lunes, 12 de abril de 2021

526. Yo también he estado en Comala

 


Son muchas las ciudades míticas que forman una especial geografía literaria por la que podemos viajar a través de las páginas de las obras en las que han sido construidas. Uno de estos lugares es Comala, un subyugante espacio en el que Juan Rulfo nos sumerge de lleno con su novela Pedro Páramo (1955), que se inscribe dentro de los límites del llamado realismo mágico y que forma parte del canon de obras imprescindibles de la literatura universal. La última muestra de su vigencia es la adaptación teatral que ha preparado Pau Miró y que dirige Mario Gas. Un proyecto que, a priori, se presenta como muy arriesgado pues no es fácil llevar a las tablas una obra tan compleja. Sin embargo, Miró y Gas han salido airosos de este reto dramatúrgico. El carácter fragmentario de la novela, su inexactitud temporal y sus saltos en el tiempo, lejos de constituir escollos insalvables, facilitan la creación de las diferentes escenas que forman un espectáculo teatral cuyo resultado final es brillante.

Todo el peso interpretativo recae en dos actores magníficos: Pablo Derqui y Vicky Peña, quienes hacen un trabajo digno de encomio pues infunden vida a un extenso ramillete de personajes. Únicamente con su voz – el trabajo de ventriloquía de Peña es excelente- y con mínimos cambios de atrezo, se meten en la piel de una veintena de personajes que el espectador identifica fácilmente, sin perderse por ese dédalo de relatos y de situaciones que transitan entre la vida y la muerte y que acaban confluyendo en el personaje de Pedro Páramo.

Mario Gas ha declarado que su objetivo es “que el público se sienta en mitad de un bosque de noche, alrededor de una hoguera, mientras alguien le cuenta una historia”. En cuanto Derqui aparece en escena y pronuncia las primeras palabras de Juan Preciado: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”, la llamada cuarta pared se rompe y el espectador se convierte en un habitante más de Comala. Nuestras referencias espacio-temporales desaparecen y nos hallamos en ese inquietante lugar en el que transcurre la acción. Respiramos la tristeza de Comala y somos –también nosotros un muerto más– destinatarios de los relatos que los diferentes personajes le cuentan al hijo de Dolores. La narración oral, las palabras sustentan el peso de la acción con un respeto máximo al texto original y permite reconocer el estilo de Rulfo en todo momento. Estas historias relatadas por seres fantasmagóricos, misteriosos, marcados por el sufrimiento, sirven para dibujar el perfil de Pedro Páramo. Así, gracias a la palabra descubre Juan Preciado que su progenitor es un ser déspota, malvado, tirano e injusto que ha condicionado negativamente la vida de Comala, un lugar muerto en el que solo quedan voces grises, lamentos ahogados, recuerdos dolorosos de seres que vagan en una especie de limbo que acaba engullendo también a Preciado. El único rasgo que humaniza a Pedro Páramo es el amor que siente por Susana San Juan, pero no le ayuda a redimirse sino que acentúa su nivel de maldad cuando ella pierde la vida.

La puesta en escena es sencilla pero muy efectista. Unas paredes grises, hojas secas en el suelo, un par de escaleras móviles, algunas sillas desvencijadas y una pantalla en la que se proyectan imágenes que contribuyen a crear la angustiante atmósfera de Comala. No hace falta nada más porque lo importante, como ya se ha señalado, es la palabra. Con estos elementos, los actores nos regalan escenas impactantes como la asfixia de Juan Preciado, el genial diálogo entre él y Dorotea en la tumba,  la ira de Pedro Páramo cuando el pueblo festeja mientras él entierra a Susana San Juan o su muerte a manos de su hijo Abundio.  

En definitiva, la adaptación teatral de Pedro Páramo corrobora la máxima de que “menos es más”. Bastan dos buenos intérpretes y un texto fiel al original, muy bien trabajado, con escenas perfectamente hilvanadas que dibujan un patrón exacto de ese “rencor vivo” que ha pasado a la memoria colectiva de la literatura, para que los espectadores podamos afirmar que nosotros también hemos estado en Comala.

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