lunes, 24 de febrero de 2020

476. '¿De quién es la culpa?'



Decía Luis Landero en Entre líneas: el cuento o la vida, que "los libros se aluden unos a otros: se invocan, se refutan, se amplían, tienden entre sí puentes invisibles…". Buena prueba de ello es ¿De quién es la culpa? de Sofia Tolstaia, mujer culta y políglota, que recibió una educación humanística pero que vivió a la sombra de su esposo Lev Tolstói. Su obra nace como respuesta a la breve novela Sonata a Kreutzer (1889) en la que Tolstói aborda temas que él convierte en espinosos como el matrimonio, las relaciones sexuales, la familia y el amor entre hombres y mujeres. Sofia Tolstaia, además de encargarse de las labores domésticas y del cuidado de los hijos, copiaba y corregía los manuscritos de su esposo, haciendo una impecable labor de edición y de traducción. Cuando finalizó la lectura de Sonata a Kreutzer quedó horrorizada por las ideas que se plasmaban en ella. Pózdnishev, el protagonista, relata a un compañero de viaje, su vida desde su juventud hasta su matrimonio para justificar el asesinato de su esposa. Defiende que los hombres no pueden sentir amor sino únicamente deseo carnal, por lo que los matrimonios están abocados al fracaso. Asimismo, culpa a las mujeres de la depravación masculina pues, conscientes de su inferioridad social y espiritual, optan por dominar al hombre haciendo uso de sus armas de seducción. El protagonista detalla el deterioro de su relación de pareja, las frecuentes discusiones y  la aparición de los celos cuando su esposa entabla una amistad con un músico. Arrebatado por unos celos desmedidos, sesga la vida de su mujer cuando la encuentra cenando con dicho amigo.
Como decíamos, Sofia Tolstaia se sintió indignada puesto que interpretó esta obra como un ataque público contra ella. Por ello, decidió escribir una respuesta literaria tan solo dos años después de la publicación de la obra de Tolstói. Ahora bien, prefirió que su texto permaneciera inédito y viviera más de un siglo al cobijo de las páginas de unos cuadernos escolares. Por fortuna, en 1994 ¿De quién es la culpa? fue publicada por primera vez en la revista rusa Oktiabr y ahora es la editorial Xordica la que da voz a Sofia y la que permite a los lectores hacer una interesante lectura comparativa de ambas obras, hasta el punto de que se puede afirmar que es una misma historia narrada a dos voces, desde la óptica femenina y masculina.
La novela de nuestra autora relata la vida de Anna, su historia de amor con el príncipe Prózorski, su matrimonio, su infelicidad y su amistad con Bejmétev, hecho que desata los celos de su marido y que supone su sentencia de muerte, pues acaba siendo asesinada a manos de este. Los paralelismos entre la vida real de Sofia Tolstaia y su heroína de ficción son más que evidentes. Ambas eran mucho más jóvenes que sus esposos, Sofia y Anna pasaron de la más ferviente admiración por Tolstói/Prózorski a la desilusión al conocer  su pasado disoluto (no olvidemos que Sofía leyó los diarios del escritor ruso a petición de este antes de casarse y en ellos se hablaba de la gonorrea que contrajo al mantener relaciones con una prostituta). Las dos vivieron de manera traumática las relaciones sexuales, pues no hallaron en sus esposos la delicadeza y la comprensión necesarias para unas niñas: "mamá me dijo que tengo que consentir y no sorprenderme por nada… Bien, que así sea… Pero… Dios mío, qué horrible y… Qué vergüenza, qué vergüenza…". Su idílica idea de un matrimonio feliz ("antes que nada, es necesario el amor, uno más elevado que todo lo terrenal, un amor ideal…"), basado en la pureza de sentimientos y en la implicación absoluta de ambas partes, pronto se vio emborronada por la cruda indiferencia de sus cónyuges,  quienes las castigaban con constantes cambios de humor, desaires, desplantes y con una incomprensión absoluta que las lleva a sentirse desorientadas en una sociedad que las condena al ostracismo. Durísimas son las palabras de Anna a este respecto: "«¿Es este el destino de la mujer?, pensaba Anna. ¿Poner el cuerpo a disposición de un niño de pecho y luego del marido? Uno detrás de otro, ¡siempre! Pero, ¿dónde está mi vida? ¿Dónde está mi yo? (…) No tengo una vida propia, ni terrena ni espiritual»".
En este estado de anulación, autora y personaje vislumbran un pequeño refugio en la sincera amistad con unos hombres que las escuchan, las respetan y con los que comparten aficiones artísticas. Son, pues, los antagonistas de sus esposos que se han convertido en unos extraños para ellas. He aquí una de las tesis principales que Sofia Tolstaia quiso defender con su obra: la posibilidad de un amor sincero, puro, alejado de la sexualidad, entre hombres y mujeres.
Con ¿De quién es la culpa? Sofia Tolstaia plantea una pregunta cuya respuesta parece evidente a todo lector de nuestra época y constituye un moderno alegato de los derechos de las mujeres y de su posición en la sociedad, en la familia y en la historia. Es bien conocido el carácter complicado de Lev Tolstói, que se vio agravado por la crisis espiritual y existencial que vivió en la década de 1870, y que estoicamente aguantó su esposa, preocupada hasta el último momento por el bienestar de su familia y por el legado literario del genio ruso. Me apena pensar que Tolstói no pudiera leer las demoledoras confesiones que Sofia escribió en Mi vida y en otros textos y que no pudiera rectificar sus comportamientos tan poco honorables, indignos de un genio creador como él. En mi estantería descansan juntos Lev y Sofia, por si el milagro de la literatura permite un diálogo bilateral, recíproco y respetuoso que tienda un sólido puente de  amor sincero y puro entre ellos. ¿Por qué no?

