lunes, 1 de diciembre de 2025

709. Un cabaré barroco

 


Ángel Ruiz, actor y cantante conocido por espectáculos tan emblemáticos y premiados como Miguel de Molina al desnudo, apuesta en su último proyecto por sumergirse en el Siglo de Oro con una propuesta muy personal, que difiere de algunos “pastiches barrocos” que circulan últimamente por los escenarios españoles, en los que un levísimo hilo argumental sirve de excusa para interpretar escenas emblemáticas de nuestro teatro áureo o para recitar determinados versos per se.

Ruiz pone en escena en El rey de la farándula a un actor andrógino -“yo soy una ficción”, dirá-, que viaja a la actualidad para confesarle al público (rompiendo así la cuarta pared), a través de un  monólogo íntimo y emotivo, episodios relativos a su oficio y con la relación que mantuvo como confidente de Felipe IV. A través de esta “entelequia” en la que confluyen referencias a cómicos como Juan Rana o “La Calderona”, se pinta un retrato muy completo y humano del que fuera un monarca sensible, protector y precursor del arte que sentía auténtica fascinación por el teatro. El rey, presente en medio de la escena en un cuadro de gran tamaño, es perfilado como un ser contradictorio, lujurioso y afectivo que halló en el arte un refugio en el que cobijarse ante el desastre político que se vivió durante su reinado. Son muchas las anécdotas históricas y personales que el confidente de Felipe IV va desgranando, algunas de ellas poco conocidas, lo que corrobora el cuidado trabajo de documentación que hay detrás del texto.

El espectáculo, definido por el mismo Ángel Ruiz como un buen gazpacho, incluye ingredientes tan variados como el humor, la confesión, la sensibilidad, la sátira política, la ambigüedad sexual y el homenaje; todo ello aderezado con una selección musical que eleva la obra a los límites de la excelencia. Piezas renacentistas y barrocas conviven con textos de Lope, Calderón o Quevedo. Bru Ferri, director musical, aparece en escena como acompañante y contrapunto cómico de nuestro protagonista y toca prodigiosamente el piano. Destacan, por ejemplo, la versión musical del famoso poema “Poderoso caballero es don Dinero” o “Quedan los artistas”, de Enrique Pinti, tema que pone el broche de oro a la propuesta de Ruiz. Y es que en el título de la canción se resume el potente mensaje del espectáculo: la importancia del arte y, por ende, de los artistas a lo largo de los siglos. El arte, por tanto, como elemento de supervivencia frente a los tiempos convulsos que se han vivido y que seguimos sufriendo.

La puesta en escena es minimalista a la par que sugestiva, pues además del ya mencionado cuadro del monarca, cuelgan del escenario varios marcos vacíos a los que el personaje se va asomando, y una zona más privada, una especie de camerino, en la que se producen las confesiones más íntimas del actor, quien a medida que avanza la obra irá desnudando no solo su aspecto externo sino también su alma ante un público que le sirve de confidente.

El rey de la farándula es una reivindicación festiva y cabaretera, cubierta en ocasiones de una pátina de desengaño o tristeza, que se sustenta en un gran trabajo vocal, musical y corporal por parte de Ruiz, quien demuestra una habilidad innata para encarnar a diferentes personajes. Un trabajo impecable que supone un sincero homenaje a los artistas, seres muchas veces anónimos que han tenido una labor fundamental en la historia en tanto que han sido y son los facilitadores del Arte, los canalizadores o intermediarios entre ese Arte, en abstracto, y el público. Un merecido reconocimiento, en definitiva, que se sirve de la buena palabra recitada y de la palabra hecha música. Con eso basta.