No hay vecino de
Almudévar que no lleve a gala compartir paisanaje con el gran Pedro Saputo, el
personaje fabulado por Braulio Foz en 1844. Tanto es así que los almudevanos
han adoptado «saputo» como gentilicio no oficial y así prefieren llamarse. Al
llegar al pueblo nos encontramos con la calle Saputo, lo que nos hizo pensar
que allí la tradición debió de haber ubicado la casa natal del insigne hijo de
Almudévar, casa que Foz sitúa en su novela en la hoy (y quizás entonces)
inexistente calle del Horno de afuera. Comoquiera que confiamos en la
distribución gremial del callejero tradicional, nos dirigimos a la panadería
Tolosana, celebérrima por su deliciosa «trenza de Almudévar», donde su
dependienta nos asegura que la casa estaba en la pequeña plazoleta que se abre
en la calle Masevilla. Visitamos también la Balsa de la Culada, cuyo origen
–según Foz– está también relacionado con Pedro Saputo. Y es que, al regreso de
uno de sus múltiples viajes, Saputo halló a sus conciudadanos tratando de
enderezar con una cuerda la torre de la iglesia de la Asunción, que andaba ya
muy escorada. Espantado por la necedad de sus vecinos, se prestó a ayudarlos
pero, sin que se dieran cuenta, manipuló, rasgándolo, el cabo de la cuerda, de
modo que al tirar todos de ella, aquella cedió y dieron todos de culo en el
suelo con tal violencia que crearon el enorme boquete que es hoy la balsa. El
anacronismo es evidente, pues la balsa ya existía en el siglo XVI. Quisimos
también ver la ermita de la Virgen de la Corona, patrona de Almudévar, donde
Saputo pintó los frescos de su interior, pero nos tuvimos que conformar con
visitarla desde fuera y leer frente a ella el pasaje correspondiente.
Finalmente, acudimos a la Biblioteca Pedro Saputo, donde nos atendió
amabilísimamente Belén Peña Huerva, que lleva 30 años de bibliotecaria en
Almudévar, y que nos mostró varias ediciones de la obra de Braulio Foz.
La Vida de Pedro Saputo, a medio camino
entre la tradición oral y la inventiva de Foz, narra al modo del género
itinerante picaresco las aventuras de este niño prodigio, dechado de virtudes, precocísimo
pintor, músico, lingüista, médico y donjuán, que siendo aún muy joven se lanza
a los caminos para aprender de la vida. Puede seguirse su prolijo itinerario oscense
si se tiene tiempo. Nosotros, además de Almudévar, solo pudimos completar
algunos de sus muchos hitos viajeros: Aínsa, «pueblo entonces de quinientos
vecinos y ahora de poco más de ciento, habiendo sido quemado en la guerra de
Sucesión y arruinándose poco ha sus hermosos fuertes»; Jaca, «de donde subió a
San Juan de la Peña. ¡Oh, con qué respeto y amor veneró las cenizas de nuestros
reyes allí enterrados»; la hermosa Alquézar, desde donde Saputo ascendió la
sierra de Guara para contemplar desde su cima la preciosa estampa del
Somontano; Loharre, que visitó dos veces, una para contemplar su imponente
fortaleza, y otra siguiendo el itinerario señalado por su padre para hallar
esposa de entre la lista de candidatas ideada por aquel, solo que a la lobarresa
«la halló tan berroqueña de genio, que parecía cortada de las peñas de la
sierra vecina». A Graus no pudimos llegar, pero dimos buena cuenta de su famosa
longaniza, que compramos en La Confianza, de Huesca, la evocadora tienda de
ultramarinos más antigua de España. Y no quisimos llegarnos a Barbastro, que
tantos desaires provocó en nuestro buen Saputo, pero bebimos un Zinca d’anfora de esa tierra –Saputo nos
perdone– en el restaurante La Goyosa. Conviene acercarse también a Sariñena, en
cuyo convento Saputo, disfrazado de mujer, vivió oculto tras un desagradable
lance en Huesca.
Los viajes de
Saputo no se limitaron a la provincia de Huesca, sino a parte de España. En lo
tocante a nuestra tierra, vivió como médico un tiempo en Villajoyosa, de la que
se ensalza su vocación marinera. En la novela, Saputo desaparece en misteriosas
circunstancias de camino a la corte. Pareciera augurio de la suerte posterior
de la figura de Braulio Foz en la literatura.
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