lunes, 17 de febrero de 2020

475. Una década de 'El cura y el babero'



El próximo sábado esta columna cumplirá una década en las páginas del Diari de Tarragona. Todavía recuerdo aquel primer artículo, una evocación de los tranvías que luego conecté literariamente con el Tranvía a la Malvarrosa de Manuel Vicent. Me habían limitado el espacio a apenas 1600 caracteres y tuve que hacer un verdadero encaje de bolillos para que el texto cupiera en aquel molde. Hoy disfruto de casi 4000. Para el nombre de la sección había propuesto algunos títulos que ahora me sonrojan: «Florilegio / ramillete / silva literaria»; «Feliz miopía»; «El espía del Parnaso»… Tras aquella lamentable terna también proponía «El cura y el barbero» remitiéndome al famoso escrutinio literario del Quijote. Afortunadamente, Antoni Coll me convenció para proponer el título cervantino que hoy y desde hace 10 años encabeza la columna. Fue precisamente Antoni Coll quien me propuso colaborar con el periódico después de conocer los artículos que Beatriz Pastor y yo publicábamos en un blog literario que recién comenzaba su andadura y que habíamos titulado con un verso de San Juan de la Cruz, «Cesó todo y dejéme», en referencia al rapto místico que nos producía el ejercicio de la lectura. En enero de 2010 salía yo ufano del despacho de Josep Ramon Correal, a la sazón director del Diari, con el compromiso de realizar quincenalmente reseñas de novedades literarias. Pronto Isaac Albesa, entonces jefe de cultura, me sugirió una periodicidad semanal y el aumento de la extensión de los textos. La sensación que más recuerdo de aquel enero memorable, al salir del despacho de Josep Ramon, era la de sentirme parte de la ciudad. Ascendía feliz la Rambla Nova en dirección al Balcón del Mediterráneo y me sentía integrado con ella. Más allá de la tonta vanidad de verse uno en letra de molde, durante aquel paseo feliz hacia el mirador sobrevolaba la idea, mucho más hermosa, de formar parte de la gente, de solazar la pausa laboral de los trabajadores en las cafeterías, de acompañar la paz beatífica de los jubilados, de conversar con los docentes en las salas de profesores, de entretener el hastío de los convalecientes de los hospitales. Ascendía la Rambla y me sentía multiplicado y partícipe de las bellas fachadas de los edificios que flanqueaban mi camino, de los negocios, de la tremolina matutina en cuyo engranaje era yo una pequeña rueda dentada que colaboraba en la gran maquinaria de la vida desde la literatura. Sentirme uno más en la ciudad no era una experiencia baladí. Desde la patria chica de mi barrio de periferia, un barrio de emigrantes siempre exiliado de la capital, la asunción de mi identidad tarraconense fue una novedad y un suceso fundacional para mí.
La columna siguió su curso y su propósito inicial fue modificándose. De ser una sección que debía reseñar las novedades literarias, acabó convirtiéndose, sobre todo, en un espacio de reflexión y en un campo de entrenamiento que abonaba mi vocación creativa y literaria. Comoquiera que no podía leerme un libro cada semana para las reseñas, escribía artículos de transición para ganar tiempo entre lectura y lectura. Al final, aquellos artículos que ocupaban los intervalos de las reseñas, acabaron siendo la seña de identidad de la columna, más incluso que las críticas de libros. A «El cura y el barbero» le debo yo la disciplina de la escritura, una regularidad que me ha mantenido una década en contacto con la palabra de manera ininterrumpida y que ha facilitado la forja de una voz y estilo propios con los que sentirme seguros en mi vocación de escritor. También le debo la lectura constante, el aprendizaje y el conocimiento de personas que han sido para mí modelos del oficio y ejemplos de virtud estética y moral. Después de 10 años y de casi medio millar de artículos, uno nunca sabe si ya ha ofrecido todo lo que tenía que ofrecer y si «agotado su tesoro, de asuntos falta, enmudeció la lira» y que, por lo tanto, va siendo ya hora de decir adiós y de dejar de darles la tabarra. Pero mientras lo pienso, aquí andaremos la semana que viene con alguna nueva bagatela, y el cura y el barbero les agradecerán, como siempre, su compañía. Gracias.

