lunes, 1 de julio de 2019

451. La ternura




¡Es de Lope! Si los espectadores del siglo XVII pudieran asistir a la representación de la última comedia escrita y dirigida por Alfredo Sanzol, sin duda, pronunciarían esta archiconocida expresión con la que queda patente la calidad de la misma. Eso mismo pensé yo cuando tuve la oportunidad de ver La ternura en el Teatro Infanta Isabel de Madrid. Tras recibir el Premio Max al Mejor Espectáculo Teatral de 2019, vuelve a las tablas para goce y regocijo de los espectadores que aún no habíamos tenido la ocasión de disfrutar de la ingeniosa pluma del nuevo director del Centro Dramático Nacional.
La ternura es el fruto del proyecto “Teatro de la Ciudad”, iniciado en 2016, cuya finalidad era trabajar sobre la comedia en general y sobre Shakespeare en particular. Sanzol, haciendo un juego que supera la simple mimesis, ha escrito una comedia al más puro estilo isabelino impregnada de la inconfundible huella del genio de Stratford. De hecho, no son pocas las reminiscencias y guiños que aparecen en el texto que nos ocupa al universo shakespeariano: La tempestad, Noche de Reyes, Sueño de una noche de verano y otros tantos títulos desfilan por esta comedia romántica de aventuras. Este espectáculo entronca, pues, con la actual tendencia a la recuperación de los clásicos no sólo con la representación de piezas del teatro áureo sino con la creación de obras nuevas siguiendo los esquemas del teatro del siglo XVII. Jóvenes dramaturgos y grandes conocedores del teatro del Siglo de Oro que muestran un profundo amor y respeto por los clásicos y que se atreven a demostrar que este tipo de teatro funciona, que es capaz de pellizcar el alma de los más exigentes espectadores. Bendita osadía y aventura  de la que Sanzol y otros, como Álvaro Tato, salen merecidamente victoriosos.
 El argumento de la obra que nos ocupa es sencillo. La reina Esmeralda y sus dos hijas viajan en un navío de la Armada Invencible porque Felipe II ha decidido casar a las princesas con unos nobles ingleses. La reina, hastiada del género masculino y de su superioridad frente a las mujeres, decide provocar una tempestad cuando pasan cerca de una isla desierta. Allí vivirán las tres damas, libres, felices, dueñas de sus destinos y sin hombres. Mas pronto descubrirán que la isla está habitada por el leñador Marrón, quien hace veinte años se refugió en este idílico lugar para vivir con sus dos hijos varones alejados de las mujeres. Para protegerse, deciden vestirse de hombres. He aquí el nudo del enredo. A partir de este momento, los seis personajes vivirán un sinfín de aventuras, malentendidos, engaños, cambios de identidad, hechizos y planes fallidos por parte de la reina y del leñador, quienes no podrán contener la fuerza del amor. Los jóvenes leñadores y las princesas acabarán cayendo en las redes del sentimiento más universal y atemporal que existe.
Todo ello enmarcado por una escenografía carente de decorados en la que destacan los diálogos chispeantes e ingeniosos que aseguran la risa –y la carcajada- de los espectadores y las magníficas interpretaciones de un elenco de actores a los que les basta la palabra para llenar el escenario.
Alfredo Sanzol ha escrito una pequeña joya que nos invita a reflexionar sobre la imposibilidad de vivir sin amor, sobre los manidos tópicos que nos hacen tener ideas preconcebidas entre hombres y mujeres, sobre la dificultad de los padres por proteger a los hijos del dolor que acarrea la vida y sobre la necesidad de que el verdadero amor esté impregnado de respeto, cariño y, sobre todo, de mucha ternura.

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