CESÓ TODO Y DEJÉME. Blog literario

lunes, 27 de febrero de 2023

599. Siempre la aurora.



Fernando Villamía ha ganado la 56ª edición de los Premios Literarios Kutxa Ciudad de San Sebastián con su último libro de relatos, Dioses de quince años, publicado por Algaida. A la trayectoria de este vitoriano de trato afabilísimo y natural humilde, cualidad esta última tan poco frecuente en el mundillo literario, la jalonan, sin embargo, numerosos reconocimientos que él se guarda mucho de sacar a la palestra, como son los premios Felipe Trigo y Ciudad de Badajoz o su condición de finalista en el Premio Setenil, el galardón más prestigioso del género cuentístico en España.

Dioses de quince años recoge doce relatos que, entre otras virtudes, respetan el corte clásico del género, con su introducción, su nudo y su desenlace, lo que no deja de ser, en los tiempos que corren, una posición casi revolucionaria. Efectivamente, un poco cansados ya del cuento-estampa o de aquel otro que se aboca a la mera sugestión, y añorantes de una narratividad en desprestigio, se agradecen estos relatos redondos donde el lector puede pisar en algún momento en tierra firme.

Uno de los aspectos más llamativos de los cuentos de Villamía es el estilo, que a mí me resultó emparentada, además de manera muy reconocible, con la prosa de Luis Landero. Hay en el fraseo del autor, en el léxico utilizado, en la construcción sintáctica y en la voluntad estética resuelta en hallazgos líricos muy hermosos, una forma de hacer literatura que yo echaba en falta y que ya solo hallo en escritores de la generación de Villamía.

Otro aspecto que se debe destacar de los cuentos de Dioses de quince años es la maestría de su autor para los inicios. La capacidad de Villamía para, con apenas unas pocas frases, atraer la atención del lector hacia la historia que recién empieza, es una excelente demostración de aquello que los retóricos clásicos llamaban captatio aunque sin necesidad de la benevolentiae, pues esta última brota con naturalidad en el lector y le dispone favorablemente a la lectura. Interesantes son también las referencias culturales que aparecen en todos los cuentos. Su pertinencia, lejos de la impostura pedantesca, es absoluta y se ensamblan con las historias como complementos perfectos que ilustran, con sus ejemplos, las tribulaciones de los protagonistas. Finalmente, el coqueteo con la literatura fantástica, casi en la frontera con lo paranormal verosímil, completan el atractivo de estos cuentos.

Los personajes de Dioses de quince años se duelen en su vulnerabilidad pero es en ese mismo territorio de lo frágil donde reside su grandeza. Un corazón que revienta de amor por el viento; una adolescente con sobrepeso que acepta en bellísimo martirio la humillación de sus compañeros; la redención del arte en la senilidad; el perro que se reconoce en la misteriosa mujer loba; las cartas que envía un niño a su padre fallecido («Querido papá: ahora que te has ido a vivir a la muerte…»); los hilos que unen o que se cortan vengativamente; la obsesión de un fotógrafo por obtener la foto de Dios; el martillo que acaba con el maltrato; una lección de metaliteratura; la complicidad en el silencio; muertos que regresan para un idilio; el misterio del sexo y la necesidad de la niñez. Y, en todos ellos, Aurora, el mismo nombre para personajes distintos, quizás porque en todos ellos triunfa el alborear de la vida después de la larga noche del sufrimiento.


lunes, 20 de febrero de 2023

598. Talleres de escritura

 


