Que la identidad es el gran motivo literario de
nuestro tiempo me parece que empieza a ser cada vez menos discutible. Y no
puede ser de otra manera. En un mundo donde somos lo que somos pero también el
avatar que se esconde tras las redes sociales; en un primer cuarto de siglo
donde la identidad es prostituida y manipulada con fines espurios por los
nacionalismos; en una etapa de la historia de la humanidad donde el hombre
camina cada vez más solo y desorientado, sin poder acogerse ya a los referentes
tradicionales que le otorgaban la certeza de formar parte de algo más grande
que él mismo, la literatura ha tratado de explicar la inmensa crisis
identitaria de este milenio adolescente y, a la vez, se ha erigido ella misma en la patria en
donde hallarnos ciertos y seguros.
Y Miguel Serrano Larraz, que es hijo de su tiempo y
ciudadano universal de los libros, ha entendido esta desazón de la identidad en
su última obra, Réplica, publicada por Candaya. Si tuviera que resumir
con una metáfora los doce relatos que integran este nuevo libro, diría que
Miguel Serrano Larraz ha estrellado contra el erial del siglo XXI el espejo de
la identidad haciéndolo saltar en mil pedazos. Y cada esquirla desparramada
arbitrariamente por ese yermo, reflejadas sus rotas aristas con las del resto
de fragmentos, ha creado una constelación infinita de realidades, todas ciertas
y todas mentira. Es por eso que en este libro poliédrico abundan los
desdoblamientos; el del adulto que se reencuentra con el niño perdido del
centro comercial, trasunto de su propia infancia, quizás la única patria
imposible; el del peluche extraviado que se intenta sustituir por su réplica en
la tienda, un relato con resabios a Warhol y su crítica a las frías e
impersonales cadenas de producción (no es casual que la imagen de la cubierta
del libro diseñada por Nela Ochoa, se llame, precisamente, “Resonancias de
Warhol”); el padre que se deja el bigote y es ya “otro”; la mitad del billete
que halla su otra mitad en ese juego maravilloso de espejos y suspense que es
el excelente relato negro “Media res”. Pero también la identidad analizada
desde la percepción que los demás tienen de nosotros: el escritor que escribe
novelas cómicas aunque todo el mundo las recibe como serias y profundas, o el
personaje de mil vidas a quien todos confunden con algún famoso arrebatándole
así su propio yo. También la familia, los orígenes o la identidad sexual
jalonan ese leit motiv de la autoafirmación y sus estertores. Esa visión
caleidoscópica se manifiesta como una proyección natural en la estructura de
los relatos; muchos de ellos parten de un epicentro argumental, del que la
trama se va distanciando paulatinamente casi sin darnos cuenta para acabar en
un asunto totalmente diferente, fuera de la órbita inicial; otras veces, el
relato parece inacabado o incompleto; quizás también tenga algo que ver en ello la defensa del concepto de trama,
válida y autónoma per se, que se hace en “Logos”. De ese modo,
violentada también la estructura, el género literario busca también su propia
identidad, sus cauces de afirmación.
Como es de esperar, en todo ese laberinto de búsqueda,
los personajes de los relatos de Serrano Larraz son entes perdidos,
vulnerables, asombrados, maniatados, incapaces de entender el mundo que
habitan, velados por un cendal casi onírico o surrealista.
Quien se adentre en los relatos de Réplica debe
aceptar el reto de perderse en ese dédalo iniciático que es casi una ontología
del yo. Ser réplica, el lector también, de sí mismo; perderse y reencontrarse
quizás distinto. Tal vez en esa búsqueda continua reside, al fin, la identidad.