miércoles, 21 de abril de 2010

42. La Senda del Poeta

El pasado fin de semana se celebró- como cada año desde 1998- la Senda del Poeta, un peregrinaje a pie que recorre los lugares de la provincia de Alicante relacionados con Miguel Hernández. El camino se estructura en tres etapas: Orihuela-Albatera; Albatera-Elche y Elche-Alicante. En total son unos 70 quilómetros que, de alguna manera, representan algunos de los momentos más importantes de la vida de nuestro poeta.
El recorrido comienza en Orihuela, en la zona conocida como el "rincón hernandiano" pues en él se encuentran la casa en la que Miguel vivió con sus padres y hermanos -no olviden recorrer sus estancias, la cuadra y, por supuesto, el huerto presidido por la famosa higuera- y justo al lado, el colegio Santo Domingo donde, como es sabido, estudió hasta marzo de 1925. Otros muchos lugares son importantes en esta localidad. Por ejemplo, el Seminario que, cual centinela, vigila Orihuela desde lo alto. Las vistas desde allí de la huerta de la Vega Baja son impresionantes y el visitante tiene la oportunidad de contemplar o hacerse una idea de los paisajes que un joven Miguel oteaba desde las alturas y que le sirvieron de fuente de inspiración para alguno de sus poemas. Este recinto sirvió como cárcel durante la Guerra Civil y en él estuvo retenido el poeta-pastor cuando un tal "Pata Gorda" lo denunció al salir de la casa de la familia de su íntimo amigo Ramón Sijé. Allí fue a parar y lo que antaño había sido un lugar de recreo -se dice que siendo Miguel niño se deslizaba por un tobogán natural que hay en la subida hacia el seminario, "arrejullaora" lo llaman los oriolanos- y de contemplación se convirtió en una atroz jaula a la que ya no llegaba el olor de las corregüelas ni de las gramas sino el hedor a sufrimiento y dolor.
Asimismo, es interesante pasear por la Calle Mayor pues en ella se encuentra lo que fue el domicilio familiar de la familia de Sijé -actualmente es la sombrerería Gavilanes-, cerca del cual está el taller de costura donde había trabajado Josefina Manresa. A unos pasos de este lugar se puede visitar la Plaza del Marqués de Rafal, antiguamente conocida como Plaza Ramón Sijé. Es aquí donde fue tomada la famosa fotografía en la que aparece nuestro poeta leyendo una alocución en recuerdo de su "compañero del alma" en la que solicitaba que dicho lugar conservara siempre el nombre de su amigo, si bien sus deseos no fueron cumplidos. Es en el camposanto de la localidad donde descansan los restos de José Marín, personaje que motivó que Miguel Hernández escribiera uno de los poemas más bellos de toda nuestra literatura.
