viernes, 26 de marzo de 2010

37. La noche de los tiempos

Del último libro de Antonio Muñoz Molina se pueden desprender, entre otras muchas conclusiones, dos detalles significativos: uno ya se conocía y es que el escritor jiennense es un grandioso novelista; el otro es una tendencia que viene apuntándose tímidamente desde hace algún tiempo y que ahora Muñoz Molina ha novelizado; me refiero al proceso desmitificador al que se está sometiendo a algunas figuras de la historia reciente de nuestra literatura. En el primer caso, el lector que se acerque a La noche de los tiempos hallará entre su cerca de millar de páginas una prosa envolvente, de enorme capacidad sugestiva y evocadora. Muñoz Molina escribe sin prisas, como si tuviera todo el tiempo del mundo; no necesita acelerar la acción de lo que cuenta y se entrega al ejercicio de la escritura con un ritmo pausado, confidencial, casi susurrante, estableciendo con el lector un vínculo privado cuyo lazo se prolonga cada vez que éste cierra el libro y da descanso a la lectura. El hilo argumental nos traslada al año 1936 y se centra en la figura de Ignacio Abel, arquitecto encargado de las obras de la Ciudad Universitaria madrileña y que vivirá una relación adúltera con Judith Biely, alumna americana de Pedro Salinas y que nos remite inevitablemente a aquella Katherine Withmore, amante del poeta. El marco de esta historia es la guerra civil, de presencia testimonial en el blindado microcosmos amoroso del protagonista (no en el lector) y cuya verdadera conmoción no se hará presente en su vida hasta ese momento en que "uno ya no puede estar seguro de ciertas cosas [cuando] calles usuales de Madrid terminan de pronto en una barricada o en una trinchera o en el alud de escombros que ha dejado la explosión de una bomba. En una acera, al doblar una esquina, se puede ver con la primera luz del día el cuerpo ya rígido de alguien a quien empujaron contra la pared la noche anterior, convirtiéndola por impaciencia en paredón de fusilamiento". Esta falta de conciencia por parte del protagonista del drama fratricida tiene su culmen en aquel pasaje donde Ignacio busca desesperadamente a Judith por las calles de Madrid en una especie de viaje onírico en medio de iglesias quemadas, proclamas republicanas y caos generalizado. Respecto a la técnica narrativa, la novela abre varios frentes argumentales que paulatinamente se van cerrando, algo muy del gusto del autor; es como seguir una espiral donde cada nueva vuelta es una ampliación del asunto, lo que implica multitud de saltos temporales resueltos con magistral dominio. Muñoz Molina es, además, un gran conocedor del alma humana; sus personajes son analizados hasta los últimos rincones de su esencia misma, lo que los hace más humanos, individuos autónomos tratados con una hondura sorprendente.
La noche de los tiempos es la síntesis de toda la obra de Muñoz Molina: en ella encontramos el tempo lento de corte lírico de El jinete polaco; los personajes desarraigados de Sefarad; las evocaciones literarias de Beatus ille; o la nostalgia de la infancia de El viento de la luna. Es, además, una pintura muy viva del Madrid incierto del inicio de la contienda; se describen con gran crudeza los asesinatos, el ingenuo optimismo de los milicianos, la manipulación propagandística. Resulta curioso, además, leer novelizados a personajes reales que caminan por la novela, e incluso mantienen conversaciones con el protagonista, como Negrín, Moreno Villa, Zenobia Camprubí, Margarita Monmatí, Lorca, Alberti o Bergamín, entre otros.

