lunes, 27 de noviembre de 2023

630. 'El lector por horas'

 


José Sanchis Sinisterra es uno de los dramaturgos contemporáneos más representados en el teatro español. Buena prueba de ello es que El lector por horas, obra escrita en 1996 y estrenada tres años después en el Teatro Nacional de Cataluña, gira de nuevo por las tablas de nuestro país de la mano del director Carles Alfaro, quien ha confiado en Mar Ulldemolins, Pere Ponce y Pep Cruz para dar vida a los protagonistas de esta singular pieza. El propio dramaturgo confesó su convencimiento de que El lector por horas sería una obra destinada a un público minoritario. Erró en su afirmación, pues tuvo una gran acogida.

El argumento de la pieza es aparentemente sencillo. Celso, un importante hombre de negocios, contrata a Ismael para que lea novelas a su hija Lorena, quien ha perdido la vista tras un trágico accidente. Condición sine qua non es que sea capaz de hacer una lectura totalmente neutra, en la que no se atisbe ningún tipo de emoción o de interpretación que pueda influir en la recepción de los textos por parte de la joven invidente. Comienza así una extraña relación entre los personajes, un juego de poder que terminará con un enigmático intercambio de papeles. En el inicio es Celso quien selecciona las lecturas para su hija y quien controla la acción. Se diría que la invalidez de la joven le permite sentirse importante pues de nuevo es útil para ella. Cree que su rol de padre está completo y lo ejerce con autoridad y con un espíritu controlador. Lorena es una joven algo inestable, a veces caprichosa, voluble y rebelde que mantiene con su padre una tensa relación marcada por la embriaguez de este y por el maltrato al que sometió a la madre de Lorena. Ismael es un apocado señor que se pone a disposición de esta familia y acepta con sumisión, al principio, los deseos de Celso y Lorena, quien poco a poco va ejerciendo una influencia mayor en el lector. Incluso se atreve a aventurar, tras varias sesiones de lectura y gracias al desarrollo de su oído -tiene una capacidad especial para descubrir secretos en la pronunciación de los verbos, los adjetivos, los adverbios-, que Ismael es un profesor que oculta un oscuro pasado. Este, lejos de desmentir las acusaciones, se muestra totalmente obediente a las órdenes y caprichos de la joven. He aquí una de las claves de la obra. ¿Son reales las inculpaciones que Lorena vierte sobre Ismael? A lo largo de la pieza no se sabrá con certeza. Se abre, pues, una gran incógnita en cuya resolución debe participar el espectador. No se ha de olvidar que la obra se asienta en los postulados de la Estética de la Recepción, la cual concede una gran importancia al lector/espectador en el proceso de comunicación literaria, quien debe rellenar los huecos argumentales. El propio dramaturgo habla de la “Poética de lo translúcido” pues en esta pieza juega con la ambigüedad constantemente, nada es opaco ni transparente sino que se abre un abanico de sugestiones y posibilidades en las que el espectador tiene un papel central. Ya Bernard Shaw había definido el teatro como una “fábrica de pensamiento” en la que el espectador debe que reflexionar sobre la función y en la que los finales han de ser abiertos para que el público se involucre mucho más en las acciones representadas. Esto, sin duda, lo consigue Sanchis Sinisterra. Al interrogante ya mencionado se suman otros, como quién selecciona realmente los textos, qué finalidad tiene la lectura -¿salvar a la joven o condenarla todavía más al sufrimiento que padece por su ceguera?-, quién tiene realmente el poder en la casa, quiénes son seres dominados y dominantes -tema característico en la producción de Harold Pinter, quien influye en Sanchis Sinisterra-, si funciona o no el teléfono…

Las lecturas de fragmentos de grandes obras de la literatura ocupan un lugar central en la representación. En el montaje de Alfaro, una pantalla anuncia los títulos de las obras para facilitar su reconocimiento al público. El Gatopardo, Madame Bobary, El corazón de las tinieblas, Pedro Páramo, Relato soñado y un último libro cuya autoría no desvelaremos en estas líneas, van emocionando, entristeciendo, subyugando, inquietando, enfureciendo a Lorena, pero también al espectador que sea capaz de reflexionar sobre los fragmentos leídos. Se demuestra así cómo la experiencia literaria también es una experiencia vital, cómo la lectura puede influir en la vida o ¿acaso no son lo mismo?