La Senda nos conduce a través de la huerta hacia Redován, localidad natal del padre de Miguel. En todo momento, nuestros pasos son seguidos por la presencia muda pero imponente de las montañas que rodean estos lugares. Es gratificante para los sentidos respirar los aromas a jazmín y a azahar que cantaba el poeta y disfrutar con el paisaje de naranjos, limoneros y otros cultivos propios de la zona. De este modo, la Senda permite al peregrino conocer de primera mano los olores, sabores y colores que plasma el poeta en su obra. Poco después se llega a Cox, un pequeño pueblo en el que Miguel vivió sus momentos más felices pues fue allí donde residió tras casarse con Josefina y donde nacieron sus dos hijos. Muestra de ello da la estatua que preside la Plaza del Ayuntamiento, la única en el mundo en la que aparece Miguel Hernández con su "morenica" -como llamaba cariñosamente a su esposa- y su segundo hijo -Manuel Miguel, al que le escribió sus famosas "Nanas a la cebolla"-. El amor del poeta hacia esta tierra queda patente en algunas de sus declaraciones cuando viajó a la URSS para participar en el V Festival de Teatro Soviético: "Echo mucho de menos a Cox y lo que hay dentro de él que quiero".
La ruta continúa por Granja de Rocamora y Albatera, localidad en la que hubo un campo de concentración donde perdieron la vida muchos compañeros de nuestro poeta. La siguiente parada importante es Elche, ciudad conocida por su Misteri y por su Palmeral, pero también porque en ella recibió Miguel el único premio literario que se le concedió en vida en marzo de 1931 y porque tras su muerte, Josefina trasladó su domicilio a esta localidad. Allí vivió Manuel Miguel y siguen viviendo sus nietos y nuera. Asimismo, el Archivo Municipal de Elche custodia los manuscritos del poeta.
La tercera etapa finaliza en Alicante, lugar asociado a los últimos momentos de vida de Miguel. Fue en el Reformatorio de Adultos de la ciudad donde contrajo matrimonio religioso con Josefina Manresa unos días antes de morir y donde la llama de su vida se fue apagando poco a poco mientras escribía sus últimos poemas de Cancionero y romancero de ausencias. Resulta paradójico que, actualmente, esa prisión se haya convertido en el Palacio de Justicia de la ciudad. Ironías de la vida, pues lo que menos hubo en ese lugar fue justicia para un preso inocente cuyo único delito fue luchar por sus ideales y ser coherente con sus principios. Los últimos pasos del peregrino le conducirán hasta el cementerio, a la tumba del poeta en la que descansan juntos él, su hijo Manuel Miguel y su esposa.
La Senda del Poeta nos ofrece una posibilidad única de entender más a Miguel Hernández como persona y como poeta, pues sus caminos nos permiten conocer algunos de los lugares más emblemáticos e importantes en la vida del oriolano. De este modo, el peregrino se convierte en una especie de Pío-Pa - ese gorrión intrépido que no duda en sobrevolar la provincia para ayudar al prisionero del famoso cuento del poeta- que puede recorrer los lugares más soleados de esta tierra, tierra de palmeras, de huerta y de mar en un acto de comunión y de reencuentro con la esencia de Miguel Hernández, con todo aquello que marcó su felicidad y su ocaso. Este año hemos sido más de 4000 Pío-Pa. Esperemos que el vuelo de estos "gorriones del aire, chiquillería de los arrabales" no cese nunca, pues de este modo el canto de Miguel Hernández se escuchará con más fuerza si cabe en esta región soleada. Su región.

