Dice María Belmonte que las
fuentes son “paisajes sonoros” capaces de comunicarse con nuestro
subconsciente, de modo que el agua está íntimamente ligada a la historia de la
humanidad. Por ello, en El murmullo del
agua nos presenta un interesantísimo viaje desde la Antigüedad grecolatina
hasta el Barroco desgranando qué concepto se tenía del agua y la importancia
que se le otorgaba a este elemento fundamental. Lejos de una visión pesimista o
catastrofista (que sería legítima si tenemos en cuenta lo poco valorado que
suele ser en la actualidad un bien tan necesario como el agua), la autora
ofrece una visión celebratoria del agua y de todos los elementos relacionados
con ella: las fuentes, los jardines, los ríos, los mares y las divinidades
acuáticas.
De su mano, buceamos por la
veneración que Grecia hacía al agua, considerada un regalo de los dioses con
propiedades mágicas, fecundativas y regenerativas que vertebraba toda la vida
cotidiana de la población. Así, la literatura da buena cuenta de ello y han
quedado para la posteridad mitos relacionados con el agua y lugares cargados de
magia como la fuente Castalia o el manantial Hipocrene. Especialmente
interesante es el capítulo dedicado a las ninfas, moradoras del agua, portadoras
de un aura de sensualidad y de sexualidad que podían llegar a producir
ninfolepsia.
La travesía continúa por
Roma, donde se seguía venerando el agua pero se desarrolló la idea de que
dominar el agua era símbolo de poder y prestigio. Por ello, será esta la época
de la construcción de acueductos, ninfeos, termas y fuentes. La autora ofrece enriquecedoras
explicaciones sobre la construcción de estos elementos de ingeniería hidráulica
y sugestivas historias, como la de la fuente Pliniana, misteriosa porque su
caudal crece y decrece tres veces al día.
El murmullo del agua nos permite sumergirnos en el fascinante mundo del
Renacimiento italiano. Por las páginas de este capítulo desfilan personajes
como Lorenzo de Médicis, Botticelli, M. Ángel, Rafael o Ficino que nos sirven
de cicerones para adentrarnos en la Academia Platónica Florentina y comprender
que el arte era concebido como una vía para elevar el alma y recordarle su
origen divino. Esta teoría neoplatónica se trasladó también a los parques y
jardines, lugares propicios para purificar el alma a través de un viaje
iniciático con el agua como guía. Por ello, serán lugares plagados de
interesantes símbolos que la autora comenta con detalle y que ejemplifica con espacios
tan maravillosos como los Jardines de Boboli o la Villa de Castedo.
La corriente de agua nos
lleva hasta el Barroco, momento en que el poder papal utilizó el arte para
difundir la doctrina de la Contrarreforma. Belmonte detalla la transformación
de Roma que ideó Sixto V y cómo resolvió el problema del suministro del agua.
Siguiendo la estela de este Papa, las fuentes se convertirían en símbolo de la
iconografía cristiana. El binomio Roma más fuentes nos lleva inevitablemente a
Bernini, “l’amico dell’ acqua”, a quien la autora dedica un capítulo en el que
desgrana detalles de su vida y, por supuesto, de sus principales obras, para
terminar con un sugestivo paseo por las calles de la ciudad eterna.
La obra de María Belmonte no es solo un interesante tratado teórico sobre la concepción del agua en distintas épocas, muy bien documentado y de amena lectura, sino que constituye una obra total, trufada con experiencias personales, con referencias a disciplinas artísticas como la pintura, la arquitectura, la literatura o el cine que coquetea, además, con la literatura de viajes pues este “murmullo” despierta, sin duda, la necesidad de conocer in situ esos lugares tan sugestivos, tan cargados de historia y de belleza.
Cuenta la escritora que el
germen de El murmullo del agua fue la
lectura de Delight, de J. B.
Priestley, obra en la que el autor enumeraba placeres de la vida que le
reportaban felicidad y uno de ellos eran las fuentes. Si yo tuviera que
preparar un listado similar, incluiría, sin duda, la lectura de este libro de
María Belmonte que, al igual que las fuentes, constituye toda una experiencia
sensorial para el lector pues es una lectura que se oye, que se ve, que se
saborea, que desprende aroma a agua, a bosque, a mitología, a épocas pretéritas
y que, con todo, acaricia el alma.