lunes, 17 de febrero de 2020

475. Una década de 'El cura y el babero'



El próximo sábado esta columna cumplirá una década en las páginas del Diari de Tarragona. Todavía recuerdo aquel primer artículo, una evocación de los tranvías que luego conecté literariamente con el Tranvía a la Malvarrosa de Manuel Vicent. Me habían limitado el espacio a apenas 1600 caracteres y tuve que hacer un verdadero encaje de bolillos para que el texto cupiera en aquel molde. Hoy disfruto de casi 4000. Para el nombre de la sección había propuesto algunos títulos que ahora me sonrojan: «Florilegio / ramillete / silva literaria»; «Feliz miopía»; «El espía del Parnaso»… Tras aquella lamentable terna también proponía «El cura y el barbero» remitiéndome al famoso escrutinio literario del Quijote. Afortunadamente, Antoni Coll me convenció para proponer el título cervantino que hoy y desde hace 10 años encabeza la columna. Fue precisamente Antoni Coll quien me propuso colaborar con el periódico después de conocer los artículos que Beatriz Pastor y yo publicábamos en un blog literario que recién comenzaba su andadura y que habíamos titulado con un verso de San Juan de la Cruz, «Cesó todo y dejéme», en referencia al rapto místico que nos producía el ejercicio de la lectura. En enero de 2010 salía yo ufano del despacho de Josep Ramon Correal, a la sazón director del Diari, con el compromiso de realizar quincenalmente reseñas de novedades literarias. Pronto Isaac Albesa, entonces jefe de cultura, me sugirió una periodicidad semanal y el aumento de la extensión de los textos. La sensación que más recuerdo de aquel enero memorable, al salir del despacho de Josep Ramon, era la de sentirme parte de la ciudad. Ascendía feliz la Rambla Nova en dirección al Balcón del Mediterráneo y me sentía integrado con ella. Más allá de la tonta vanidad de verse uno en letra de molde, durante aquel paseo feliz hacia el mirador sobrevolaba la idea, mucho más hermosa, de formar parte de la gente, de solazar la pausa laboral de los trabajadores en las cafeterías, de acompañar la paz beatífica de los jubilados, de conversar con los docentes en las salas de profesores, de entretener el hastío de los convalecientes de los hospitales. Ascendía la Rambla y me sentía multiplicado y partícipe de las bellas fachadas de los edificios que flanqueaban mi camino, de los negocios, de la tremolina matutina en cuyo engranaje era yo una pequeña rueda dentada que colaboraba en la gran maquinaria de la vida desde la literatura. Sentirme uno más en la ciudad no era una experiencia baladí. Desde la patria chica de mi barrio de periferia, un barrio de emigrantes siempre exiliado de la capital, la asunción de mi identidad tarraconense fue una novedad y un suceso fundacional para mí.
La columna siguió su curso y su propósito inicial fue modificándose. De ser una sección que debía reseñar las novedades literarias, acabó convirtiéndose, sobre todo, en un espacio de reflexión y en un campo de entrenamiento que abonaba mi vocación creativa y literaria. Comoquiera que no podía leerme un libro cada semana para las reseñas, escribía artículos de transición para ganar tiempo entre lectura y lectura. Al final, aquellos artículos que ocupaban los intervalos de las reseñas, acabaron siendo la seña de identidad de la columna, más incluso que las críticas de libros. A «El cura y el barbero» le debo yo la disciplina de la escritura, una regularidad que me ha mantenido una década en contacto con la palabra de manera ininterrumpida y que ha facilitado la forja de una voz y estilo propios con los que sentirme seguros en mi vocación de escritor. También le debo la lectura constante, el aprendizaje y el conocimiento de personas que han sido para mí modelos del oficio y ejemplos de virtud estética y moral. Después de 10 años y de casi medio millar de artículos, uno nunca sabe si ya ha ofrecido todo lo que tenía que ofrecer y si «agotado su tesoro, de asuntos falta, enmudeció la lira» y que, por lo tanto, va siendo ya hora de decir adiós y de dejar de darles la tabarra. Pero mientras lo pienso, aquí andaremos la semana que viene con alguna nueva bagatela, y el cura y el barbero les agradecerán, como siempre, su compañía. Gracias.

A Antoni Coll

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