NOTA: Agradezco a mis alumnos de 4º ESO el interés que mostraron en la primera etapa de la Senda y el respeto y la buena actitud que han tenido en las clases que hemos dedicado a la figura del poeta. Espero que a partir de ahora voléis vosotros solos por el maravilloso universo hernandiano.

FOTOGRAFÍA: Estampa de la primera etapa de la Senda. Hilera de peregrinos con la huerta y las montañas como compañeras de viaje.




domingo, 18 de abril de 2010

41. Réquiem por un campesino español

Si yo les hablo de la novela titulada Mosén Millán, quizás les cueste ubicarla de primeras; si nombro, en cambio, la obra Réquiem por un campesino español, seguro que empezamos a atar cabos. Ambos títulos se refieren a la misma obra de Ramón J. Sender; el primero de ellos fue acuñado por el autor oscense en 1953 desde su exilio mexicano; el título definitivo se usa a partir de 1960; se cumplen, por tanto 50 años del título, que no de la obra. Pero como la cifra, tan redonda, tan bonita, con sus volutas tan sinuosas, hará las delicias de los amantes de las efemérides, me serviré de su febril culto al número para lo que de verdad interesa: hablar (cuando sea) de las obras importantes. Y ésta lo es. Pocos libros ha dado la literatura española de factura tan perfecta. Pese a su corta extensión, nada sobra y nada falta en esta obra maestra.
Mosén Millán prepara la misa de réquiem que conmemora la muerte de Paco el del Molino, fusilado durante los primeros días de la guerra civil. Nadie acude a la iglesia, salvo sus 3 enemigos que, además, quieren pagar la misa.