La puesta en escena es minimalista. Dos sofás, una lámpara de pie, un teléfono supuestamente sin línea y un piano simulan el salón de la casa en el que hay una nutrida biblioteca que hemos de imaginar en la denominada cuarta pared. Predomina la penumbra, en la que vive también sumida Lorena, y los silencios juegan un importante papel. Se crea, por tanto, una atmósfera inquietante, en la que no hay nada claro ni para los personajes ni para el espectador. Notables son también las interpretaciones de los tres actores que no deslucen en ningún momento y que consiguen sumergir al espectador en este juego dramático plagado de enigmas, de vacíos que rellenar que invitan a reflexionar. Puede gustar o no la representación, pero lo que es cierto es que generará debate entre los espectadores, a los que no dejará indiferentes. Y lograr esto ya es un éxito.

lunes, 20 de noviembre de 2023

629. Compañeros en la poesía y en la vida

 


La historia ha tendido a posicionar a los hermanos Machado, Antonio y Manuel, en bandos opuestos durante la guerra civil española, como si fueran piezas de ajedrez cuya única finalidad fuera acabar con los trebejos enemigos. Esas dos Españas de las que hablara don Antonio se han asociado a las figuras de ambos para ensalzar a uno y minusvalorar al otro en cuanto a calidad estética y ética. Ante esta simplificación injusta, defendida por quienes se arrogan el derecho a juzgar desde una posición totalmente alejada del peligro que se vivió durante la contienda, se alzan algunas voces como la de Joaquín Pérez Azaústre, quien en su novela El querido hermano reivindica la figura de Manuel Machado no solo como escritor, sino plasmando su dimensión más humana y demostrando el amor verdadero que ambos hermanos se profesaban pese a las circunstancias históricas que vivieron, las cuales supusieron su separación física definitiva, pero no afectiva.

 La obra, ganadora del XVI Premio Málaga de Novela, publicada por Galaxia Gutenberg, defiende a don Manuel, quien quedó atrapado en Burgos con su esposa Eulalia en julio de 1936, cuando estalló la guerra y se interrumpieron las comunicaciones en todo el país. En dicha ciudad castellana fue encerrado entre el 29 de septiembre y el 1 de octubre del 36. Tras su liberación, el poeta parece adherirse al Alzamiento Nacional, aunque se desconocen los verdaderos motivos de este cambio ideológico. Por ello, siempre pesará sobre su figura la duda de si fue un verdadero franquista.

El querido hermano es una obra dividida en tres partes, cuyo título está extraído de un verso del poema “El viajero” de Antonio Machado, que se articula en torno a un argumento muy sencillo: Manuel recibe la noticia de que su hermano Antonio ha fallecido en Francia. Profundamente afectado, visita a José María Pemán para cerciorarse de la veracidad de la tragedia. Pemán no duda en poner a su disposición a Raúl, un joven falangista, quien llevará al matrimonio hasta París para dar el último adiós a don Antonio. La novela se estructura, pues, en saltos temporales durante el viaje en automóvil. Los recuerdos y la nostalgia invaden a Manuel Machado, quien rememora momentos felices como el tiempo que ambos hermanos vivieron en el París modernista, empapándose de la poesía de Verlaine, Rimbaud, Jean Moréas, Baudelaire, O. Wilde, Rubén Darío y muchos otros con los que compartieron versos, paseos por Montmartre, tragos de absenta y amores bohemios. La mente de don Manuel nos lleva también al Madrid de los años 20 en el que Antonio y él triunfaron con sus obras de teatro escritas a cuatro manos y a las reuniones familiares en las que la poesía era una invitada de honor. Obsérvese, por tanto, cómo Pérez Azaústre crea un juego en el que participan personajes reales y ficticios que le sirve para defender la postura vital de don Manuel, para esbozar un retrato de la España del 39, con cadáveres en las cunetas, destrucción, dolor y muerte por doquier y para constatar el amor y la admiración mutuos de los dos hermanos (un ejemplo significativo es cuando Manuel le aconseja a Raúl que lea los poemas de su hermano y le presta un libro suyo que el joven toma con recelo y que acaba leyendo extasiado o cuando se deja constancia de que don Antonio intentaba tener noticias de su hermano a través de los periodistas con los que tenía contacto).

