lunes, 5 de mayo de 2025

688. Tras los pasos de Pedro Saputo

 


No hay vecino de Almudévar que no lleve a gala compartir paisanaje con el gran Pedro Saputo, el personaje fabulado por Braulio Foz en 1844. Tanto es así que los almudevanos han adoptado «saputo» como gentilicio no oficial y así prefieren llamarse. Al llegar al pueblo nos encontramos con la calle Saputo, lo que nos hizo pensar que allí la tradición debió de haber ubicado la casa natal del insigne hijo de Almudévar, casa que Foz sitúa en su novela en la hoy (y quizás entonces) inexistente calle del Horno de afuera. Comoquiera que confiamos en la distribución gremial del callejero tradicional, nos dirigimos a la panadería Tolosana, celebérrima por su deliciosa «trenza de Almudévar», donde su dependienta nos asegura que la casa estaba en la pequeña plazoleta que se abre en la calle Masevilla. Visitamos también la Balsa de la Culada, cuyo origen –según Foz– está también relacionado con Pedro Saputo. Y es que, al regreso de uno de sus múltiples viajes, Saputo halló a sus conciudadanos tratando de enderezar con una cuerda la torre de la iglesia de la Asunción, que andaba ya muy escorada. Espantado por la necedad de sus vecinos, se prestó a ayudarlos pero, sin que se dieran cuenta, manipuló, rasgándolo, el cabo de la cuerda, de modo que al tirar todos de ella, aquella cedió y dieron todos de culo en el suelo con tal violencia que crearon el enorme boquete que es hoy la balsa. El anacronismo es evidente, pues la balsa ya existía en el siglo XVI. Quisimos también ver la ermita de la Virgen de la Corona, patrona de Almudévar, donde Saputo pintó los frescos de su interior, pero nos tuvimos que conformar con visitarla desde fuera y leer frente a ella el pasaje correspondiente. Finalmente, acudimos a la Biblioteca Pedro Saputo, donde nos atendió amabilísimamente Belén Peña Huerva, que lleva 30 años de bibliotecaria en Almudévar, y que nos mostró varias ediciones de la obra de Braulio Foz.

La Vida de Pedro Saputo, a medio camino entre la tradición oral y la inventiva de Foz, narra al modo del género itinerante picaresco las aventuras de este niño prodigio, dechado de virtudes, precocísimo pintor, músico, lingüista, médico y donjuán, que siendo aún muy joven se lanza a los caminos para aprender de la vida. Puede seguirse su prolijo itinerario oscense si se tiene tiempo. Nosotros, además de Almudévar, solo pudimos completar algunos de sus muchos hitos viajeros: Aínsa, «pueblo entonces de quinientos vecinos y ahora de poco más de ciento, habiendo sido quemado en la guerra de Sucesión y arruinándose poco ha sus hermosos fuertes»; Jaca, «de donde subió a San Juan de la Peña. ¡Oh, con qué respeto y amor veneró las cenizas de nuestros reyes allí enterrados»; la hermosa Alquézar, desde donde Saputo ascendió la sierra de Guara para contemplar desde su cima la preciosa estampa del Somontano; Loharre, que visitó dos veces, una para contemplar su imponente fortaleza, y otra siguiendo el itinerario señalado por su padre para hallar esposa de entre la lista de candidatas ideada por aquel, solo que a la lobarresa «la halló tan berroqueña de genio, que parecía cortada de las peñas de la sierra vecina». A Graus no pudimos llegar, pero dimos buena cuenta de su famosa longaniza, que compramos en La Confianza, de Huesca, la evocadora tienda de ultramarinos más antigua de España. Y no quisimos llegarnos a Barbastro, que tantos desaires provocó en nuestro buen Saputo, pero bebimos un Zinca d’anfora de esa tierra –Saputo nos perdone– en el restaurante La Goyosa. Conviene acercarse también a Sariñena, en cuyo convento Saputo, disfrazado de mujer, vivió oculto tras un desagradable lance en Huesca.

Los viajes de Saputo no se limitaron a la provincia de Huesca, sino a parte de España. En lo tocante a nuestra tierra, vivió como médico un tiempo en Villajoyosa, de la que se ensalza su vocación marinera. En la novela, Saputo desaparece en misteriosas circunstancias de camino a la corte. Pareciera augurio de la suerte posterior de la figura de Braulio Foz en la literatura.

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