Si buscan ustedes en
Youtube el vídeo titulado «El
orador», de Ramón Gómez de la Serna, hallarán la escena preliminar con la que
se inicia la adaptación para las tablas de Don
Ramón María del Valle-Inclán, basada en la biografía muy sui generis que escribió el autor de las
greguerías sobre la vida y obra del inmortal gallego. El montaje, dirigido por
Xavier Albertí y protagonizado por Pedro Casablanc, es un precioso homenaje no
solo al creador del esperpento sino también al propio Gómez de la Serna que es,
a la postre, el personaje encarnado por un inmenso Casablanc, quien
probablemente haya interpretado el papel más importante y perfecto de su carrera
actoral.
Uno de los logros
del espectáculo es la cuidadosa criba que se ha operado sobre el texto original
de Gómez de la Serna. Decía Valle-Inclán que existían tres formas de escribir:
de rodillas, como Homero, que se limitó a adorar a sus héroes; de pie, como
Shakespeare, que puso a los hombres y sus tribulaciones frente a él; y en el
aire, como Cervantes, que idealizaba a sus personajes dejándolos colgados de lo
aéreo. Siguiendo esta teoría, la biografía de Gómez de la Serna está escrita de
rodillas, pues el tono apologético con que el escritor madrileño realiza la
semblanza de Valle alcanza cotas de hiperbólica lauda, rayana, tal vez, con lo
indigesto. Lo que no es reprobable en alguien que admiró tanto al autor de Luces de bohemia, pero que puede llegar
a abrumar la paciencia del lector. Xavier Albertí filtra los pasajes de esa
biografía, rescatando aquellos que por su carácter humorístico o por la verdad
de sus reflexiones artísticas, filosóficas o metafísicas, resultan apropiados
para los 75 minutos del espectáculo.
A Casablanc le
acompaña al piano Mario Molina, cuyas piezas conducen musicalmente los
parlamentos del actor. A veces resulta enojoso el solapamiento de piano y voz,
sobre todo en aquellos pasajes donde hubiéramos preferido la palabra desnuda;
en otras, en cambio, ambos se ensamblan perfectamente para los momentos más
jocosos de la obra, como aquel en que Casablanc interpreta La Tarántula, de la zarzuela La
tempranica, que sirve, junto al profuso anecdotario de la vida de Valle,
para recrear el ambiente de las primeras décadas del siglo XX.
Los textos de Gómez
de la Serna recogen muchos sucesos de la vida de Valle que la mitomanía y el
propio Valle se encargaron de hacer pasar por ciertas, aunque no todas lo
fueron. En el montaje se amalgaman las reales, las ficticias y las no probadas,
como su obsesión contra Echegaray; la pérdida de la mano en la trifulca con
Manuel Bueno; su viaje a México propiciado simplemente por la “X” del topónimo;
los actos pendencieros en el marco de la bohemia; su resistencia bravucona
contra la autoridad; la reivindicación de su rancio abolengo; o la anécdota de
su entierro, cuando un joven se abalanzó sobre el féretro para arrancarle la
cruz, lo que le valdría su fusilamiento recién empezada la guerra civil. Pero
también hay cabida para sus reflexiones literarias: «La suprema belleza de las
palabras sólo se revela, perdido el significado con que nacen, en el goce de su
esencia musical, cuando la voz humana, por la virtud del tono, vuelve a
infundirles toda su ideología».
Usado casi como
lema de blasón, Valle dejó dichas aquellas famosas palabras que rezan así: «el
que más vale no vale tanto como vale Valle». El montaje de Xavier Albertí y la
portentosa actuación de Casablanc desmienten el lema. Al menos, en lo suyo,
valen tanto, como vale Valle.