Érase una vez una ciudadana liberada, independiente,
autosuficiente y empoderada que, sin embargo, no había podido aún emanciparse
de su madre soltera debido a las imposiciones macroestructurales de un sistema
económico al servicio del capitalismo y el heteropatriarcado. Respondía esta
ciudadana al nombre de Caperucita, aunque a ella, aquel diminutivo la molestaba
sobremanera, pues consideraba que el sufijo menoscababa su dignidad de mujer y
advertía en él una suerte de condescendencia paternalista y protectora, como si
ella fuera un ser delicado y débil al que hubiera que proteger. Prefería, pues,
que la llamaran Caperuza, sin más aditivo morfológico. Vivía, como dijimos, con
su madre, que había decidido concebirla sin mediar hombre alguno, pues no
deseaba someterse a esa falocracia que desde tiempo ancestral había supeditado
la maternidad de una mujer al concurso imprescindible del hombre dominante: sus
orgasmos eran suyos y solo suyos y ella era la dueña de su menstruación. El
caso es que Caperucita, o Caperuza, recibió el encargo de su madre de llevarle
una cesta con comida a su abuela, pues andaba ésta algo pachucha y no podía
salir a comprar. A Caperuza no le apetecía hacer aquella larga caminata hasta
la casa de su abuela, pues había pasado la mañana haciendo deporte con su grupo
femenino de runners y estaba algo cansada. Pero su madre negoció con
ella durante largo tiempo, al cabo del cual, Caperuza accedió y su madre, como
premio a su buena disposición, colocó en el cuadrante de buenas tareas que
había pegado en la nevera, un precioso adhesivo con una cara sonriente. A
Caperuza le faltaban ya solo dos caritas sonrientes para conseguir un aumento
de su paga mensual. Pero el Lobo Feroz, que había escuchado hasta el
aburrimiento la larga conversación de Caperuza y su madre, vio su oportunidad
de conseguir el cariño de un ser humano, estando como estaba en peligro de
extinción. Así que se adelantó a Caperuza, llegó a casa de la abuela, la metió
en el armario y pegó el cambiazo. Entretanto, Caperuza se dirigía por los
caminos del bosque con su cesta de comida ecológica y vegana para su abuela
mientras oía a Bebe en su ipod. Al llegar notó a su abuela algo cambiada y no
hizo falta preguntarle por sus ojos grandes, ni por su nariz grande ni por su
boca grande, porque ella era una mujer inteligente y con título universitario y
pronto descubrió que era el jodido lobo otra vez. Tampoco fue necesaria la
intervención del cazador, pues al irrumpir éste para salvar a Caperuza, ésta ya
había domesticado al lobo acariciándole el lomo, le había colocado un chándal
para perros y se estaba divirtiendo jugando con él a lanzarle una pelotita, que
el lobo devolvía sumiso y, al fin, satisfecho del cariño anhelado. Al cazador
no le dio tiempo a ver más, pues una horda de animalistas lo había masacrado
con lanzas de picador para que experimentase en sus propias carnes el
sufrimiento animal. ¿Y la abuela? Pues su salida triunfal del armario fue del
todo reveladora, pues en aquel acto de salir del armario, la abuela comprendió
que el destino había obrado simbólicamente para que al fin pudiera gritarle al
mundo su orientación sexual: la abuela era pansexual y desde ese momento ya no
quería que la llamasen abuela, sino abuele o abuelx, y su salida del armario
fotografiada por algunas de las personas que habían acudido hasta allí debido a
todo aquel alboroto, se convirtió en el símbolo de la libertad sexual y salió
en todas las portadas LGTBI del mundo. Y de este modo, todos fueron felices,
aunque no comieron perdices, pobres perdices, sino que se atiborraron de todas
aquellas deliciosas viandas veganas que había traído Caperuza y que
compartieron con alegre camaradería. Y colorín colorado.
Excelente salvo un detalle: te has olvidado indicar que la abuela también era una ciudadana liberada, independiente, autosuficiente y empoderada.
ResponderEliminarPíramo, me he reído mucho leyendo tu versión alternativa de "Caperucita roja". Si me animo, se la leeré a mis alumnos de bachillerato (alumnos y alumnas, por supuesto). Ahora, como me tiren tomates (para matar al mensajero), espero que tengas suscrito un seguro porque pasaré la factura de la tintorería a "Cesó todo y dejéme".
ResponderEliminarAñorado Píramo: un curioso parecido:
ResponderEliminarDe James Finn titulado "Cuentos políticamente correctos", publicado el año 1994, "Caperucita Roja políticamente correcta":
https://algundiaenalgunaparte.com/2008/03/29/caperucita-roja-politicamente-correcta/
A ver qué te parece...
Querida Agüela, qué alegría reencontrarte.
ResponderEliminarPues el cuento de James Finn me ha hecho reír. Pero tengo la duda de si está escrito con ironía o con firme convicción. La duda me viene del hecho de que el prólogo parece estar escrito en serio...Un abrazo.
Javier, tienes vía libre para leerlo en clase. Lo que publico aquí, una vez publicado, ya no es mío. Un abrazo.
Ah, Píramo, qué preguntas te haces...
ResponderEliminarJames Fin Garner es un escritor satírico, que suele hacer burla y befa de lo políticamente correcto. Quizás eso te responda.
Yo creo que debes hacerte otra pregunta: ¿cómo explicar la coincidencia en el tema, el tono, el contenido, el desarrollo y la moraleja, y que no creamos que es un plagio semidesnatado de JF Garner?
Un abrazo
Agüela, ciertamente, si fuera un plagio, sería, efectivamente, semidesnatado. Me rindo ante el ingenio de Garner, que convierte mi bagatela en poco menos que eso, una bagatela. ¿Cómo puedo convencerte de que no estuvo en mi ánimo plagiar a nadie? Pues muy sencillo. Si yo hubiera conocido el texto de Garner, ni siquiera habría abordado el tema, pues ya existía alguien que lo había hecho antes y mejor que yo. ¿Para qué escribir un texto en el mismo tono que otro ya ha escrito si en la comparación de estilos e ingenios salgo yo perdiendo? Ya son ganas de ponerse en la picota, ¿no crees?
ResponderEliminarNo conocía el texto de Garner y me temo que todo se debe a una curiosa y divertida coincidencia. Me animé a escribir algo así inspirado en la última polémica de las maestras inquisidoras del colegio de Barcelona que están realizando el donoso escrutinio de los libros que sus alumnos deben o no leer. Esa fue la única espoleta, mi suspicaz Agüela.
Otro abrazo fuerte.
¡Pues ni mil quinientas palabras más!
ResponderEliminarOtro abrazo