lunes, 18 de diciembre de 2023

633. Vivir en mí: el contrafactum de Santa Teresa

 


Creo que es la primera vez que escribo una crónica sobre una obra de teatro sin haber presenciado antes su ejecución sobre las tablas. La excepción no resulta extraña si pensamos que Muero porque no muero, el montaje de Paco Bezerra, merecedor del XXX Premio SGAE de Teatro Jardiel Poncela, ha sido censurado ya en Madrid y está encontrando dificultades para ser aceptado en los programas de otros circuitos teatrales. La razón, que es un relato supuestamente subversivo, provocador y ofensivo, basado en una reformulación posmderna de la vida de Santa Teresa de Jesús. Y remarco el adverbio «supuestamente» porque una lectura menos cerril que la de los nuevos inquisidores del siglo XXI hallará en el texto un enfoque respetuoso y reivindicativo con la figura de Teresa de Cepeda y Ahumada. La visión pacata y santurrona de la obra solo reparará en la Teresa 2.0, pordiosera, prostituta, presidiaria y drogadicta que construye Bezerra, sin atender el juego sincrónico de espejos y su simbología dignificadora.

El primer gran hallazgo de la obra de Bezerra es esa Teresa rediviva que trata de recuperar las partes de su cuerpo que, como reliquias santas, fueron repartidas por media España y parte del extranjero. La anécdota podría haber dado un título alternativo a la obra de Bezerra basado en otro verso de la inmortal abulense: «Vivo sin vivir en mí». Efectivamente, la reunión de los miembros amputados resume ella sola el gran objetivo de la obra: Teresa vuelve a ser dueña de su cuerpo y, por lo tanto, es capaz, por primera vez, de explicarse a sí misma, lejos de la manipulación espuria e interesada de quienes han manoseado su figura a su antojo: «Sí, esta misma mano, que fue repudiada por la cristiandad, volvió a mí convertida en doctora de la Iglesia; esta misma mano, que hizo voto de pobreza, volvió a mí engalanada de joyas y piedras preciosas; esta misma mano, que fue educada como judía, volvió a mí convertida en Santa de la Raza; esta misma mano, que se opuso al matrimonio, volvió a mí convertida en patrona de la Sección Femenina. ¿En qué me han convertido?»

Tras una primera parte donde la protagonista explica la historia de su vida, Teresa resucitada se incorpora a la existencia moderna. Si los clásicos místicos usaron el Romancero popular para crear el contrafactum o «poesía a lo divino», Bezerra hace lo propio a la inversa: la luz divina son ahora los faros del camión donde será violada; la Inquisición que la persiguió por sus reformas es ahora la policía que la detiene por escándalo público al pintar las paredes del congreso con frases de Larra y Cernuda sobre el desprecio de las instituciones a la labor de los escritores y por vocear el nombre de las escritoras olvidadas; la clausura es ahora la cárcel; los accesos místicos, la heroína (sugestiva explicación de los éxtasis de la Teresa renacentista es la putrefacción del pan de centeno que comía, que produce efectos alucinógenos); el trance, la música electrónica de los 90; la apropiación de su figura, la prostitución; el conocimiento total, la ingesta de drogas con su función iniciática. Y en mitad de todo ese juego, un alegato precioso sobre la libertad de expresión y la condena de los prejuicios que debiera pender de las paredes de todas las aulas de este país.

 

A la meva estimada companya, Carme Cases, apassionada iconoclasta

lunes, 11 de diciembre de 2023

632. Mil y uno seguirán siendo mil y uno

 


Miguel de Unamuno acuñó el término “intrahistoria” para referirse a las peripecias de personas anónimas que vivieron los grandes acontecimientos históricos pero que han tendido a quedar en la sombra. Seres de los que nunca se hablará en los libros de texto porque forman parte de la historia en minúsculas que ha sido eclipsada por la Historia en mayúsculas y por sus protagonistas, de nombre conocido para la posteridad.