Esperando Mosén Millán que acuda la gente, rememora la vida de Paco, a quien bautizó, casó y dio la extremaunción. Entre los recuerdos de Mosén Millán, aquel día en que Paquito le acompañó a dar la extremaunción a un enfermo pobre que vivía en las cuevas de las afueras del pueblo. La experiencia caló hondo en el niño y de esa impresión se gestaría el embrión de su compromiso con las clases más desfavorecidas y, a la postre, su trágico final. Aquel enfermo "tenía los pies de madera como los de los crucifijos rotos y abandonados en el desván [de la iglesia]" , una posible alusión al desdén de la iglesia hacia sus hijos. En el futuro, Paco imaginará siempre a los habitantes de esas cuevas "agonizando entre estertores, sin luz, ni fuego, ni agua. Ni siquiera aire para respirar". Con el advenimiento de la República, las elecciones dan las concejalías a gente contraria al duque, terrateniente amparado en las leyes medievales sobre los bienes de señoríos, que la República abolió. Don Valeriano es administrador del duque e intenta sosegar el ímpetu de los nuevos tiempos, negociando con Paco, que ya se ha señalado como líder en el pueblo, pero la disposición de éste es firme. Hasta que "un día del mes de julio la guardia civil de la aldea se marchó con órdenes de concentrarse".

Toda la crítica coincide en destacar la enorme sobriedad de esta novela, algo mitigada por las escasas caricias bucólicas que nos ofrece el autor cuando nos describe el mundo campesino. Pero es que tenía que ser así. Lo que se narra en ella no admite floritura alguna porque una guerra no tiene nada de lírico. Sin embargo, el aparato simbólico del libro es potentísimo. Así, los fragmentos del romance que la memoria popular ha creado alrededor del suceso y que el monaguillo canturrea espaciadamente como una especie de letanía lúgubre, vertebra toda la obra y la dota del ritmo fúnebre que demanda; hay metáforas veladas de los fusilamientos nocturnos como la del gato de Paco, que escapa de casa y se le da por muerto porque "los búhos no suelen tolerar que haya en el campo otros animales que puedan ver en la oscuridad como ellos"; el lavadero público es el rústico ágora de la aldea y cuando los facciosos ametrallan el lugar se acaba, en cierto modo, con la libertad de expresión; la presencia en la misa de réquiem de Valeriano, Gumersindo y Cástulo, cómplices de los asesinos, representa la hipocresía conciliadora de los vencedores; Cástulo simboliza, además, la tibieza contradictoria de algunos comportamientos durante la guerra: cedió su coche para la boda de Paco y luego lo hizo a las autoridades la noche en que lo mataron; Mosén Millán delata el paradero de Paco porque "sus afectos no eran por el hombre en sí mismo, sino por Dios. Era el suyo un cariño por encima de la muerte y la vida. Y no podía mentir", y con ello se critica la actitud de la Iglesia durante la contienda. Otros muchos símbolos podrían recogerse pero, sin duda, el más hermoso es el del potro de Paco, que se pasea solo por el pueblo desde la muerte de su amo y que irrumpe en el templo el mismo día de la misa. Es el símbolo más hermoso, digo, porque es el de la libertad.