No se puede juzgar lo que se desconoce. Y yo no conozco lo que se cuece en esos talleres de escritura que, de un tiempo a esta parte, proliferan por doquier. Pero como el hombre imperfecto que soy, tengo mis prejuicios (infundados o no) sobre las supuestas bondades de su pedagogía. Albergo, eso sí, mucho interés en participar alguna vez como alumno en alguno de ellos porque mi natural optimista en materia cultural (optimista o ingenuo) siempre me impele a pensar que en algo podré enriquecerme. Algunos de los cursos de los que tengo noticia me merecen el mayor de los respetos, sobre todo por la presencia en ellos de escritores a los que admiro. Pero, aun así, me cuesta verles la utilidad. Lo que es seguro es que yo nunca impartiré un taller de escritura. Primero, porque no ostento la relevancia literaria suficiente como para que alguna institución o persona se interese por mis servicios; pero, sobre todo, porque no tendría ni la más remota idea de qué decirles a todos esos escritores o aspirantes a escritores que han depositado sus esperanzas en la palabra oracular del experto. El talento se tiene o no se tiene, pero, desde luego, no se aprende. Sí, uno puede familiarizarse con algunas técnicas. Puede, por ejemplo, resolver problemas habituales como decidir cuál es la mejor voz narrativa; el uso del espacio y del tiempo; trucos más o menos conocidos sobre los inicios y los remates de los capítulos; consejos para evitar las rimas internas, las cacofonías o los lugares comunes; cuestiones de estilo; las posibilidades del género que se cultive; los juegos estructurales y decenas de cosas más. Pero el talento, la chispa de la genialidad y, sin ir tan lejos, las capacidades individuales e intransferibles (por lo inexplicables) del buen escritor no se pueden colocar negro sobre blanco en un corpus teórico. Por no hablar del riesgo de la estandarización a la que se ha referido recientemente y con enorme tino, el escritor Carlos Zanón; esa uniformidad que hace indistinguibles a los miembros de una generación de escritores educados en la idea de gustar a toda costa a miles de lectores y que adoptan sin atisbo de personalidad las tretas de la mercadotecnia. Y en todo caso, dominar toda la teoría de la creación literaria no te hace mejor escritor, igual que a un cantante no lo hace superior sólo el dominio de la voz o de la respiración. Bonnie Tyler no es una gran cantante por su técnica vocal, sino porque es, en esencia, Bonnie Tyler. Los triunfitos educados en la Academia, sin embargo, cantan todos igual. Es lo mismo que le ocurre a esos pintores que dominan su arte hasta la perfección, pero cuyos lienzos no nos transmiten nada más allá de reconocerles el purismo irreprochable de su ejecución. El genio creador –y permítanme la ascendencia romántica del término– es un misterio insondable y está bien que permanezca así. Y pueden ustedes colocar pósits de diferentes colores en un gigantesco panel de corcho o esturrear por el suelo de su cubículo de escritor láminas con los retratos robot de los personajes de su novela en ciernes, preñados de diagramas y esquemas y flechas, que si no irrumpe el pellizco genial de la idea ante su propio asombro, va usted a escribir una cosa muy normalita. La mejor escuela de escritura es la lectura. Ay, rima interna. La mejor escuela de escritura es leer. Y leer mucho. Hoy todo el mundo quiere escribir bien por la vía rápida y sin haber leído un puto libro. Pues, lo siento, pero no hay atajos para escribir algo grande Empaparse del magisterio de autores excelsos, aquellos que han conseguido permanecer en el tiempo porque sus propuestas no estaban diseñadas por la estrategia sino por la autenticidad. Las escuelas de escritura están en las bibliotecas. Sus maestros, alineados en los anaqueles. Y son gratis.

lunes, 13 de febrero de 2023

597. Cuevas de las maravillas

 


Ya el título, tomado de Paul Theraux, es una declaración de intenciones. Rosa Cuadrado nos invita a un viaje por diferentes ciudades europeas para hacer un muy especial estudio cartográfico, nos coge de la mano para trazar junto hermosos mapas literarios que tienen marcados como puntos de interés esos refugios que son las librerías.

Quienes, como yo, sean lectores empedernidos y viajeros infatigables sabrán que el algoritmo «viajar + libros» incluye inevitablemente la variable «librerías». Cómo no visitar, además de los monumentos turísticos de rigor, esas «cuevas de las maravillas», para dar cobijo a las desnortadas almas que a veces somos. Cruzar el umbral de una librería siempre tiene efectos balsámicos.

En cualquier otra parte (Ediciones Menguantes)  no incurre en el error de ser un mero catálogo de librerías ni la aséptica descripción de una guía de viajes al uso. Su autora ha sabido crear un texto sugestivo, con una voz narrativa, perfecta cicerone , que nos descubre historias fascinantes sobre librerías, libreros, autores, hechos históricos, sucesos políticos…

Rosa Cuadrado tiene la capacidad de crear atmósferas envolventes que permiten al lector ver y sentir aquello que está leyendo. Así, paseamos por París con Hemingway, quien nos presenta la icónica Shakespeare and Co., y a su librera Sylvia Beach, madrina del Ulises de Joyce; conocemos la historia de los beaterios belgas, esos centros que acabaron ejerciendo una importante labor social, educativa y sanitaria en época medieval (¿y acaso no son eso también las librerías, lugares de encuentro, de aprendizaje y de sanación a través de la palabra y de la belleza que se esconde en ellos?); nos refugiamos del frío en hermosas librerías-cafeterías en Holanda, en Viena o en Londres y leemos, a través de los ojos de la autora, poemas que ella también leyó en esos lugares, en un bisbiseo a dos voces acompasado por el olor a café, a té humeante, a chocolate caliente y a lignina. Siguiendo los pasos de Pessoa recorremos Lisboa, una ciudad en la que el mar y la saudade invitan a la lectura sosegada en librerías tan icónicas como Bertrand. Nos adentramos en episodios de la historia como la operación Market Garden en la librería de Arnhem; deambulamos por librerías de viejo, por puestos callejeros con libros de segunda mano,  como el del Tío Turgut en  Ankara, que parecen implorar a los posibles compradores una segunda vida en otras manos amorosas; descubrimos que una librería también puede dar cobijo a un árbol, el famoso «eje del mundo» de la librería Dost, símbolo de la conexión entre cielo  y tierra (¿y no son las librerías también lugares de conexión con otras vidas, con  otros mundos, con otros yoes?).