Recuperar la intrahistoria, a grandes rasgos, es el objetivo principal de 14 de abril, obra escrita por Paco Cerdà que ha merecido numerosos reconocimientos -como el Premio de Ensayo de la Crítica Valenciana 2023 o el II Premio de No Ficción Libros del Asteroide- que avalan, con absoluta certeza, la valía de este libro. Esta crónica literaria aúna el rigor periodístico, pues es innegable el arduo y minucioso proceso de investigación y documentación del autor, con una calidad literaria y una forma de narrar que permiten que la obra sea leída como una novela que amasa los hechos reales como único material de trabajo. Lejos de un estilo plano y burocrático, Cerdà ha impregnado su texto de una belleza literaria en la que no faltan hermosas o duras metáforas y comparaciones y guiños poéticos a Lorca o Miguel Hernández, entre otros.

 Cerdà relata lo que ocurrió en España con la llegada de la II República y se centra en un único día: desde el amanecer del 14 de abril, cuando se izó la primera bandera republicana en Eibar, hasta el anochecer, cuando la monarquía vivió su total ocaso. 24 horas en las que tienen cabida las dos caras de la moneda: las historias de personajes conocidos -Alfonso XIII, la reina, Franco, Margarita Xirgú, Unamuno, Gregorio Marañón, Sanjurjo y todo un rosario de ministros, militares y aristócratas- se entremezclan con las vivencias de personajes anónimos que son ahora recordados, homenajeados y “nombrados” por Paco Cerdà: Emilio, un encuadernador que se topó con una manifestación y que perdió la vida por las cargas del gobierno de Alfonso XIII; la anarquista Teresa; la pescadera Cándida, que murió por los incidentes que se produjeron en las Minas de La Unión; el telegrafista Pàmies; el manifestante Francisco; Eduardo, un militar cuyo cadáver nadie supo reconocer, etc. 14 de abril se presenta ante el lector como un crisol que abarca todas las sensibilidades que entraron en juego aquel día: los monárquicos, los republicanos, los anarquistas y los comunistas, de nombre conocido y desconocido, que son tratados con respeto y neutralidad. Incluso hay una tendencia a humanizar la imagen de algunos de ellos, como los reyes cuyo Palacio Real se convirtió en un nido de miedo y ellos, en seres llenos de dudas y de incertidumbre.

Muy original es la estructura de la obra. Las horas canónicas que marcaban el inicio de los rezos (Prima, Vísperas, Tercia, Sexta, Nona, Maitines, Laudes) dan nombre a cada una de las partes del libro que incluyen estampas, de extensión generalmente breve. La elección de estas franjas horarias abre la posibilidad de interpretaciones variadas, desde la importancia que la iglesia tendría en el devenir de la II República hasta que el autor ha escrito una oración laica por estos seres anónimos que se han ganado, por derecho propio, el conocimiento de sus experiencias vitales.  Cada parte, además, comienza con el nombre de uno de estos personajes anónimos para devolverles, así, la relevancia que tuvieron en uno de los días más importantes de nuestra Historia reciente. Destacable es también el uso de la segunda persona del singular con el que Cerdà se dirige a los personajes muertos, un “tú” que los actualiza y que confiere al relato un tono que roza lo elegíaco (“Acabas de morir. Nadie lo sabe, Emilio, pero tú estás muerto”). Y son estos fallecidos los elegidos para abrir las primeras estampas de cada bloque, reivindicando así que este día no solo estuvo caracterizado por la alegría popular y por la valentía de los republicanos que pudieron hacerse con el poder, sino también por el llanto de tantas familias que perdieron a un ser querido de forma injusta. Todos los sentimientos que se vivieron ese día quedan plasmados en la obra: alegría, emoción, nerviosismo, ambición de poder, esperanza, desolación, venganza… He aquí uno de los grandes logros de la obra de Cerdà: su capacidad para impregnar al lector de las distintas emociones de aquel día. Leer 14 de abril es viajar a ese día y ser capaz de vivir, en primera persona, aquellas horas que cambiaron el devenir de nuestra Historia.