domingo, 11 de abril de 2010

40. Mario Lacruz

Inmersos como estamos ya en el Año de Miguel Hernández, olvidamos que las efemérides literarias no se agotan en el recuerdo de sus figuras más sobresalientes; o, mejor dicho, de sus figuras más conocidas, aunque en el caso del poeta oriolano ambos adjetivos vayan, por derecho propio, de la mano. Otros escritores reclaman también remontar la mezquina sima del olvido y hundir el estandarte de su palabra en el caprichoso légamo del tiempo.
El próximo mes de mayo se cumplen 10 años de la repentina muerte de Mario Lacruz y la discreción que acompañó en vida al barcelonés parece querer ser una virtud ya demasiado importuna. Mario Lacruz dedicó gran parte de su labor profesional a las tareas de editor. Primero lo fue en Ediciones Plaza (1955); tras la muerte de José Janés en 1959, Germán Plaza compra la editorial de aquél y Mario Lacruz se convierte en director literario de la flamante Plaza y Janés; tras un paréntesis en la dirección del grupo editorial Argos-Vergara (1975), vuelve a Plaza y Janés en 1981 y termina su carrera en la editorial Seix Barral, que dirigió durante 17 años hasta su muerte. Cada una de estas etapas estuvo jalonada de incuestionables éxitos. Por citar sólo algunos ejemplos, hizo debutar a Isabel Allende con La casa de los espíritus; descubrió a autores como Antonio Muñoz Molina, Julio Llamazares, Jaime Bayly o Juan Miñana; publicó por primera vez en España a escritores extranjeros de reconocido renombre y, en fin, toda la flor y nata de la literatura contemporánea pasó por su ojo clínico.
Esta absorbente tarea no fue óbice para que Mario Lacruz se dedicase también a la creación. Sin embargo, aparte de sus libros de relatos, sólo publicó en vida 3 novelas: El inocente (1953), La tarde (1955) y El ayudante del verdugo (1970), las tres de una altísima calidad. La primera está considerada como la precursora de la novela negra en España y plantea, entre otros muchos aciertos, un complejo conflicto sobre el sentimiento de culpa de su protagonista. La tarde, de corte más lírico, es una novela que rezuma nostalgia; en ella David René, enamorado desde la infancia de Tina, acaba idealizando tanto a su amor platónico que, cuando por fin se le ofrece, deberá decidir si desea perpetuar el ensueño feliz de sus evocaciones o aceptar la urgencia incierta de la realidad. Finalmente, El ayudante del verdugo es un exponente del llamado franquismo sociológico; desfila por ella una corruptela sarcástica que hiere de cinismo al lector.
El estilo y estructura de las 3 novelas revela una categoría artística de altos vuelos. Mario Lacruz despoja a su lenguaje de todo lo superfluo para entregárnoslo desnudo, sin carga retórica que adultere la pureza de la palabra. Y sin esos ropajes a los que algunos acuden para encontrar el significado pleno de lo que quieren expresar, el escritor barcelonés satisface su necesidad expresiva y la demanda del lector, sin que ello perjudique a la elegancia. En La tarde, Mario Lacruz nos ofrece su manifiesto de estilo literario en boca de uno de sus personajes, el maestro Greville:
  • "Las palabras... Las palabras encierran distintas emociones. Cada una de ellas es como una cajita que contiene la fórmula precisa para fabricar una emoción, si se consigue colocarla en el lugar oportuno [...] Las palabras deben ocultarse siempre; con muchas palabras ocultas se produce una sola, la que nos hace llorar al cerrar el libro. Dígase siempre al ponerse a escribir: "Mis palabras son livianas, flotan suavemente, nadie oye mis palabras: sólo mi voz [...]". No escriba nunca palabras, no permita que nadie las oiga".
Y en una de las entrevistas que concedió parafraseaba al músico Debussy, al decir que lo mejor de la música se encuentra entre los silencios de las notas.
Mario Lacruz es, además, un maestro de la estructura narrativa. Los saltos temporales son ejecutados con un dominio portentoso y con un estudiado efectismo. Creo que Muñoz Molina, tanto en este aspecto como en el del estilo, le debe mucho a Lacruz; no en vano, el escritor jiennense se inició en la novelística de la mano del insigne editor y fue prologuista de la reedición de su recopilación de cuentos Un verano memorable y otras historias (Menoscuarto, 2006). No obstante, la limpieza expresiva de Lacruz no la tiene Muñoz Molina.
Con estos antecedentes, resulta llamativo que Mario Lacruz sólo publicara 3 novelas. Sin embargo, aún nos deparaba una sorpresa. Tras su muerte, se descubrieron en su armario diferentes obras inéditas, algunas de las cuales se están publicando póstumamente. Es el caso de Gaudí. Una novela (2004), biografía novelada del arquitecto catalán; Intemperancia (2005), adscrita a la corriente tremendista; y la novela negra de humor Concierto para pistola y orquesta (2006). Todavía hay otras que deben rescatarse como aquella Sinfonía inacabada. Mil días en la montaña que el escritor ultimaba cuando le sorprendió la muerte y que narra su experiencia personal durante la guerra civil en Andorra. Esperemos que con el décimo aniversario de su muerte, ésta y otras novelas puedan salir a la luz.
Mario Lacruz lo tiene todo para convertirse, si no lo es ya, en un escritor de culto: un carácter reservado que raya el misterio, 3 novelas magistrales, un armario secreto de donde salen un metro y medio de papeles inéditos, y el interrogante que se impone: ¿Por qué el mejor editor de los últimos tiempos, pudiendo publicar sin problemas sus propias obras, decide no hacerlo?

