viernes, 19 de junio de 2009

10. El nuevo mester: el blog de Diego Catalán

Una habitación de paredes blancas listadas en su parte superior por una sobria cenefa de madera; en la pared del fondo, una puerta de dos jambas, cerrada a cal y canto y que debe dar acceso a un balcón; flanqueándola por la izquierda, una librería baja de tres cuerpos: en el central, móvil, rebosan los libros dispuestos sin orden aparente; los cuerpos superior e inferior esconden sus secretos tras sendas puertas a llave; quizás algunos legajos importantes que no puedan quedar a la vista de cualquiera, aunque esto es ponerse romántico. Coronando el mueble, más papeles y un cuadro que representa una figura masculina, de corte clásico, en disposición de leer. A la derecha del balcón, un archivador; a éste lo corona una imagen femenina que se antoja alguna donna angelicatta, pero, desde esta ventanita del tiempo, no lo puedo asegurar. Frente al balcón, una mesa de estudio, repleta de documentos y un flexo; sus patas salomónicas que, apurando la metáfora mobiliaria, podrían dar buena cuenta de su sabio dueño, descansan sobre el suelo de madera. Todo en la estancia invita al estudio y al recogimiento: la luz mate, la austeridad ornamental, enemiga de la distracción, la acogedora madera oscura. En el centro, el suelo está ya cubierto por una alfombra; sobre ella, una mesa más humilde que la anterior con una antigua máquina de escribir. Un niño de apenas dos años, rubio, de pelo lacio y arremolinado, se encarama a la misma desde la silla en que le han sentado. Le asiste en su empeño la eterna curiosidad infantil y un cojín dispuesto en la base del asiento. De pie, un hombre de traje y corbata, con barba venerable, promimente, incipientemente canosa, observa las operaciones mecanográficas del pequeño y hasta parece que le orienta sobre la posición que deben adoptar los dedos sobre el teclado: "el dedo meñique para la letra Q", parece decirle. En el rostro del hombre se percibe la ternura que transmiten las cosas sencillas. Este hombre es don Ramón Menéndez Pidal. Y estamos en su casa. El retoño es Diego Catalán, su nieto.
Bien se ve que el nieto seguirá los pasos del abuelo. Y así ha sido. El empeño de Menéndez Pidal por crear la compilación "definitiva" del Romancero, sus estudios inigualables sobre la historia de nuestro idioma o la atención a las crónicas medievales como fuente para desenterrar los cantares de gesta perdidos, han sido perpetuados por Diego Catalán mediante numerosos trabajos de campo o ediciones preciosas sobre la materia. Títulos significativos son el Romancero panhispánico, que él mismo coordinó, o la Historia de la lengua española, publicada en 2005 y que es la culminación de la labor de reconstrucción llevada a cabo durante décadas por su abuelo. Por no hablar de los cariñosísimos homenajes que ha dedicado a Don Ramón con cada cuidada reedición de sus obras, pienso ahora en La leyenda de los infantes de Lara, el primer libro del ilustre gallego.
Diego Catalán murió el 9 de abril de 2008 en Madrid, alejado del corsé academicista, individualizado como científico tras el parapeto de su propio método, asistido siempre por la mejor escuela que pudo tener como referente, la de su abuelo. Sin embargo, Diego Catalán parece seguir entre nosotros. Y no es éste el tópico al uso que se utiliza para hacer presente, a través de su obra, a un autor desaparecido. No, no. Es que Diego Catalán tiene un blog. El seguidor de un blog suele pasarse por la bitácora de vez en cuando para ver si hay algún artículo nuevo colgado. Porque detrás de un blog, siempre hay alguien que escribe. Y ahí está Diego Catalán, que con regularidad, desde marzo de 2009, nos va regalando un artículo sobre su última obra: La épica española. Nueva documentación y nueva evaluación, que aún no he leído pero que se antoja apasionante. Este libro, editado por el Instituto Universitario Menéndez Pidal, cuesta unos 72 €. Pero Diego Catalán quiso que estuviera al alcance de todos desde su blog, al igual que ha hecho con el Romancero de la Cuesta del Zarzal o el Arte poética del Romancero Oral. Resulta conmovedor pensar que alguien que pasó su vida queriendo darle al pueblo lo que era del pueblo, su patrimonio poético, el Romancero, ofrezca ahora su obra al mundo a través de esos otros juglares, también anónimos, ese grupo de ciudadanos partidarios de la cultura libre, sin canon, ni canonjías, ni derechos de autor, que trabajan sin ánimo de lucro, secundando este proyecto iniciado por Diego Catalán. Bello, bellísimo este nuevo mester.

