María Goyri ante varios espejos. Fotografía de 1914. @Fundación Ramón Menéndez Pidal |
Desde
siempre he sentido un afecto muy especial por María Goyri. Pero reconozco
avergonzado que esa simpatía respondía, sobre todo, a su relación conyugal con
mi admirado Ramón Menéndez Pidal. Una esposa que acompaña a su marido durante
su luna de miel a recorrer los caminos del Cid y a recoger los viejos romances
que sobrevivían en Castilla tiene mucho de mujer ideal para mí. A mi hipotética
hija iba a llamarla Jimena solamente porque así se llamaba la hija del
matrimonio. Pero desde que vamos eliminando ya el prejuicio patriarcal y María
Teresa León es María Teresa León y no “la mujer de Alberti”, María Goyri (que
era, por cierto, pariente lejana de aquella), puede ser con propiedad,
simplemente María (Goyri).
Y
más aún cuando buceamos por su vida y hallamos en su biografía hitos
admirables, como el de ser, si no la primera mujer licenciada, sí la primera
que cursó presencialmente sus estudios universitarios. Al principio lo hizo sin
matrícula, acompañando a su íntima amiga Carmen Gallardo, cuyo padre, Mariano
Gallardo, cansado de los obstáculos que la Universidad de Madrid aducía para
impedir la matrícula de su hija, decidió él mismo acudir a las clases con ella
como oyente. Pero a la muerte de Mariano Gallardo, Carmen perdió su
salvoconducto y María Goyri quedó sola y tuvo que luchar denodadamente para ser
admitida, pues se requería un informe positivo del Claustro, autorizando la
presencia de la joven previa consulta al Ministerio de Instrucción Pública.
Finalmente, un Claustro dividido autorizó la matrícula con la condición de que
la alumna debía esperar al catedrático en el decanato de la facultad e ir
acompañada de este hasta el aula, donde ocuparía la primera fila. Al finalizar
la clase, se repetía el protocolo a la inversa. La idea era evitar que María
estuviera sola en los pasillos con la idea de no alterar a sus compañeros
varones que, por cierto, siempre tuvieron con ella un trato respetuosísimo y
exquisito.
El
corpus del Romancero que hoy disfrutamos hubiera sido imposible sin el concurso
de María Goyri. Durante el viaje de novios, detenidos en Osma para contemplar
un eclipse solar, a María se le ocurrió recitar el romance de la Boda
estorbada a una lavandera con quien conversaba la pareja. La lavandera dijo
conocer el romance y se lanzó a cantar otros entre los cuales Pidal reconoció
una versión del romance del Príncipe don Juan, que demostraba que el Romancero
seguía vivo entre las gentes de Castilla tras varios siglos. Empezaba así el
trabajo recopilatorio de toda una vida. Las imprescindibles fichas que guarda
el archivo de la casa de Pidal en el Olivar de Chamartín son cosa de María.
María
Goyri fue, además, una de las pioneras del feminismo en España. Afectada por
las críticas que había recibido Concepción Arenal tras su ponencia “Educación
de la mujer”, María escribió una réplica valiente que obtuvo el cariñoso abrazo
de Emilia Pardo Bazán, quien desde entonces apodó a María como la “la joven
alumna de Minerva”.
Además
del Romancero, María sintió pasión por la personalidad de Lope de Vega, de la
que se encargó en varios trabajos. También llevó a cabo una edición crítica
(inconclusa) de El conde Lucanor, amén de otros trabajos sobre
literatura y pedagogía.
Enrique
Súñer, presidente de la Comisión de Cultura y Enseñanza del Gobierno de Burgos,
dirigió esta acusación al Servicio de Información Militar, en relación a María
Goyri: “Menéndez Pidal, señora de: Persona de gran talento, de gran cultura, de
una energía extraordinaria, que ha pervertido a su marido y a sus hijos. Muy
persuasiva y de las personas más peligrosas de España. Es sin duda una de las
raíces más robustas de la revolución”. Sirva este dislate para engrandecer aún
más su figura.
El
lector interesado podrá hallar una bonita semblanza de María en el trabajo de
Jesús Antonio Cid, editado por la Fundación Ramón Menéndez Pidal, que puede ser
una buena manera de celebrar el 150 aniversario de su nacimiento y de descubrir
aún más su personalidad. El imbécil de Enrique Súñer no, pero la avala Minerva.
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