miércoles, 7 de abril de 2010

39. Los amantes de Teruel

Una de las historias de amor más trágicas de nuestra literatura es la protagonizada por Isabel de Segura y Juan Diego de Marcilla o lo que es lo mismo, Los Amantes de Teruel. La leyenda se remonta al siglo XIII y se basa en la imposible relación amorosa de estos jóvenes, amigos desde la infancia. La literatura que se ha generado alrededor de este suceso es muy numerosa. Por ejemplo, hacia 1555 Pedro de Alventosa escribió la Historia lastimosa y sentida de los dos tiernos amantes Marcilla y Segura, naturales de Teruel, ahora nuevamente copilada y dada a luz por Pedro de Alventosa, vecino de dicha ciudad; en 1566 Antonio Serón describió en su Silva tercera el final de estos amores; en 1581 aparece la primera obra de teatro inspirada en estos hechos de la mano de Andrés Rey de Artieda; en 1616 Juan Yagüe de Salas escribe Los Amantes de Teruel. Epopeya trágica con la restauración de España por la parte de Sobrabe y conquista del reyno de Valencia; en 1635 Tirso de Molina publicó sus Amantes de Teruel... Así hasta un sinfín de publicaciones que se hacen eco de la leyenda más famosa de la citada ciudad. Una de las versiones más conocidas es la de Juan Eugenio Hartzenbusch, un drama romántico que en la actualidad sigue gozando de reconocimiento y que le valió para ser propuesto por Mesonero Romanos como miembro del Ateneo de Madrid.
La versión de Hartzenbusch se inicia con Diego luchando en Valencia. Gracias a su valía ha conseguido las riquezas que le permitirán tomar la mano de su amada. Mas una fuerza superior con forma de mujer se cruzará en su camino, pues Zulima -esposa del rey moro de Valencia- se ha enamorado del joven. Éste la rechaza y se apresura hacia Teruel, ya que debe regresar antes de que se cumpla el plazo de seis años o Isabel se tendrá que casar con Rodrigo de Azagra. Por el camino, Diego sufre el asedio de unos bandoleros y su mensajero es herido. El enlace debe celebrarse puesto que el plazo ha expirado y la joven ha recibido la falsa noticia de boca de Zulima de que Diego ha fallecido. Al principio Isabel se niega a contraer matrimonio, pero "la tiranía de las leyes del honor" la obligan a aceptar pues Azagra tiene en su poder unas epístolas que ensuciarían el nombre de su madre y, por consiguiente, el honor de su padre. El joven enloquece de dolor al conocer la situación y no duda en acudir a casa del recién matrimonio tras haberse batido en duelo con Rodrigo de Azagra. Allí le suplica a Isabel un beso pero ella no puede aceptar: "Tuyo es mi amor y lo será: tu imagen/siempre en el pecho llevaré grabada,/ y allí la adoraré: yo lo prometo/ yo lo juro; mas huye sin tardanza./ Libértame de ti, sé generoso:/ libértate de mí..." La firme decisión de Isabel de ser fiel a su esposo le provoca a Diego la muerte: "¡Era amor suyo/ el aire que mi pecho respiraba!/Me le negó, me le quitó: me ahogo,/no sé vivir". Isabel, ante este trágico desenlace expira también junto a su amado, ese hombre del que no ha podido disfrutar pues un funesto fatum se ha interpuesto en su camino.
¿Leyenda o realidad? En 1555 se descubrieron dos momias enterradas en la capilla de San Cosme y San Damián. Desde el principio se pensó que podrían ser los restos de Los Amantes puesto que fueron enterrados en la iglesia de San Pedro. La hipótesis cobró fuerza cuando el notario Yagüe de Salas descubrió un documento que recogía el suceso. Más recientemente, se les ha realizado la prueba del carbono 14 y parece ser que se trata de los cuerpos de dos jóvenes que vivieron en la fecha en que tuvieron lugar los hechos y que las causas de sus muertes fueron naturales. Parece demostrado, pues, que son Isabel y Diego y así lo creen firmemente los turolenses. Basta con visitar la ciudad para palpar el orgullo que siente Teruel hacia sus amantes más universales. No en vano, reposan las momias bajo unas preciosas estatuas de alabastro esculpidas por Juan de Ávalos en un mausoleo que lleva su mismo nombre. Las huellas de Los Amantes en Teruel no son pocas, pues no sólo encontramos el mausoleo ya citado sino también homenajes que se han convertido en tradiciones como la de representar cada 14 de febrero la leyenda o como el grabado en piedra que preside la preciosa escalinata que conecta la ciudad con la estación de ferrocarril. Incluso la repostería les hace su particular guiño a los enamorados, pues quien vaya a Teruel podrá degustar los deliciosos "suspiros de amantes". El espíritu de los jóvenes está pues más vivo que nunca en Teruel, basta con pasear por sus calles para sentirlo. Ahora sí, sus cuerpos descansan juntos, en paz, en un lugar digno, si bien sus frías manos no llegan a juntarse, símbolo del amor imposible que marcó sus vidas y sus muertes.

