Ángel
Ruiz, actor y cantante conocido por espectáculos tan emblemáticos y premiados
como Miguel de Molina al desnudo, apuesta en su último proyecto por
sumergirse en el Siglo de Oro con una propuesta muy personal, que difiere de
algunos “pastiches barrocos” que circulan últimamente por los escenarios
españoles, en los que un levísimo hilo argumental sirve de excusa para
interpretar escenas emblemáticas de nuestro teatro áureo o para recitar
determinados versos per se.
Ruiz
pone en escena en El rey de la farándula a un actor andrógino -“yo soy
una ficción”, dirá-, que viaja a la actualidad para confesarle al público
(rompiendo así la cuarta pared), a través de un monólogo íntimo y emotivo, episodios relativos
a su oficio y con la relación que mantuvo como confidente de Felipe IV. A
través de esta “entelequia” en la que confluyen referencias a cómicos como Juan
Rana o “La Calderona”, se pinta un retrato muy completo y humano del que fuera
un monarca sensible, protector y precursor del arte que sentía auténtica
fascinación por el teatro. El rey, presente en medio de la escena en un cuadro
de gran tamaño, es perfilado como un ser contradictorio, lujurioso y afectivo
que halló en el arte un refugio en el que cobijarse ante el desastre político que
se vivió durante su reinado. Son muchas las anécdotas históricas y personales
que el confidente de Felipe IV va desgranando, algunas de ellas poco conocidas,
lo que corrobora el cuidado trabajo de documentación que hay detrás del texto.
El
espectáculo, definido por el mismo Ángel Ruiz como un buen gazpacho, incluye
ingredientes tan variados como el humor, la confesión, la sensibilidad, la
sátira política, la ambigüedad sexual y el homenaje; todo ello aderezado con
una selección musical que eleva la obra a los límites de la excelencia. Piezas
renacentistas y barrocas conviven con textos de Lope, Calderón o Quevedo. Bru
Ferri, director musical, aparece en escena como acompañante y contrapunto
cómico de nuestro protagonista y toca prodigiosamente el piano. Destacan, por
ejemplo, la versión musical del famoso poema “Poderoso caballero es don Dinero”
o “Quedan los artistas”, de Enrique Pinti, tema que pone el broche de oro a la
propuesta de Ruiz. Y es que en el título de la canción se resume el potente
mensaje del espectáculo: la importancia del arte y, por ende, de los artistas a
lo largo de los siglos. El arte, por tanto, como elemento de supervivencia
frente a los tiempos convulsos que se han vivido y que seguimos sufriendo.
La
puesta en escena es minimalista a la par que sugestiva, pues además del ya
mencionado cuadro del monarca, cuelgan del escenario varios marcos vacíos a los
que el personaje se va asomando, y una zona más privada, una especie de
camerino, en la que se producen las confesiones más íntimas del actor, quien a
medida que avanza la obra irá desnudando no solo su aspecto externo sino
también su alma ante un público que le sirve de confidente.
El
rey de la farándula es
una reivindicación festiva y cabaretera, cubierta en ocasiones de una pátina de
desengaño o tristeza, que se sustenta en un gran trabajo vocal, musical y
corporal por parte de Ruiz, quien demuestra una habilidad innata para encarnar
a diferentes personajes. Un trabajo impecable que supone un sincero homenaje a
los artistas, seres muchas veces anónimos que han tenido una labor fundamental
en la historia en tanto que han sido y son los facilitadores del Arte, los
canalizadores o intermediarios entre ese Arte, en abstracto, y el público. Un
merecido reconocimiento, en definitiva, que se sirve de la buena palabra
recitada y de la palabra hecha música. Con eso basta.
