Creo que es la primera vez
que escribo una crónica sobre una obra de teatro sin haber presenciado antes su
ejecución sobre las tablas. La excepción no resulta extraña si pensamos que Muero porque no muero, el montaje de
Paco Bezerra, merecedor del XXX Premio SGAE de Teatro Jardiel Poncela, ha sido
censurado ya en Madrid y está encontrando dificultades para ser aceptado en los
programas de otros circuitos teatrales. La razón, que es un relato
supuestamente subversivo, provocador y ofensivo, basado en una reformulación
posmderna de la vida de Santa Teresa de Jesús. Y remarco el adverbio
«supuestamente» porque una lectura menos cerril que la de los nuevos
inquisidores del siglo XXI hallará en el texto un enfoque respetuoso y
reivindicativo con la figura de Teresa de Cepeda y Ahumada. La visión pacata y
santurrona de la obra solo reparará en la Teresa 2.0, pordiosera, prostituta,
presidiaria y drogadicta que construye Bezerra, sin atender el juego sincrónico
de espejos y su simbología dignificadora.
El primer gran hallazgo de la
obra de Bezerra es esa Teresa rediviva que trata de recuperar las partes de su
cuerpo que, como reliquias santas, fueron repartidas por media España y parte
del extranjero. La anécdota podría haber dado un título alternativo a la obra
de Bezerra basado en otro verso de la inmortal abulense: «Vivo sin vivir en
mí». Efectivamente, la reunión de los miembros amputados resume ella sola el
gran objetivo de la obra: Teresa vuelve a ser dueña de su cuerpo y, por lo
tanto, es capaz, por primera vez, de explicarse a sí misma, lejos de la
manipulación espuria e interesada de quienes han manoseado su figura a su
antojo: «Sí, esta misma mano, que fue repudiada por la cristiandad, volvió a mí
convertida en doctora de la Iglesia; esta misma mano, que hizo voto de pobreza,
volvió a mí engalanada de joyas y piedras preciosas; esta misma mano, que fue
educada como judía, volvió a mí convertida en Santa de la Raza; esta misma
mano, que se opuso al matrimonio, volvió a mí convertida en patrona de la
Sección Femenina. ¿En qué me han convertido?»
Tras una primera parte donde
la protagonista explica la historia de su vida, Teresa resucitada se incorpora
a la existencia moderna. Si los clásicos místicos usaron el Romancero popular
para crear el contrafactum o «poesía
a lo divino», Bezerra hace lo propio a la inversa: la luz divina son ahora los
faros del camión donde será violada; la Inquisición que la persiguió por sus
reformas es ahora la policía que la detiene por escándalo público al pintar las
paredes del congreso con frases de Larra y Cernuda sobre el desprecio de las
instituciones a la labor de los escritores y por vocear el nombre de las
escritoras olvidadas; la clausura es ahora la cárcel; los accesos místicos, la
heroína (sugestiva explicación de los éxtasis de la Teresa renacentista es la
putrefacción del pan de centeno que comía, que produce efectos alucinógenos);
el trance, la música electrónica de los 90; la apropiación de su figura, la
prostitución; el conocimiento total, la ingesta de drogas con su función
iniciática. Y en mitad de todo ese juego, un alegato precioso sobre la libertad
de expresión y la condena de los prejuicios que debiera pender de las paredes
de todas las aulas de este país.
A la meva estimada companya, Carme
Cases, apassionada iconoclasta