A Antoni Coll

viernes, 14 de febrero de 2020

474. Gorriones



Siempre he pensado que la avecilla que le cantaba al albor al famoso prisionero del romance, aquella que le servía al cautivo para conocer desde su celda si era de día o de noche, era, en realidad, un gorrión. Así debió de pensarlo también Miguel Hernández cuando escribió su cuento inacabado en la cárcel de Alicante. Ahora el prisionero era él. El poeta oriolano llamó a su héroe alado con el sonoro nombre de Pío-Pa. El gorrioncillo hace su epifanía en el ventanuco del calabozo y entonces Miguel, que sabe que lo van a matar, escribe una carta que anuda con un jirón de su camisa en el cuello de Pío-Pa. El gorrión tiene la misión de entregar la nota a su mujer, allá «en la región más soleada de estas tierras». Antes de presentarnos a Pío-Pa, Miguel Hernández escribe un precioso prefacio sobre los gorriones que no puedo dejar de reproducir: «Los gorriones son los niños del aire, la chiquillería de los arrabales, plazas y plazuelas del espacio. Son el pueblo pobre, la masa trabajadora que ha de resolver a diario de un modo heroico el problema de la existencia. Su lucha por existir en la luz, por llenar de píos y revuelos el silencio del torvo mundo, es una lucha alegre, decidida, irrenunciable». ¿Verdad que es hermoso? Anden, léanlo de nuevo antes de proseguir. Así me dan tiempo a recrearme a mí en el gorrioncillo que se acaba de posar en el alféizar de mi ventana. ¿Creerán ustedes que se trata una licencia literaria de quien esto escribe? ¡No! Ahí está dando saltitos sobre sus pequeñas patas, sin saberse observado, todo pluma y corazón. Y no puedo dejar de mirarlo. En mi infancia yo amanecía todas las mañanas con el canto de un gorrión que había anidado en el tambor de mi persiana. Uno se hace niño observando gorriones. ¿Ya acabaron con el texto de Miguel Hernández? Pues venga, más gorriones. Seguramente el autor que más haya escrito la palabra «gorrión» en sus novelas haya sido Miguel Delibes. Todas sus novelas están repletas de ellos. A mí siempre me viene el recuerdo de aquellos gorriones de La sombra del ciprés es alargada que «piaban desaforadamente desde los aleros pidiendo algún alimento para no sucumbir en aquellas jornadas blancas y heladas» de Ávila. Juan Ramón Jiménez se quedó a solas con Platero y los gorriones, y los observaba beberse un «un poquito de cielo en un charquillo del brocal del pozo» para después reflexionar sobre la libertad y la humildad que estos representan. Catulo envidia al gorrión que le ha regalado a Lesbia, pues esta lo mima en su regazo, y Safo invoca a Afrodita, que aparece en su carro tirado por gorriones. Pablo Neruda evocó en su poema «Muerte y persecución de los gorriones» la decisión de Mao Tse-Tung de eliminar  todos los gorriones de China por considerarlos perjudiciales para las cosechas de grano. Tal política alteró la cadena trófica del país, hasta el punto de que fueron los insectos, como las langostas, que campaban a sus anchas sin sus predadores, quienes acabaron con el trigo del país provocando una gran hambruna. Neruda trasciende la anécdota para denunciar el régimen totalitario.
La SEO/Bird Life afirma ahora que en la última década han desaparecido en España unos 30 millones de gorriones. El cambio climático, la contaminación, la hostilidad urbana o los nuevos depredadores, entre otros factores, están contribuyendo a su paulatina extinción. Miguel Hernández no pudo terminar su cuento sobre Pío-Pa. Y esa página en blanco que aparece en todas las antologías cerrando el cuento inconcluso parece ahora una metáfora del cielo yermo de los gorriones. Y al levantar la vista de mi ordenador compruebo que el gorrioncillo de mi alféizar ya no está.

