viernes, 14 de febrero de 2020

474. Gorriones



Siempre he pensado que la avecilla que le cantaba al albor al famoso prisionero del romance, aquella que le servía al cautivo para conocer desde su celda si era de día o de noche, era, en realidad, un gorrión. Así debió de pensarlo también Miguel Hernández cuando escribió su cuento inacabado en la cárcel de Alicante. Ahora el prisionero era él. El poeta oriolano llamó a su héroe alado con el sonoro nombre de Pío-Pa. El gorrioncillo hace su epifanía en el ventanuco del calabozo y entonces Miguel, que sabe que lo van a matar, escribe una carta que anuda con un jirón de su camisa en el cuello de Pío-Pa. El gorrión tiene la misión de entregar la nota a su mujer, allá «en la región más soleada de estas tierras». Antes de presentarnos a Pío-Pa, Miguel Hernández escribe un precioso prefacio sobre los gorriones que no puedo dejar de reproducir: «Los gorriones son los niños del aire, la chiquillería de los arrabales, plazas y plazuelas del espacio. Son el pueblo pobre, la masa trabajadora que ha de resolver a diario de un modo heroico el problema de la existencia. Su lucha por existir en la luz, por llenar de píos y revuelos el silencio del torvo mundo, es una lucha alegre, decidida, irrenunciable». ¿Verdad que es hermoso? Anden, léanlo de nuevo antes de proseguir. Así me dan tiempo a recrearme a mí en el gorrioncillo que se acaba de posar en el alféizar de mi ventana. ¿Creerán ustedes que se trata una licencia literaria de quien esto escribe? ¡No! Ahí está dando saltitos sobre sus pequeñas patas, sin saberse observado, todo pluma y corazón. Y no puedo dejar de mirarlo. En mi infancia yo amanecía todas las mañanas con el canto de un gorrión que había anidado en el tambor de mi persiana. Uno se hace niño observando gorriones. ¿Ya acabaron con el texto de Miguel Hernández? Pues venga, más gorriones. Seguramente el autor que más haya escrito la palabra «gorrión» en sus novelas haya sido Miguel Delibes. Todas sus novelas están repletas de ellos. A mí siempre me viene el recuerdo de aquellos gorriones de La sombra del ciprés es alargada que «piaban desaforadamente desde los aleros pidiendo algún alimento para no sucumbir en aquellas jornadas blancas y heladas» de Ávila. Juan Ramón Jiménez se quedó a solas con Platero y los gorriones, y los observaba beberse un «un poquito de cielo en un charquillo del brocal del pozo» para después reflexionar sobre la libertad y la humildad que estos representan. Catulo envidia al gorrión que le ha regalado a Lesbia, pues esta lo mima en su regazo, y Safo invoca a Afrodita, que aparece en su carro tirado por gorriones. Pablo Neruda evocó en su poema «Muerte y persecución de los gorriones» la decisión de Mao Tse-Tung de eliminar  todos los gorriones de China por considerarlos perjudiciales para las cosechas de grano. Tal política alteró la cadena trófica del país, hasta el punto de que fueron los insectos, como las langostas, que campaban a sus anchas sin sus predadores, quienes acabaron con el trigo del país provocando una gran hambruna. Neruda trasciende la anécdota para denunciar el régimen totalitario.
La SEO/Bird Life afirma ahora que en la última década han desaparecido en España unos 30 millones de gorriones. El cambio climático, la contaminación, la hostilidad urbana o los nuevos depredadores, entre otros factores, están contribuyendo a su paulatina extinción. Miguel Hernández no pudo terminar su cuento sobre Pío-Pa. Y esa página en blanco que aparece en todas las antologías cerrando el cuento inconcluso parece ahora una metáfora del cielo yermo de los gorriones. Y al levantar la vista de mi ordenador compruebo que el gorrioncillo de mi alféizar ya no está.

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