el preso. Poco a poco la
tensión entre ambos va desapareciendo y deja espacio para la palabra, para el
diálogo como salvación ante la angustiosa situación que están viviendo los
personajes. A pesar de las diferencias ideológicas, Rafael y Sebastián son
seres humanos que tenían ilusiones y proyectos que se han visto truncados por
la guerra. Les une, además, el sentimiento de culpa. Sebastián no pudo evitar
la muerte de su madre cuando su pueblo fue bombardeado por quienes iban a ser
sus libertadores y Rafael arrastra como una losa el peso de la muerte de
Federico García Lorca. Siente la necesidad imperiosa de revelar su secreto
antes de desaparecer y no duda en confesarle a Sebastián su amor por el poeta.
Relata, con suma ternura, cómo se enamoró de él y, con profundo remordimiento,
cómo no atendió a las llamadas de Lorca desde Granada. Su último acto de amor es asegurar la pervivencia
de unos manuscritos del poeta: las obras de teatro El público y La
piedra oscura y los Sonetos del amor oscuro, algunos de los cuales
parecen dedicados a Rapún. Para ello, Rafael le pide a Sebastián que viaje a
Madrid y se ponga en contacto con Modesto Higueras o con Rafael Martínez Nadal.
De nuevo la palabra en forma de promesa reconforta al condenado a muerte. Del
mismo modo, Sebastián halla consuelo en la conversación con el reo y si al
principio de la obra rechaza frontalmente hablar con Rafael, paulatinamente las
palabras afloran en su garganta para presentarnos a un joven timorato y
desvalido, a quien las circunstancias le han obligado a empuñar un fusil en
contra de su voluntad y angustiado, puesto que sufre con el dolor y las muertes
que le rodean. Se podría afirmar que cada personaje infunde fuerza al otro,
como una cadena de ayuda. Lorca,
omnipresente en Rafael le da fuerza para afrontar la muerte con la
tranquilidad de haber salvado su legado y éste ayuda a su inexperto guardián a
verbalizar sus miedos y angustias hasta tomar conciencia de que son dos hombres
unidos por el dolor. Dos hombres que se acaban fundiendo en un tierno abrazo
que va más allá de las ideologías.
La
interpretación de los actores es magistral. Tanto Daniel Grao como Nacho
Sánchez nos regalan una actuación perfecta, conmovedora, sensible, dolorosa… Se
percibe que ha habido un gran trabajo de
la mano del director Pablo Messiez y ello se traduce en los largos aplausos que
reciben cuando termina la función. La puesta en escena es sobria, apenas unas
paredes grises, un camastro y una silla porque lo importante son los personajes
y sus diálogos.
El
texto de Alberto Conejero –quien recibió el Premio Ceres en 2015 al mejor autor
teatral- es un canto a la palabra y a la memoria, pero también al silencio como
espacio para el recuerdo. Las confesiones de los personajes van seguidas de
significativos silencios en los que, inevitablemente, se impone la figura de
Federico –cada silencio es un responso a su persona- pero también la de tantos
otros rafaeles y sebastianes que, por convicción o por obligación, vivieron
terribles situaciones que no pueden caer en el hondo pozo del olvido. No hay
pueblo más pobre que aquél que olvida su pasado, que vive en la oscuridad de la
ignorancia. Conejero ha escrito una deliciosa pieza en la que se rinde homenaje
a García Lorca y a todos los seres anónimos que vivieron uno de los momentos
más oscuros de la historia española. Un texto conmovedor que no dejará
indiferente a nadie, que nos atrapa del mismo modo que la especial personalidad
del poeta embrujó a Rodríguez Rapún y que nos regala un espacio para el
recuerdo, para la memoria.
Estupenda crónica, Tisbe. Ya estoy deseando la próxima reseña. Por la reseña en sí misma y porque significará que hemos pasado otra de esas veladas tan nuestras en un patio de butacas.
ResponderEliminarTras leer tu reseña, Tisbe, decidí comprar la obra de teatro y,aunque siempre es necesario ver sobre el escenario la representación, he de decir que me ha gustado ese homenaje a Rafael Rodríguez Rapún, que especularmente esconde otro al gran poeta granadino, y a todas las víctimas de la brutal represión de los militares traidores. Enhorabuena y un abrazo.
ResponderEliminarTras leer tu reseña, Tisbe, decidí comprar la obra de teatro y,aunque siempre es necesario ver sobre el escenario la representación, he de decir que me ha gustado ese homenaje a Rafael Rodríguez Rapún, que especularmente esconde otro al gran poeta granadino, y a todas las víctimas de la brutal represión de los militares traidores. Enhorabuena y un abrazo.
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