Casi al final del primer
canto del Infierno de la Comedia, Dante pone en boca de Virgilio
una especie de profecía en la que el poeta latino augura la llegada de un veltro (un lebrel) destinado a dar
muerte al lobo, que en el poema representa la arrogancia del poder establecido.
Añade Virgilio que ese lebrel nacerá tra
feltro e feltro (entre fieltros). La exégesis moderna interpreta ese
sintagma oscuro de un modo ciertamente sugestivo: los fieltros harían alusión al
tratamiento del papel (la feltratura)
que, desde la segunda mitad del siglo XIII y debido a su bajo coste, se estaba
convirtiendo en el nuevo material de escritura, sustituyendo a los caros
pergaminos. De ese modo, el papel deviene simbólicamente en un alegato en favor
de la humildad frente a la prepotencia representada por el prestigio del
pergamino. O, lo que es lo mismo, Dante parece llamar a la revolución cultural
que utilizará el nuevo soporte para cambiar el mundo. Y todo esto una centuria
antes de la invención de la imprenta.
Desde entonces, el papel
parece haber querido preservar aquel origen humilde –pero poderoso– que le
otorgó Dante y blande hoy su sencillez con más orgullo que nunca, cuando los
soportes digitales amenazan su existencia. Y se atavían con sus mejores galas y
su abigarrada diversidad contra la frialdad uniforme de las pantallas. Véanlos,
si no, desfilar ante nosotros con sus más variopintos ropajes: el papel
atlántico se despliega poderoso como la techumbre de un soportal contra la intemperie;
el papel biblia preserva las palabras sacras; el papel carbón se sacrifica en
la mina de las palabras calcadas; el papel cebolla deja ver su corazón
altruista y generoso; el papel celo no se despega de su amante; el papel de
confeti estalla de alegría; el papel cuché se luce en las alfombras rojas; el
papel de aluminio preserva el bocadillo del escolar; el papel de barba, la luce
venerable; el papel de estraza se ofrece, franco y campechano, para los versos
de Miguel Hernández; el papel de filtro,
criba la felicidad; el papel de fumar arde en las tertulias; el papel de lija
vence las asperezas; el papel de luto llora en las esquelas; el papel de seda
tiene sueños orientales; el papel florete se exhibe en su esgrima con la pluma;
el papel higiénico comparte lecturas privadas; el papel maché y el papel mojado
sueñan con ser papel; el papel moneda se hace valer; el papel pautado es la
institutriz del papel; el papel pinocho nos quiere engañar; el papel secante
socorre a las palabras del terrible borrón; el papel verjurado es un ensayo de
Seurat; el papel vitela es todo un detallista.
Y luego está el papel de
periódico, donde dentro de unas horas figurarán estas torpes palabras mías,
reproducidas cientos de veces por las rotativas, multiplicándome. Y ese papel
tibio, como el pan recién hecho de las tahonas, aguardará en el kiosco a que
alguien deslice sus dedos sobre él, levantando el aroma de la tinta todavía
fresca, y crepitará, cada vez que vuelva una página, el fuego centenario de su
milagro.
Releo ahora los versos de Dante y el papel donde se hallan impresos adquiere de repente una naturaleza oracular. Dante se llamaba en realidad Durante (el que dura). Pero él quiso que lo llamaran Dante (el que da). Al final el Tiempo aunó ambos nombres. Dante perdura en la Historia, después de darnos su mayor regalo. Quizás Dante era, él mismo, papel.
Qué bonito y qué inteligente para sacarle tanto de un papel porque hay tantas maneras... Cada uno cunpre su papel pero hay que saber en qué papel escribes para que quede reflejado siempre .Gracias
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