lunes, 14 de abril de 2025

686. Tejer el envés

 


En un mundo como el nuestro, abocado a la fragmentación y al desmantelamiento de las ideas humanistas que alguna vez sustentaron los ideales de las naciones de Occidente, hay libros que llegan para certificar la defunción de aquellos principios. Gerardo Rodríguez Salas, testigo atento y lúcido de la hecatombe, teje en Los hilos de la infamia el terrible tapiz de nuestro tiempo. Con un tono imprecatorio, casi de maldición bíblica, que tanto recuerda a muchos de los poemas lorquianos de Poeta en Nueva York,  el autor granadino explora las lacras de nuestra sociedad, pero no se limita al testimonio del observador afligido sino que lanza su invectiva condenatoria con los alaridos de los proscritos y el ardor de las revoluciones. Nada escapa a su diatriba. La corrupción de los poderosos, que «aún blanquean su dionisíaco amor en paraísos fiscales», tizna también a la Iglesia a quien se le «cae el disfraz / al suelo la birreta». La infancia es arrasada en un secreto incesto o en los telares de Hong-Kong –«nunca estuvo tan lejos / Nunca Jamás» mientras en Marruecos una niña se prepara para su noche de bodas: «Adiós a aquella niña. / No frotaré las lámparas del zoco». El drama migratorio tiene su impresionante pórtico en el primer poema de «Capulina», donde se realiza una crítica feroz a la Europa insolidaria y se pide a las Erinias que venguen los cuerpos inertes de Aylan y Galip. El sexo huele a zotal en los burdeles de la degradación mientras alguien diseña su fantasía erótica con su sex doll customizada que puede ser trasunto de la cosificación de la mujer. Los nacionalismos visten de patriotismo sus desmanes guerreros mientras las redes sociales anestesian a «las hijas de la ira» con sus «enlaces hueros». Las Torres Gemelas de Nueva York, «sucias vestales», que nunca ansiaron las alturas, buscan la verdad natural lejos del capitalismo, en «las acuosas cuevas / donde esconder nuestro ardor animal», mientras rezan para que no se nuble «la antorcha de la dama» y la libertad que su luz promete. Y, entretanto, la Literatura, enlodadas sus nueve musas, trata de levantar un yunque donde gestar «la llama en nuestro molde / para inventar el número divino». No parece azaroso el guiño a «Los caprichos» goyescos donde el lienzo parece ofrecerse para el sueño de la razón. Particularmente importante es el asunto de la sororidad. El poemario en su conjunto, mediante el símbolo de Aracne, arenga a las mujeres a tejer el envés del tapiz de la infamia. Los últimos siete poemas, enumerados a la inversa, parecen conformar una suerte de cuenta atrás para esa revolución que les otorgará redención definitiva: «mis hermanas están tendidas / pero nosotras / las bestias de los hilos / un día buscaremos las cunas de Belén / para nacer de nuevo». Así, «embriagadas de hybris», las voces femeninas que han ido urdiendo la tela de araña de todo el poemario, con sus promesa revolucionaria, tejen el telón que cierra la obra. De ese modo, Rodríguez Salas deja abierta la puerta a la esperanza para, como dice Ángeles Mora, aprender a hilar de otra manera. Los hilos de la infamia constituye un aldabonazo que llama a las conciencias, y lo hace con un torrente de estampas alucinadas, casi surrealistas, que es el camino más propicio para describir este mundo desquiciado. El autor cifra, sobre todo, esa esperanza en las mujeres, que deben superar el viejo litigio entre Minerva y Aracne para tejer juntas el nuevo porvenir.

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