Página a página recorremos la ruta del Ulises en Dublín y peregrinamos por librerías con impresionantes escaleras de caracol, por las más antiguas de las ciudades, por librerías especializadas en todo tipo de literaturas, por las más arriesgadas que han creado su propio sello editorial, convirtiéndose así en adalides de primer orden en la defensa de la cultura, por librerías que son en sí mismas obras de arte, como la Taschen de Milán… Este paseo también nos permite conocer la historia del icónico Grupo de Bloomsbury o a personajes como Aspasia de Mileto, en el último capítulo dedicado a Grecia, un homenaje a la cuna de la cultura europea que no podía faltar.

En cualquier otra parte se puede definir como un libro interdisciplinar por el que desfilan en perfecta simbiosis nombres de escritores, músicos, pintores, escultores… y en el que todo lo descrito forma parte de la experiencia personal de su autora, quien consigue un equilibrio entre la parte informativa y su propia intrahistoria personal. El libro fusiona las cualidades de ambos registros para convertirse, al igual que las librerías que nos descubre, en un «puente de la palabra» que nos hermana a quienes sentimos la necesidad, en ocasiones, de estar en cualquier otra parte, pero con la sempiterna compañía de los libros, «esas pequeñas promesas de felicidad».

lunes, 6 de febrero de 2023

596. La voz de Paco

 


Ahora mismo, en el momento en que escribo estas líneas, yo debería estar en un tanatorio de Barcelona. Pero, a veces, la voluntad de querer estar en otro sitio no basta, al igual que tampoco es suficiente la voluntad de seguir viviendo. Eso lo sabía muy bien el corazón de Paco Robles.

Su voz. Oigo continuamente su voz. Desde que el lunes conocí la noticia, es la voz de Paco el recuerdo que más vivamente se me impone, como aquellos ojos desasidos de la rima de Bécquer. Como si Paco fuera ahora solamente su voz. Quizás en esta sugestión tengan algo que ver las jornadas maratonianas al teléfono, cuando Paco y yo corregíamos las pruebas de imprenta de aquella novela mía (aquella novela suya) por la que apostó. Tan cerca entonces, la voz de Paco desde el auricular. Tan cerca. Él proponía cambios, yo concedía, buscábamos juntos alguna alternativa para aquella cláusula subordinada con las que tanto peco. Y, eureka, allí aparecía la fórmula mejor. Luego, un silencio, y el teclado lejano del ordenador. Es Paco, que maqueta. Al cabo, vuelve su voz al teléfono con otro cambio. No hablaba mucho Paco. En las presentaciones de libros, oficiaba el acto protocolario con timidez. Y, después, al terminar la presentación, echaba un pitillo silencioso en la puerta de la librería. No le gustaba el protagonismo. Hablaba cuando había que hablar. Pero entonces: una receta mágica para aquel pasaje que corregíamos; una palabra de aliento en mitad del ruido de afuera (voz-hogar; voz-padre, Paco); un chascarrillo inopinado; una anécdota jugosa y divertida. En las cenas donde se celebraba la puesta de largo de un libro del catálogo en cualquiera de las ciudades de la ruta, Paco miraba callado a los comensales con satisfacción paternal, algo así como en aquel poema de Gil de Biedma, «Amistad a lo largo» («y yo aunque esté callado doy las gracias, /porque hay paz en los cuerpos y en nosotros»). Y el final de la fiesta lo sellaba luego con un abrazo cálido.

En esas míticas rutas, metía en su coche al autor que la editorial promocionaba y se lo llevaba por media España. Paco conducía y Olga, mientras tanto, trabajaba infatigable y vehemente al teléfono con la prensa de la ciudad que los recibiría. Dos profesores de institutos metidos a mecenas de algunas de las nuevas voces más sobresalientes de la literatura reciente. Y Paco conducía.

Con la pérdida de Paco Robles, se va una de las figuras decisivas de la edición en nuestro país. La Historia, que es sabia, reubicará su figura al lugar destinado a los grandes hombres de nuestra crónica literaria. Será con el tiempo, como ocurre siempre con los mitos. Entretanto, su voz seguirá presente en todos y cada uno de los libros del catálogo de Candaya, porque en los libros que escribimos, nuestra voz está mezclada con la suya. Y otro tanto pasará con los libros futuros que escribiremos. ¿Qué diría Paco de esta subordinada? ¿Y de esta rima interna? Y Paco nos asistirá y escribiremos juntos la novela y oiremos a Paco maquetar.

Yo debería, ahora mismo, en el momento en que escribo estas líneas, estar en un tanatorio de Barcelona. Pero estoy en mi piso de Alicante, velando a Paco de la única forma que sé, ante un escritorio que se ha quedado, como su dueño, más huérfano de referentes. En este panegírico o lo que quiera que sea esto, escrito torpe y atropelladamente desde la ofuscación del dolor, hay un abrazo grande a Olga y a Miqui. Y también a toda la tribu Candaya, especialmente a sus escritores, a los que hoy no les asisten las palabras, porque no las hay. No temáis, las encontraremos. Dejad que macere el desconsuelo, y ya más lúcidos, oiréis, franca y serena, la voz de Paco.