domingo, 4 de abril de 2010

38. El autor del Lazarillo

Desde hace unos días, tengo en mi poder el libro que Mercedes Agulló dedicó a certificar a Diego Hurtado de Mendoza como autor del Lazarillo de Tormes. Y me atrevo a afirmar que debo ser de los pocos en la ciudad de Tarragona que lo poseen, pues me consta que nadie antes que yo ha recibido el libro de ninguna librería de la ciudad. Esto, que podría pasar por afirmación presuntuosa, no tiene más aspiración que la de demostrar que el bombo y platillo con que fue recibida la noticia de la autoría de la genial obra, sólo resuena aún en los oídos de unos pocos raros, sin pretender que la rareza me signifique, Dios me libre.
Se inicia el libro con la descripción del inventario de bienes que deja, tras su muerte, en 1599, el abogado Juan de Valdés, a quien Mercedes Agulló trata de emparentar con los famosos Valdés de Cuenca, tras una indigesta genealogía que no le conduce más que a conjeturas. La importancia de este licenciado es que, además de sus propios bienes, deben añadirse al inventario también los de Juan López de Velasco, muerto en 1598, cosmógrafo y secretario de Felipe II, que había dejado a Valdés como testamentario y cuyos bienes, al morir éste, debían pasar a su otro testamentario, Francisco Tebar Parada. De López de Velasco sabemos, además de los cargos descritos y otros varios, que fue Secretario del Consejo de Indias y Cronista Mayor de las mismas; que fue el encargado de reunir los libros que formarían después la magnífica biblioteca de El Escorial; y, sobre todo, que, prohibido el Lazarillo por la Inquisición en 1559, fue el encargado de corregirlo y expurgarlo para la edición de 1573. Esto nos lleva a la descripción del inventario de López de Velasco. En él, además de los bienes, aparecen explicitadas las deudas y débitos del cosmógrafo. Gracias a ellas, sabemos que fue administrador de los bienes de Diego Hurtado de Mendoza durante 15 o 16 años, ya que según el inventario, éste le adeuda 450 ducados por sus servicios; el otro dato importante del inventario es que se hallan en él “unos cuadernos y borrador de La rebelión de los moriscos de Granada y otras cosas de don Diego de Mendoza; un legajo de correcciones hechas para la impresión de Lazarillo y Propaladia; [y] otro legajo de a cuartilla de papeles del negocio de Carmona, que pertenecen a la hacienda”, todo lo cual debía ser devuelto a su propietario. La conclusión a la que llega Mercedes Agulló es que, López de Velasco, como corrector del Lazarillo “castigado”, utilizó los manuscritos originales de la obra para esa corrección y después los devolvió junto al resto de los originales de don Diego por reconocerlo como obra suya. Refuerza su tesis el hecho de que los citados legajos del Lazarillo corregido estén inmediatamente después de La rebelión de los moriscos de Granada, obra de Mendoza, y “de otras cosas de don Diego”, y delante de los papeles del negocio de Carmona. Además, de estos datos, Mercedes Agulló defiende la autoría de don Diego a través de otros elementos insertos en la propia obra. Así, las referencias históricas a la batalla de los Gelves o a las Cortes de Toledo, las pone la investigadora en relación con las actividades militares y políticas de don Diego; también se alude a la viuda madre de Lázaro, que lavaba la ropa “a ciertos mozos de caballos del Comendador de la Magdalena”, iglesia perteneciente a la orden de Alcántara, a la que también perteneció don Diego. Asimismo, menciona Agulló la inquina con la que Felipe II trató siempre a don Diego por negarse éste a cederle su valiosa biblioteca, que el rey quería incorporar al Escorial. Se sabe que en 1573, el rey acusa a Hurtado de andar con libros prohibidos. Sospecha Mercedes Agulló que el rey se refiere al Lazarillo y que lo utiliza como baza para chantajear a Hurtado en la entrega de su biblioteca, más aún cuando éste envió una carta a su sobrino Don Francisco de Mendoza con un libro adjunto, calificado de “nonada” (igual que se hace en el prólogo del Lazarillo) para que se lo diese a leer a Felipe, entonces príncipe, advirtiéndole que “no se le deje mucho en las manos porque no me anden examinando necedades”, conocedor Hurtado de los remilgos del futuro rey.
Termina el libro de Mercedes Agulló con la publicación del testamento e inventario de Don Diego Hurtado de Mendoza, curiosísimo testimonio de los enseres de la época, y con una mención especial a la biblioteca del biografiado, que se dice estuvo compuesta de cerca de 2000 ejemplares impresos.
Mercedes Agulló tendrá ahora que lidiar con los seguros detractores que le reportarán sus investigaciones. Esperemos que en las réplicas se instalen la honestidad intelectual y el sano cientifismo y no el orgullo de quien, en lugar de congratularse por el avance de la historiografía literaria, sólo vea en la obra de Agulló una amenaza a teorías defendidas durante años. Veremos también si los editores de los futuros Lazarillos, se atreverán a retirar el “anónimo” con el que se nos presentan las ediciones modernas. De ser así, no dejará de tener encanto bibliográfico ver nuestros Lazarillos anticuados, como un testimonio anacrónico de un tiempo ya obsoleto.