Querido
coronel:
Lamentamos
enormemente la demora de 64 años con que esta carta llega ahora hasta sus
manos. Discúlpeme si evito con usted el farragoso lenguaje administrativo pero
esta carta no puede ni debe someterse a las formalidades burocráticas de rigor.
Bastante ha sufrido usted la lenta maquinaria del Estado como para que no le
respete ya ni la gramática. Hacinados sobre el escribanía de este funcionario,
tengo todas las solicitudes que ha ido reclamando sin fruto durante años para
la obtención de su pensionado. Todo es correcto: el certificado que demuestra
su concurso en nuestra Guerra de los Mil Días al servicio del coronel Aureliano
Buendía es totalmente legal. Temo, eso sí, que mi respuesta llegue algo tarde.
En 1956, año del último dato del que
dispongo, usted afirmaba que llevaba esperando el pensionado durante 15 años y
que ya llevaba usted sobre la negra tierra unos 75. Eso significa que la carta
le ha llegado al cumplir usted 139 años. ¡Qué longevidad la suya, amigo
coronel! Al principio pensé ya desistir pero el acta de defunción que obra en
mi poder es algo ambiguo y no deja claro su deceso. El escribano que lo redactó
afirma que el coronel no ha muerto porque los clásicos nunca mueren. Me pareció
una licencia poética algo manida que debió de escribir el notario en un momento
de emoción. Pero lo que sí que es cierto es que hay cientos de testigos que dicen
haberle visto a usted en los teatros de toda España contando su historia y
utilizando el heterónimo de Imanol Arias. También hay un documento de un tal
Gabriel García Márquez del año 1961 donde se narran sus vicisitudes y algunas
entrevistas en las que el llamado «Gabo» asegura que su historia está inspirada
en la de su abuelo Nicolás Márquez y que todo surgió al contemplar en el puerto
de Barranquilla a un hombre esperando el correo que traían las lanchas. También
afirma el tal impostor que escribió lo que él llama novela durante su estancia
en París, mientras –él también– aguardaba el dinero con su sueldo de
corresponsal de El Espectador, el
periódico colombiano cerrado por la dictadura de Rojas Pinilla. La gente ya no
sabe qué inventarse para hacerse famosa a costa de héroes como usted. El caso
es que me he puesto en contacto con un criticucho de un periódico de
provincias, amigo mío, para que me diera fe de eso que dicen de que está usted
haciendo bolos por España con el falso nombre de Imanol Arias y me cuenta este
amigo que sí, que es verdad, y que lo ha visto a usted bien lozano para llevar
a sus espaldas casi 140 años. Eso sí, me dice que, está usted algo sobreactuado
haciendo de sí mismo. Que él esperaba a un viejecito vulnerable, apocado, con
un buen fondo casi skarmetiano y se encuentra un gallito contestón más peleón
que el gallo ese de su hijo Agustín. También dice que le vio algo falto de
ritmo, demasiado moroso; que sobran las rancheras mexicanas (¿para qué diantres
pone usted rancheras mexicanas en una historia colombiana?) y que obvia usted
momentos relevantes de su biografía, como aquel día en que decidió no vender el
gallo al mezquino Sabas porque, viniendo de la gallera, sintió la aclamación
del pueblo y se visitó usted con las galas de la dignidad. Me dicen también que
los viejitos de Bilbao han hecho suya su causa y la han extendido por toda
España y que usted les hizo un guiño en su espectáculo. ¡Qué nobleza la suya,
coronel! En fin, no quiero entretenerlo más. Con esta carta, tan largamente
esperada, recibe usted al fin la pensión que se le adeuda. No ha sido fácil
reunir los intereses que se le deben con carácter retroactivo. Pero han
contribuido con las arcas de la Hacienda pública muchas personas solidarizadas
con su situación tras haber leído la historia que sobre usted cuenta el
escritor ese de Aracataca. No, si al final tendrá usted que agradecerle algo al
tal Gabriel García Márquez.