sábado, 1 de junio de 2013

209. LAPAO. Daños colaterales


 
La semana pasada Aurora Egido fue nombrada nueva académica de la RAE. Es una buena noticia para la institución, primero por su condición de filóloga, que es la titulación que mejor se acomoda a un académico de la lengua. Y después por su defensa apasionada de las Humanidades. Entre algunas de las distinciones que jalonan su trayectoria como investigadora, se encuentra la Medalla de las Cortes de Aragón. Las mismas que el pasado 9 de mayo parieron el invento de la LAPAO. Claro que, cuando Aurora Egido recibió el galardón, en el año 2005, el Palacio de la Aljafería todavía no se había transformado en el castillo del malo malísimo, nubarrones negros coronando las almenas y tétrica melodía de órgano incluidos. Es lo que tiene cuando se alían  dos partidos como el PP aragonés, con su españolismo rancio y trasnochado, y el PAR, con su regionalismo de alcanfor. Lo mismo que ocurre en Cataluña con CiU y ERC y, en definitiva, con cualquier partido nacionalista sea del signo que fuere: la cortedad de miras y el cerrilismo exclusivista, restrictivo y endogámico. Las siglas LAPAO no son más que la compresa que se aplica el nacionalismo allende el Ebro para curar la urticaria que le supondría incluir en la ley la palabra “catalán” en referencia a la lengua hablada al este de Aragón. O lo que es lo mismo, para evitar llamar por su nombre a las cosas. Un eufemismo en toda regla. Para tal guiso (o desaguisado), se ha sazonado el plato con una pizca de ignorancia y una generosa ración de estupidez. La ignorancia, que no lo es tanta (el nacionalista siempre sabe más de lo que aparenta) se puede curar si hay voluntad; pero la estupidez es para toda la vida. Por esa regla de tres, el español de Andalucía tiene derecho, a partir de ahora,  a convertirse en un nuevo idioma porque aspira las eses y elide la “d” del participio y, porque, encima, se habla fuera de Salamanca o de “Valladoliz”. Es la misma terquedad del valencianista a quien no le entra en la mollera que lo que habla es un dialecto del catalán.

Esta politización de la lengua, respondida con merecida sorna tanto por aragoneses como por catalanes, tiene, además, una nefasta incidencia en los esfuerzos de muchos de los castellanohablantes que vivimos en Cataluña y que, desde hace tiempo venimos defendiendo, mediante posturas serenas y equilibradas, basadas en conceptos tan justos como los de la equidad lingüística, una convivencia pacífica de las dos lenguas cooficiales. Iniciativas como la de las Cortes de Aragón, desmoronan en un momento toda esa delicada construcción de consenso y favorece al nacionalismo radical catalán, que desarmado y sin argumentos ante tesis inteligentes y bienintencionadas, se agarra ahora a la malquerencia española para conseguir lo que desde el principio ha deseado: la ruptura  sin ambages. Es parecido a lo que debe de sentir un aficionado del Real Madrid cada vez que habla Tomás Roncero. Pero ni todos los madridistas son Tomás Roncero ni todos los aragoneses y, mucho menos, el resto de españoles con sesera secundan las sandeces de las Cortes de Aragón. En esto de las generalizaciones, el nacionalismo también halla su filón pero no nos encontrarán ahí. Nos hallarán donde siempre hemos estado: en los argumentos sin estridencias; en las enseñanzas de la Filología y la ciencia de los grandes maestros dialectólogos, Zamora Vicente o Menéndez Pidal; en la coherencia y honestidad intelectuales, a través de las cuales se puede denunciar el trato desfavorable del castellano en las aulas catalanas y, a la vez, oponerse a las majaderías de las Cortes de Aragón; en el amor y respeto a todas las lenguas del mundo, cuyos dueños son los hablantes y no los territorios; y ahora también en Aurora Egido, aragonesa de adopción que,  desde su sillón B de la Academia,  debe devolverle el lustre a la medalla que recibió.
 

 

4 comentarios:

M. Cortés dijo...

Ahí has dado en el clavo. Todos estos apaños legislativos de Aragón son la otra cara de la moneda de los excesos catalanistas. Así se justifican mutuamente, dando sentido a sus desvaríos, mientras huye el sentido común que es lo que denominas "equidad". La lengua es una bomba en manos de políticos iletrados.

Ramón García Mateos dijo...

Buen artículo, Fernando. Un abrazo fuerte.

Tisbe dijo...

Los radicalismos nunca son buenos, sean de la índole que sean. Buen artículo, enhorabuena.

Píramo dijo...

MARCELINO, esa es la gran tragedia de las lenguas.

RAMÓN, gracias. Otro abrazo para ti.

TISBE, toda la razón. Y gracias por tus palabras.