En cuanto a la aludida desmitificación, apuntada al principio, Muñoz Molina la plantea en términos generales cuando alude a las atrocidades que también cometieron los perdedores. Las derrotas generan siempre ese prurito de la épica con que se adorna falazmente a los vencidos. No es que Muñoz Molina se sitúe al lado de los insurrectos pero, dando tan por sentada su repulsa hacia ellos, muestra también los abusos del bando derrotado. Esta deconstrucción se aplica también en la novela a algunos escritores aureolados más allá de su indiscutible magisterio artístico. Es el caso de García Lorca, de quien se destaca su soberbia y sus ansias de pueril protagonismo; o de Bergamín, parapetado en la sede de la Alianza de Intelectuales Antifascistas y que "no se bajaba del coche oficial"; o del histrionismo republicano de Alberti y su mujer que "viajaban a Rusia costeados por el dinero de la República y al volver se hacían fotos en la cubierta del barco, como si fueran dos artistas de cine en gira por el mundo, los dos levantando el puño cerrado, ella envuelta en pieles, rubia, con los labios muy pintados, como una Jean Harlow soviética con cara de pepona española"; o de Pedro Salinas, bien acomodado en su puesto de profesor universitario en Wellesley College y poeta del amor, pero para su querida. El fenómeno no es nuevo. De García Lorca se sabe que no soportaba la presencia de Miguel Hernández y que, por teléfono, pidió a Aleixandre que le echase de su casa porque quería visitarle; el mismo Alberti y su esposa sentían asco del olor del poeta de Orihuela y lo declararon sin pudor alguno. En cambio, José Luis Ferris en su biografía de Miguel Hernández defiende el protagonismo de José María de Cossío (bien relacionado con el bando vencedor) en los intentos de conmutar la pena de muerte del poeta y hace unos meses, se protestó con indignación ante la prohibición por parte de Josefa Medrano en Sevilla de un homenaje literario a Agustín de Foxá. Y es que, como dice Trapiello, algunos ganaron la guerra pero perdieron los manuales de literatura.

viernes, 12 de marzo de 2010

36. Miguel Delibes: la última hoja roja

La noche del jueves, cuando supe que Delibes se estaba muriendo, tuve la necesidad de leerle. Pensé que si todo el mundo hacía lo mismo, en el bisbiseo nocturno de miles de lectores, de miles de palabras, las suyas, se produciría el sortilegio de sujetarle un poco más a la vida. Ese fue mi particular velatorio. Quizás el mejor que se le puede hacer a un escritor. Cogí de mi estantería una novela suya al azar y apareció La hoja roja. El desvalimiento de su protagonista, un hombre a punto de jubilarse, me recordó la profunda humanidad que Delibes sintió siempre hacia el prójimo, sobre todo hacia los que sufren el despojo de sí mismos. La urgencia informativa obligará estos días a todos los medios a hablar de su figura. Pero Delibes no cabe en un artículo de opinión ni merece que las palabras laudatorias hacia su persona caigan en el ripio, ni merece la fría profesionalidad de un redactor que se apresura profesionalmente a documentarse para enumerar los datos de su biografía y a cerrar el acta de defunción. Lo que conviene ahora es leer a Delibes. Leerle para encontrar en sus libros lo que Delibes fue: el hombre que duda y que teme a los misterios de la vida en La sombra del ciprés es alargada y que ya estará desvelando; el hombre que amaba la tierra y el mundo rural en El camino sin folklorismos pintorescos sino con el lirismo sobrio del alma castellana, él, que pronto será tierra de sí mismo; el hombre comprometido con las injusticias y enfrentado a la censura, que representa Mario en Cinco horas con Mario, trasunto del propio autor; el hombre con alma de niño en El príncipe destronado, pero nunca serás, Miguel, destronado; el hombre conocedor del alma humana; en sus libros más introspectivos e íntimos, como Señora de rojo sobre fondo gris; el gran erudito que también sabe escribir una memorable novela histórica, El hereje, modelo indiscutible del género, hoy que la novela histórica nos abruma en cantidades ingentes del “vale todo”.
Con Delibes me pasa como con Galdós. Siempre vuelvo a sus libros. Cuando mis lecturas se pierden entre las banalidades que se nos venden como novelas del siglo, hastiado, vuelvo la vista a Delibes y es como reencontrarse con la literatura de verdad, un retorno a casa. Y aunque Delibes ha agotado ya su última hoja roja, el aroma dulce de su tabaco es imperecedero, con la ventaja de que, además, es sumamente saludable. Descanse en paz, Miguel Delibes.