lunes, 3 de febrero de 2020

473. Jojo Rabbit



Merece la pena acercarse a los cines para ver Jojo Rabbit, la última película del director y guionista Taika Waititi. Como casi siempre (¿qué le ocurre a la imaginación de los guionistas en los últimos tiempos?) la cinta está inspirada en un libro. Se trata de Caging skies, la novela de la escritora belgo-neozelandesa Christine Leunens, publicada en 2008. En España la ha traducido Claudia Conde para Espasa con el título de El cielo enjaulado. Criadora de caballos, modelo para las revistas Vogue y Marie Claire y para diseñadores como Paco Rabanne, actriz de publicidad y guionista, entre otros oficios, la polifacética Leunens se dio a conocer como novelista con Primordial Soup en 1999. En su ascendencia familiar destaca la presencia de su abuelo, el flamenco Guillaume Leunens, artista del metal, cuyos avatares biográficos dan para otra película, entre ellos su  cautiverio en un campo de trabajo nazi. El abuelo de la escritora influiría, claro está, en la posterior producción narrativa de su nieta.
El protagonista de Caging skies es Johannes, un niño austríaco de 11 años que asiste a la anexión de su país como provincia del III Reich, el llamado Anschluss de 1938. En la novela se hace alusión al referéndum que aprobó dicha anexión por abrumadora mayoría y el niño es testigo de las arengas de Hitler desde su tribuna en una Heldenplatz abarrotada. Uno de los puntos de interés de la novela estriba en el testimonio de la incipiente barbarie desde los ojos inocentes de un niño de 11 años. Para Johannes, las esvásticas de las banderas se asemejan a molinillos que parece que van a empezar a girar en cuanto sople el viento. También se deja llevar por la grandiosidad de la estética nazi. No se extraña de que en los colegios se sustituyan los libros por los ejercicios gimnásticos porque el III Reich le necesita y a Johannes nunca antes le habían dicho que lo necesitaban para nada. Pronto descubrirá con estupor que sus padres esconden en la casa a una niña judía de la que acabará enamorándose. Tras acabar la guerra con la entrada de los aliados, todo el libro se centrará en las mentiras que Johannes, huérfano ya durante la contienda, se inventa para hacer creer a la chica judía que la guerra la han ganado los alemanes y que, por tanto, no puede abandonar su escondite. Es su manera de retener junto a él el único arrimo afectivo que le queda.
La película, rodada en Praga, y no en Viena, respeta la ternura del texto de Leunens pero carga las tintas en la parodia de las delirantes teorías raciales nazis que en el libro solamente aparecen barnizadas por la sutil ironía del narrador. Waititi, que también aparece como actor, interpretando al Hitler que el niño usa como amigo imaginario, incorpora a la historia las divertidas excentricidades a las que nos tiene acostumbrado el director neozelandés. Por otro lado, la parte en que Johannes miente a su huésped judía se resuelve en la película con apresuramiento, mientras que en la novela parece formar parte del núcleo argumental. En ese sentido, es significativo el prólogo de la novela, donde la autora reflexiona filosóficamente sobre la mentira: «El riesgo de mentir no estriba en que las mentiras sean falsedades y, por tanto, irreales, sino en que se vuelven reales en la mente de los demás. Escapan de la mano del mentiroso como semillas liberadas al viento y germinan con vida propia en los sitios más inesperados». En cualquier caso, ambos, película y libro, se complementan mutuamente. La película aligera el drama del libro, a veces de forma irreverente, otras de manera muy respetuosa, y el libro permite ahondar de forma seria en aquellos aspectos que la película elude. Eso sí, en algo ambos formatos están de acuerdo: en darle la patada en el culo al señor ese del mostacho.