“La historia redondea los esqueletos por decenas. Mil y uno siguen siendo mil. Ese uno es como si no existiera”, se afirma en uno de los capítulos de la obra. Pero gracias a Paco Cerdà y a esta obra necesaria, justa y hermosa, “mil y uno seguirán siendo mil y uno”.

lunes, 4 de diciembre de 2023

631. Se buscan Pacíficos

 


Uno de los rasgos que caracterizan parte de la narrativa de Miguel Delibes es su predilección por los personajes masculinos que no encajan en la sociedad en la que viven, seres sensibles, diferentes al resto, incomprendidos por ello en muchas ocasiones. El protagonista de Las guerras de nuestros antepasados -novela publicada en 1975- cobra vida ahora sobre los escenarios de la mano de Eduardo Galán, quien se ha encargado de la adaptación teatral, y del director Claudio Tolcachir, que ha confiado en Miguel Hermoso y en Carmelo Gómez para enfundarse en la piel del doctor Burgueño y de Pacífico Pérez, respectivamente. El trabajo de ambos actores es impecable, pero brilla con luz propia Carmelo Gómez. Desde el minuto uno, el espectador olvida al actor y cree firmemente que el Pacífico Pérez de la obra de Delibes ha saltado al escenario como si se tratase de un truco de magia. Si quieren disfrutar de una interpretación que roza la perfección, excepcional, háganme caso y no se pierdan este espectáculo. Carmelo Gómez es Pacífico Pérez, sí, un hombre con una sensibilidad y una inocencia que lo convierten en la deshonra de su familia. Su infancia ha estado marcada por el ambiente belicista que reinaba en su hogar. Su Bisa, su Abue y su Padre, cada uno, han vivido un conflicto bélico -la III Guerra Carlista, la Guerra de Marruecos y la Guerra Civil-. Los cuentos infantiles han sido sustituidos para Pacífico por relatos sangrientos en los que la violencia, las armas, la muerte, etc. eran los valores que intentaban inculcarle. Pero Pacífico siempre fue un alma noble, un ser delicado, capaz de sentir cómo llora una higuera o de emocionarse contemplando un paisaje. Para él la maldad no existe, confía plenamente en los demás, hecho que lo ha llevado a estar encarcelado durante veinte años y a ser acusado ahora de asesinar a un guardia de la prisión. Este es el punto de partida de la acción, la cual se desarrolla íntegramente en el sanatorio penitenciario. Como si de un thriller psicológico se tratase, el doctor entrevista a Pacífico para intentar demostrar su inocencia. Cree firmemente, tras escuchar el relato de Pacífico, que este es incapaz de haber cometido un crimen. Quizás alguien se esté aprovechando de la bondad del preso y sea este un chivo expiatorio. Mas Pacífico, que es depositario de unos valores nobles, un alma blanca y pura, asumirá su “culpa” y será inflexible en su determinación. A través de las entrevistas que mantienen ambos personajes, el doctor va reconstruyendo la vida de Pacífico y se afianza su seguridad en la no culpabilidad del preso. La narrativa de Pacífico, que parece al principio inconexa, va encajando en la mente del doctor Burgueño y del espectador. Cada entrevista es una pieza que se ensambla con las demás. Y piezas, módulos, son los que componen el decorado minimalista que los actores van cambiando de posición a medida que avanza la acción. Una luz tenue completa la escenografía. Un decorado escaso que potencia más la importancia de la palabra. Los relatos de Pacífico, plagados de muletillas y de léxico propio del mundo rural, van cautivando al espectador, quien se encariña de un ser tan hermoso -es casi imposible no sentir rabia cuando el Bisa, el Abue y el Padre están decepcionados porque Pacífico será el único hombre de la familia que no tenga su propia guerra, y es casi imposible no enfurecer cuando quieren obligarlo a disparar a un perro y lo maltratan verbalmente por su supuesta cobardía-.

¡Cuántos Pacíficos nos harían falta en un mundo violento y desnortado, en el que la guerra se extiende como un deletéreo veneno! Seamos más “Pacíficos” y aprendamos, como él, lo que su tío Paco le enseñó: a apreciar la belleza de lo que tenemos delante, sin violencia.