viernes, 5 de junio de 2009

9. El manuscrito de piedra

Hace unos meses leí El manuscrito de piedra de Luis García Jambrina, profesor de Literatura Española en la Universidad de Salamanca.
Las primeras páginas de la novela plantean una trama que remite a la archiconocida obra de Umberto Eco, El nombre de la rosa, puesto que la acción gira en torno al misterioso asesinato de un catedrático de Teología. Se trata, por tanto, a priori, de una novela que viene a engrosar las interminables listas de obras de este tipo que con una ambientación histórica más o menos correcta versan sobre el esclarecimiento de algún enigma relacionado, normalmente, con asuntos eclesiásticos.
Ahora bien, el valor de esta novela reside en la maestría con que su autor ha sido capaz de imprimir personalidad a una temática tan manida en nuestros días.
El primer acierto es la elección del espacio, pues a lo largo de 300 páginas se nos ofrece una preciosa descripción de la ciudad de Salamanca. Así, el lector tiene el privilegio de recorrer de la mano de Jambrina algunos de los lugares más emblemáticos de la ciudad: el convento de San Esteban, la famosa Universidad, la Catedral, la Plaza Mayor, el Cielo de Salamanca, el Puente Romano que atraviesa el río Tormes, sin olvidarse de la famosa Cueva de Salamanca que tanta tradición literaria ha generado a su alrededor y un largo etcétera de rincones importantes que son descritos con una plasticidad digna del mejor pintor.
Por otra parte, se recrea perfectamente el ambiente estudiantil de la ciudad dorada que plasma a la perfección el dicho: quod natura non dat salmantica non praestat, en un momento de tanta agitación y cambios como fue el final del siglo XV. De hecho, el protagonista principal es un estudiante de Leyes conocido por todos: Fernando de Rojas. He aquí otro de los aspectos que confieren a la obra un valor añadido ya que aparece un personaje histórico real como personaje de ficción que se entremezclará, a su vez, con otros, como Celestina, a los que él mismo dio vida literaria. De modo que se plantea un curioso juego literario con respecto a los protagonistas que más peso tendrán en la trama descrita. Cualquier lector algo avezado sabrá captar los guiños y la intertextualidad que Jambrina nos lanza en diferentes momentos de la acción.
Asimismo, resulta interesante la plasmación que se hace de la vida relajada y nocturna que había en la ciudad. No olvidemos que Salamanca fue la primera urbe española en la que, de algún modo, se "legalizaron" los burdeles - bajo supervisión eclesiástica, por supuesto- por petición del infante don Juan a sus padres, los Reyes Católicos; y precisamente, de este lugar es originaria la archiconocida expresión: "irse de picos pardos", en alusión a la vestimenta que las meretrices habían de llevar en época de Semana Santa para ser reconocidas como tales.
Pues bien, García Jambrina logra armonizar el ambiente estudiantil, eclesiástico y prostibulario
mezclándolo con la situación de los judíos conversos, el Humanismo, la pasión... Consigue crear, pues, un todo unitario capaz de entretener al lector.
No obstante, más allá del argumento en sí guardo un grato recuerdo de esta novela por la cantidad de imágenes que se agolparon en mi cabeza durante su lectura. Considero que leerla puede resultar una experiencia gratificante para quien, como yo, admire esta ciudad que fue cuna de las letras y de la sabiduría y que actualmente sigue conservando esa magia especial e inexplicable que hace que quien pasee por sus calles caiga rendido a sus encantos.