miércoles, 10 de marzo de 2010

35. Antonio Carvajal

La presencia del poeta Antonio Carvajal en el Aula de Poesía de l'Antena del Coneixement de la URV en Cambrils, dirigida por Ramón García Mateos, dejó patente entre el auditorio uno de los principales rasgos de su faceta humana: la autenticidad. El dato no resultaría relevante si no fuera porque ésa es también una de las piedras angulares de su obra; en pocos autores como en Carvajal se da esa intrínseca comunión entre vida y obra, no sólo como mero trasunto autobiográfico sino, sobre todo, como verso palpitante de vida y para la vida. O, en palabras de Antonio Chicharro, la poesía [de Carvajal] es la concreción verbal de un modo de vida, es la hermosa y brillante ceniza que el poeta recoge pacientemente en la hoguera del vivir, experiencia y existencia fundamentales a manos llenas. Su poesía no es, pues, un ejercicio retórico válido en sí mismo, sino en casación íntima con la vida de la que se nutre. Por eso, los temas de su poesía evolucionan desde el inicial y exultante optimismo vital de Tigres en el jardín (1968), con el amor y la naturaleza como constructores armónicos de la felicidad humana, pasando por la negación de ese optimismo en Serenata y navaja (1973), hasta llegar a la desolación de Testimonio de invierno (1990). En Alma región luciente (1997) hallamos ya el sabio y sereno equilibro de la madurez que matiza desde una actitud contemplativa las obras anteriores.
Esta autenticidad es la que otorga a Antonio Carvajal su originalidad pues, como él mismo ha declarado, "la autenticidad del poema [es] manantial de todas las originalidades, porque como cada ser humano es único e irrepetible, si su obra es auténtica, reproducirá esa unicidad y esa irrepetibilidad". Lo original, por tanto, no tiene que ver ni con los experimentos ni con la ruptura iconoclasta; en su poema "Servidumbre de paso" ironiza sobre los que dicen cosas como "Tus dientes/son como los piñones, tan parejos; tus pupilas, semáforos/de vía libre; el cuello/como una levantada grúa; todo/tu ser como edificio de oficinas", en clara alusión a los Novísimos, escuela a la que él no se adscribió nunca. Y es que hay en Carvajal un profundo respeto a la tradición y al clasicismo, reformulados, eso sí, con su voz particularísima. Así, en su poema "A Carlos Villarreal", de Serenata y navaja, alude al lugano, ese pájaro que imita el canto de otros pájaros, que es una clara defensa de la intertextualidad. Ésta aparece en varios poemas, como en "Vega de Zujaira", de Sol que se alude (1983) cuyos versos caminan alumbrados por otros de García Lorca, en un homenaje al poeta granadino; o en "Testimonio de invierno", donde traza un río, "nuestra vida, su curva de ballesta/en torno a otro dolor, otra esperanza,/aun sin saber si acaso habrá un mañana" de ecos manriqueños en la metáfora la vida como río pero también machadianos en esa "curva de ballesta" con la que el genial poeta sevillano describía al Duero a su paso por Soria. El mismo título Alma región luciente reproduce un verso de Fray Luis de León y la recuperación exquista del soneto en Sitio de ballesteros (1981) es un guiño a nuestros Siglos de Oro. Una muestra ejemplar de cómo se puede hacer poesía moderna sin acudir a esas vanguardias mal entendidas que repudian la tradición o que, de recogerla, sólo demuestran el intento de ocultar su incapacidad por crear obras meritorias, tomando al clásico con el pretexto del homenaje y de la originalidad y ultrajándonos con sus "arreglos".