El tono narrativo se vuelve más cronístico en los capítulos dedicados al momento en que Manuel Machado es nombrado académico. El autor analiza minuciosamente el discurso que pronunció el poeta en el Palacio de San Telmo. Así, el narrador omnisciente deja paso a la voz propia de Pérez Zarústre, quien declara abiertamente su intención de demostrar que Manuel Machado preparó un discurso valiente en el que aludió a su pasado -incluida su vida bohemia en París-, a su hermano Antonio y a su nueva poesía, alineada con el nuevo régimen. En esta disquisición predominan el uso de interrogaciones retóricas, el léxico taurino cuando se detallan algunas de las “manolerías” que el poeta hizo en dicho discurso para torear su presente sin renunciar a su pasado y, en algunos momentos, un tono demasiado didáctico cuando el autor glosa con detalle algunos versos del poema “Adelfos”, el cual puede contrariar a lectores avezados a los que les guste llegar a sus propias conclusiones.

Especialmente emotivos son los capítulos en los que los personajes llegan a Colliure y conocen los detalles de la muerte de don Antonio y de su madre. La figura de Manuel, desolado ante la tumba de Antonio, queda legitimada ante los ojos del lector. Ya no hay duda de que el poeta que “eligió vivir” y su querido hermano siempre fueron “compañeros en la poesía y en la vida”.

lunes, 13 de noviembre de 2023

628. En las entrañas del maltratador

 


Vaya por delante que Antonio Soler es para mí uno de los escritores más sobresalientes de los que ejercen la literatura en nuestro país. Quedé absolutamente anonadado con la potencia estilística de Sacramento y toda la crítica es unánime al considerar Sur una obra maestra. Por eso, hay que recibir con gozosa expectación cada nueva publicación del autor malagueño. Sin embargo, con Yo que fui un perro, el lector leal de Soler deberá asumir algunas dolorosas renuncias. La primera de ellas es olvidarse de que es un libro escrito por Antonio Soler. Porque esta novela no la escribe él sino el personaje ideado por el autor, un muchacho estudiante de Medicina con serios problemas de sociopatía, que vierte sobre su diario toda la bilis negra que lo envenena. Quien nos habla, pues, es Carlos, y lo hace con su registro parco, repetitivo y poco estimulante desde el punto de vista del lenguaje literario, salvo por algún que otro hallazgo lírico que la desazón del joven inspira. El mérito de Soler está justamente en su capacidad para hacer verosímiles las vicisitudes de Carlos al usar el registro propio de un diario espontáneo escrito por un desquiciado. Esa habilidad camaleónica es también una virtud de los grandes. Pero el lector, acumuladas decenas de páginas con el mismo desalentador tono, acaba fatigado. Las continuas repeticiones podrán plasmar muy bien el carácter obsesivo del personaje, pero el material será muy útil para el psicoanalista, no para el lector de una novela.

Yo que fui un perro narra, en forma de diario, la vida de Carlos, quien mantiene una relación sentimental con su vecina de enfrente, Yolanda. Las páginas de su dietario describen una personalidad oscura, misántropa, controladora, atormentada por los celos, patológicamente voluble. Toda su aspereza creciente configura el perfil del futuro maltratador. Para mí, el gran mérito de la novela es la sensación perturbadora que puede producir en el lector ese asomo de empatía que podemos establecer con el personaje. Desde el primer momento, sabemos que algo no funciona bien en su mente, pero también entendemos su vacío existencial, su depresión, su descreimiento del mundo, su orfandad (la real y la metafísica), su baja autoestima, sus inseguridades, su conmovedora vulnerabilidad. Dan ganas de ponerse a hablar con él, de zarandearlo, abrazarlo y de encauzar su vida. Porque allá, en lo más profundo, atisbamos una brizna de nobleza que muchas veces pugna por imponerse. Sus estudios de Medicina, incorporan a la novela otra interesante perspectiva: la víscera, descrita a veces con crudeza durante sus prácticas forenses, como constatación del nihilismo espiritual del personaje.

No podemos juzgar objetivamente a los otros personajes porque todos están tamizados desde la óptica de Carlos, pero sí llama la atención la actitud de Yolanda, a quien Carlos, según sus propias páginas, trata horriblemente la mayoría del tiempo, y que, sin embargo, acepta los vaivenes emocionales de su relación con relativa laxitud. Yolanda, que parece una chica desinhibida sexualmente parece solo disfrutar de esa vertiente de su relación con Carlos, que en ocasiones, parce utilizado (el perro de la cubierta). Y, aunque la acción se desarrolla en los 90, cualquier chica en sus cabales habría abandonado a Carlos a la primera palabra intempestiva. ¿Alerta, tal vez, la novela de la ceguera de muchas mujeres que no saben ver desde dentro la toxicidad de su relación, o es Carlos, también, una víctima de la propia Yolanda?

