lunes, 15 de septiembre de 2025

699. Cuando Ítaca es la penitencia

 


La nueva versión cinematográfica inspirada en la Odisea es un precioso retrato intimista que explora los remordimientos del héroe y su sentimiento de culpa, alejándolo de la altivez homérica, desmitificando sus cualidades épicas y eliminando cualquier referencia a las intercesiones divinas. En definitiva, Uberto Pasolini obra en Odiseo (nunca he llevado bien la variante latina de Ulises) un ejercicio de humanización sin menoscabo de una lectura atenta, pero personalísima, de la epopeya de Homero.

Hay quienes critican la morosidad del metraje. No sé si es que esperaban –signo de los tiempos– la acción desaforada de las tramas que hoy se estilan. Para empezar, conviene ir sobre aviso a las salas de cine y leer críticas y sinopsis: El regreso de Ulises se centra solamente en la llegada del héroe a Ítaca y no en todo su periplo aventuresco desde que abandonara Troya. Quien busque esto último deberá esperar al estreno en 2026 de la película de Christopher Nolan. También hay quien le ha afeado a la cinta el oportunismo antibelicista relacionado con la guerra de Gaza. Pero no hay que olvidar que la Ilíada está trufada de alegatos contra el sinsentido de la guerra y, en todo caso, nunca me parecerá mal que el arte se comprometa con la denuncia de las atrocidades de su tiempo como es este GENOCIDIO retransmitido en directo por las televisiones ante la vergonzante inhibición de Europa.

Llama la atención el acre recibimiento que recibe Odiseo una vez en Ítaca, tan diferente del que le profesan Penélope y Telémaco en la Odisea. Entre sus reconvenciones está la de haber causado la muerte de sus compañeros de armas, buenos hombres a los que el héroe que los lideraba no ha sabido proteger, apropiándose egoístamente de la gloria de la victoria o del regreso. En realidad, una lectura concienzuda de la Odisea nos permite entender que, efectivamente, Ulises tiene motivos de los que avergonzarse: oculta a sus compañeros los riesgos de atravesar el estrecho que custodian Escila y Caribdis; se protege a sí mismo enviando una avanzadilla de exploración en la tierra de los lestrigones; vencido Polifemo, arriesga la vida de sus hombres empecinado en tornar a la isla del cíclope para volver a provocarlo como un vulgar bravucón; su altanería está presente en cada hexámetro del aedo. Todo eso lo sabe Ulises. De todo se siente culpable. No hay gloria en su regreso. Lo que quiero decir es que Pasolini ejecuta su versión con un gran conocimiento de los versos de Homero. Hay más ejemplos. En la Odisea aparece en multitud de ocasiones el epíteto épico «la luz del regreso». En la película, el actor Ralph Fiennes, que da vida a Odiseo, sale del tugurio oscuro en donde le han dado hospitalidad tras su naufragio cuando le anuncian que se halla en Ítaca y el sol ciega de felicidad su rostro; a continuación, se arrodilla para llevarse a la boca la tierra del hogar, en una escena memorable. Conmovedor es también el esperadísimo encuentro con su fiel perro Argos, que cumple todas las expectativas del espectador. Y se recuerda el natural ingenioso de Odiseo cuando en la película, tras fracasar los pretendientes a la hora de tensar el arco, el héroe aplica la maña en lugar de la fuerza para tal propósito. Con esto contraviene Pasolini el texto homérico, pues también Antínoo piensa en calentar el arco para vencer su rigidez.

Esto nos lleva a otro de los méritos de la película: la inteligente adaptación a los códigos cinematográficos eliminando la enojosa coda de Homero o las historias interpoladas con las que Odiseo pretende ocultar su identidad para condensarlo todo en un económico pero eficaz montaje argumental. Por añadir algo más, la última frase de Penélope (espléndida Juliette Binoche) es quizás una de las declaraciones de amor más hermosas que yo haya escuchado en una película.

Es septiembre, vuelven las rutinas tras el largo verano. Esta columna, el cine, el teatro los libros postergados. Volvemos a Ítaca.