Brevísima antología

  • Junto a una magistral fábrica formal (no en vano, Carvajal es profesor de Métrica en la Universidad de Granada), el estilo de nuestro poeta es capaz de referirse a las cosas más sencillas con las palabras más hermosas y a los temas trascendentales con una sencillez que los allana y hace más comprensibles. Así, el simple florecimiento de los narcisos es expresado con un cromatismo casi orgiástico de sacrílego paganismo y tintes eróticos:
Y se propagan y se ofrecen y su obsequio
es cuasi monacal, como si una vidriera
de ponientes áureos derramara
no sé qué olvido glorioso en el tocado
de la novicia, ella, tan nueva, entrada
en la sabiduría de la entrega.
("Narcisos", Siesta en el mirador, 1979)
  • O aquel homenaje al cántaro de agua que, participando en su origen de los mismos elementos que el ser humano (en una génesis de raíces presocráticas, el arjé y los cuatro elementos) tiene, no obstante, una meta mucho más humilde: saciar la sed del hombre:
Todos nacimos, todos, como nace el estío,
desde un fulgor vibrante y una caliente espada,
y nacimos de barro, y nacimos de río,
y nacimos de hogueras y de una brisa helada.
[...]
Pero algo más humilde quedó a medio camino,
y si nació de barro, de agua, de brisa y fuego,
se resignó a ofrecerse para la sed del hombre.
¡Oh, quieto cantarillo, que conservas el trino
del alfar en la aurora, del horno siempre ciego,
déjanos en los labios el agua de tu nombre!
("El cantarillo", Tigres en el jardín, 1968)
  • Por su parte, los temas graves adquieren en ocasiones su sentido más denotativo y, por lo mismo, son más crudos y hieren sin medias tintas líricas:
Y supo que es peor la soledad
que la muerte. Peor la soledad
que la muerte. Porque el hombre,
en muriendo, se acabó.
Pero la soledad no da descanso,
deja que ardan los cuerpos sin sentido,
deja que el alma se agrie, deja el alma
como un papel al capricho del viento,
y en su vaivén la lleva desde el suelo
hacia un cielo negado, y la abandona
en un rincón inerte, sucia, expuesta
al paso de los días sin clemencia.
("Señor y perro", Testimonio de invierno, 1990)
  • Por supuesto, su quehacer poético también será objeto de reflexión. Carvajal encuentra aquellos mismos problemas que frustraron a Bécquer: el mezquino idioma incapaz de la idea justa. Pero el poeta se redime de ello con que alguien pueda encontrarse en sus poemas:
Ya sabemos de coro que las almas
no se pueden mostrar sino en vislumbres,
que no hay palabras suficientes, que,
aunque tintos con sangre de los días,
rotos de vos y ardidos de esperanza,
los poemas no alcanzan el prodigio
de trasfundar un alma en alma ajena
[...]
Breve sol, fácil pájaro, humo tenue:
¿qué más podemos esperar, qué gozo
mayor puede ofrecernos un poema
que ver cómo conmueve un aterido
corazón, cómo levanta una esperanza,
cómo reafirma un sueño en otros ojos?
("Patio cerrado", Alma región luciente, 1997)
  • Son otros muchos los temas que encontraremos en Carvajal; pero en este artículo, que sólo quiere ser un acercamiento a su poesía, deseo terminar con el que podría ser su poema legado:
Si mañana no vivo, si mañana
queda inmóvil la luz en mi ventana
sin mi apresuramiento y mi figura,
sabed que algún soneto os he dejado
y que, cruzando del olvido el vado,
salvé de tantos cuadros la hermosura.
El puñal me lo llevo entre los dientes
porque morder las frases más mordientes
es caridad, si no cautela humana.
¿Qué os dejo? Mi palabra agradecida
y nada más. Si acaso, una manzana
que en vuestras bocas suene a fresco fruto.
Iré a otra luz. La luz no guarda luto
por quien la amó en el arte y en la vida.
("Poema final", Raso milena y perla, 1996)

