lunes, 16 de enero de 2023

593. Engañar a los alumnos





Los que nos dedicamos a la enseñanza de forma vocacional ejercemos de profesores durante todo el tiempo. También en vacaciones. Los últimos días del año los pasé en Soria, y no hubo día en que mi mente no anduviera maquinando las posibles actividades didácticas que ofrecía cada rincón de la ciudad. Qué bonito sería –decía para mis adentros– conseguir el Pasaporte de las Ciudades Machadianas que expide la oficina de turismo y recorrer con los estudiantes las huellas de don Antonio: la casa de huéspedes donde se alojó cuando visitó en verano la ciudad antes de incorporarse a su puesto de profesor; la pensión donde conoció a Leonor; la iglesia de Nuestra Señora de la Mayor donde se casó con ella; el aula del instituto donde enseñaba Francés; la campana del reloj de la Audiencia… Y qué hermoso sería –continuaba efervescente mi cabeza– recitar sus poemas a la ribera del río, «por donde traza el Duero su curva de ballesta en torno a Soria», grabar en los álamos nuestros nombres de enamorados de la Literatura, subir hasta la Laguna Negra… O recitar los versos de Gerardo Diego inspirados en Soria, en Calatañazor, en San Baudelio; leer, tendidos en el césped del claustro de San Juan de Duero, una leyenda de Bécquer con el monte de las Ánimas a nuestras espaldas; visitar la Casa de los Poetas del antiguo casino; pasear por la Numancia en ruinas; estudiar el románico ante la preciosa fachada de la iglesia de Santo Domingo… Total, que en un santiamén tenía yo ya proyectado un viaje de estudios de lo más atractivo. Hasta que llegamos al cementerio de El Espino donde descansa la malograda Leonor y donde, casi a cuyas puertas, se halla también el famoso olmo seco del poema de Machado. Solo que ese olmo no es el olmo que vio don Antonio, que moriría, como todos los demás olmos, por la grafiosis. El olmo que contemplamos en la actualidad es un sucedáneo de aquel otro, al que el ayuntamiento ha colocado, junto al tronco, el poema de marras. Y allí, ante aquel olmo que no es nuestro olmo literario, llegaron mis dudas. ¿Qué les diría yo a mis alumnos si estuvieran ahora mismo aquí conmigo? Después de haber leído el poema en clase; después de narrar toda la trágica historia que lo inspiró; después de haber depositado, tal vez, unas flores sobre la lápida de nuestra Leonor, ¿les diré que ese olmo que tienen ante sí, no es el mismo olmo del poema con el que siempre se me quiebra la voz? ¿Les diré que es un árbol apócrifo? ¿Tengo derecho, como aquel San Manuel Bueno Mártir, a contarles la verdad a estos jóvenes feligreses de la Literatura? ¿De romper el hechizo? Pues miren, no. Los huesos del Cid están bajo la lápida de la catedral de Burgos y no esparcidos por media Europa; el tintero que exponen en Villanueva de los Infantes es el de Quevedo y no una réplica; el piano de Chopin de la celda de la Cartuja de Valldemossa es el piano de Chopin y no uno falso; Lorca está enterrado en el barranco de Víznar; Cervantes y Shakespeare murieron ambos, como en un sortilegio, el 23 de abril; a la muerte de Bécquer, se produjo un eclipse de sol; en el Toboso está la casa de Dulcinea y en la acrópolis de Micenas se descubrió la máscara de Agamenón. Cuando James McPherson se inventó, dándolo por cierto, el mito de Ossian, el crédulo de Goethe llegó a decir en boca de su Werther que Ossian había sustituido a Homero en su corazón. ¡Qué felices Goethe y Werther en su ingenuidad! Así que, ahora mismo, en mi imaginación, estoy junto a mis alumnos frente a este olmo centenario y hendido por el rayo, y les miento y les digo que este es el olmo de Machado, y se me antoja que se hará un silencio, unos pocos segundos tal vez, durante los cuales la literatura se habrá hecho cierta en ese olmo de la rama verdecida.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Preciosa forma de “engañar” a los alumnos. Son buenas referencias .

Anónimo dijo...

Y qué es toda la Literatura, sino un bello engaño. Licencia concedida. Precioso artículo.

Anónimo dijo...

Muy hermoso y evocador.