La novela, de soslayo, trata también temas como el de la homosexualidad y los prejuicios que aún arrastra el colectivo en esa década (aunque Carlos nunca la desprecia) o el problema de la drogadicción.

Yo que fui un perro abonará el debate en muchos clubes de lectura pero no estoy seguro de que sea una novela memorable. Habrá que esperar a la próxima, cuando Soler escriba como Soler.

lunes, 6 de noviembre de 2023

627. Jordi Coboia gana el premio PIPSI de narrativa

 


El poeta Jordi Coboia ha sido distinguido con el prestigioso Premio PIPSI en su primera incursión como narrador gracias a su obra Proso modo, que publicará la editorial Vianborís en colaboración con Reino de Cordelia. Coboia, que se había presentado al galardón bajo el seudónimo de «Juan Carlos Elijas», se une así a la selecta nómina de escritores capaces de superar la rigurosa criba del exigente jurado. De hecho, ha trascendido que la decisión final tuvo que superar el duro escollo de su presidente, Eudald Setós, contrario a la candidatura, y que éste no tuvo más remedio que claudicar ante la unánime determinación de los vocales, compuestos por los espectros de Josep Pla, Miguel Delibes, Joseph Conrad o Vladimir Nabokov, entre otros. En su nota de prensa, el jurado destaca del libro de Coboia «su frescura y originalidad estructural, que le regala al género narrativo un nuevo hallazgo, el de los llamados prosos, hito comparable al de la nivola unamuniana, así como la creación de un espacio mítico, el del Fuerte del Olivo, que ya une su nombre al de otros famosos lugares literarios como Comala, Región o Yoknapatawpha». Este artefacto literario nace casi por casualidad, cuando el gran editor Quim, de Vianborís, le pide a Coboia una novela sobre la situación política en Cataluña tras el procés y, más tarde, coincidiendo con la pandemia, un testimonio narrativo del confinamiento. A todo se niega Coboia, convencido de su incapacidad para abordar tales empresas y disuadido por lo manido ya de ambos temas, pero, entretanto, y mientras confiesa para su coleto, en forma de diario, todas estas dudas, el libro va creciendo orgánicamente, casi empujado por una gozosa y espontánea improvisación, sin aparente planificación, que es justamente uno de los valores de sus páginas, hasta convertirlo en una suerte de miscelánea que recuerda a la libérrima ejecución del Arcipreste de Hita y donde cabe de todo: la poesía, el dietario, las recetas gastronómicas, las representaciones teatrales con acotaciones valleinclanescas, el cuento oral con guiños al Decamerón, el ensayo metaliterario, la novela negra, la crítica política y social, la crónica histórica local, el humor, el relato onírico o la parodia. Qué duda cabe de que Proso modo es un divertimento de su autor, pero también un inteligentísimo alegato sobre los límites entre la literatura y la realidad, que en el libro se difuminan de tal modo, que permite que, hoy mismo, en este periódico, se anuncie el ganador ficticio de un premio que no existe y que se haga con la convicción de que Coboia es más real que Elijas, que el Premio Pipsi es el más prestigioso de  todos los premios y que este artículo no sabemos ya si se halla entre las páginas del Diari de Tarragona o entre las de Proso modo. Por lo demás, el lector avezado y con un buen bagaje de lecturas gozará con los juegos de palabras intertextuales donde reconocerá a multitud de referencias literarias (una forma de respeto, por cierto, al propio lector); disfrutará con el estilo quirúrgico de su autor, a veces desenfadado, otras profundamente humano; conocerá a personajes inolvidables, como Ferran, el profesor jubilado que clama al cielo, como un estilita, la ruina del sistema educativo; fumará yerbaluisa y se topará, como los demás protagonistas, con el espíritu de Salme, el general francés que murió durante el asedio a Tarragona y cuyo cuerpo, se dice, reposa bajo el acueducto de Tarragona y su corazón en el monumento a Escipión, pero también con los de una selecta pléyade de escritores muertos; se reirá con las veleidades del taller literario de Francina, al que un inseguro pero descreído Coboia seguirá para poder avanzar en su proyecto, aunque haya que incluir muchas descripciones y algún muerto para el éxito comercial del artefacto; y obtendrá un fresco de un momento de nuestra historia que, con el paso de los años, devendrá, por la forma en que está plasmado, en un testimonio vivo e imperecedero.

Coboia, que ha manifestado su incredulidad al conocerse ganador, recogerá el premio PIPSI en un acto solemne que se celebrará qué más da cuándo y en qué lugar.