Dedicatorias

A mis alumnos de Literatura, que quisieron acompañarme al recital de Carvajal y me hicieron con su presencia muy feliz. (En la foto, Píramo y sus alumnos junto al poeta).
A Antonio Carvajal por su cercanía y por su inolvidable recitación privada de "El cantarillo".

martes, 2 de marzo de 2010

34. Ser o no ser

La compañía Teatro Meridional está de gira por España con Ser o no ser, adaptación de la obra maestra del cine To be or not to be de Ernst Lubitsch (la película está considerada como una premonición de lo que sería la invasión de Polonia en la II Guerra Mundial). Álvaro Lavín, director del montaje, lleva a escena la historia de unos actores polacos que observan cómo sus vidas cambian tras la invasión nazi. La compañía de Joseph y María Tudor preparaba Gestapo, una obra en la que se parodiaba a Hitler, cuyo estreno fue censurado. A partir de ese momento, los actores interpretan cada noche el drama de Shakespeare y, cual Hamlet, vivirán un fuerte dilema: ¿formar parte de la resistencia o ceder a las presiones de los enemigos? Obviamente, elegirán la primera opción, mas para sobrevivir a la guerra pasarán por toda una serie de circunstancias complicadas -aderezadas con un humor hilarante- de las que saldrán airosos gracias a sus dotes artísticas. Para ello, no dudarán en hacerse pasar por nazis y codearse con las altas esferas de la Gestapo. A todo ello, se suma el escarceo amoroso entre María y un joven piloto, André Sobinsky, que contribuye a enredar todavía más la acción.

Uno de los grandes aciertos de la comedia es la buena conjugación de situaciones disparatadas con la realidad que se estaba viviendo en Varsovia a raíz de la invasión. Los actores de la compañía Tudor son fiel reflejo de lo que le sucedía a la gente de a pie, pues pasan hambre, frío, miedo y se quedan sin hogar. Su único refugio será el teatro donde cada noche lucían un atrezzo que ahora sólo les servirá como leños para hacer fuego. A través de su historia personal, el espectador puede conocer la Historia de esos años en la capital polaca, sin olvidar que la banda sonora del espectáculo corre a cargo del público: sus risas, sonrisas y carcajadas.
Por otra parte, es interesante la inclusión de secuencias rodadas que se proyectan sobre el escenario pues contribuyen, de alguna manera, a que los espectadores tengan la sensación de estar viendo una película. También se hace un uso especial del espacio, ya que el hábitat de los actores no se limita al escenario sino que éstos se mueven por todo el recinto. Así, corren por el patio de butacas, saltan por los palcos e, incluso, salen a la calle a recibir a un público no poco sorprendido al ver a Hitler en la puerta del teatro. Asimismo, es destacable el recurso del teatro dentro del teatro, pues se dan a conocer algunos de los entresijos de la profesión tales como los celos entre compañeros, la improvisación, el ego algo elevado de los intérpretes, etcétera. En cierta medida, la situación vivida por esta compañía recuerda a los protagonistas de ¡Ay, Carmela! de Sanchis Sinisterra.

El elenco de actores está encabezado por José Luis Gil y Amparo Larrañaga, quienes encarnan al matrimonio Tudor. Es destacable la brillante labor de la mayoría de actores, pues cada uno en su papel contribuye al éxito de la representación en conjunto.

En definitiva, en esta comedia se cumplen las célebres palabras de William Shakespeare de su obra Como gustéis: "El mundo es un escenario, y todos los hombres y mujeres son meros actores, tienen sus salidas y sus entradas; y un hombre puede representar muchos papeles", puesto que María, Joseph y los demás integrantes de la compañía interpretarán el mejor papel de sus carreras, aquél que les reportará como premio seguir viviendo alejados de la sombra del nazismo.