sábado, 20 de julio de 2013

216. Miquiño mío





Ya hablamos en su día, a propósito de la publicación de los poemas inéditos de Pedro Salinas, del dilema moral que se plantea a la hora de sacar a la luz aquellas obras que, por una u otra razón, el autor no quiso publicar en vida. Si en aquella ocasión, logramos esgrimir argumentos en uno y otro sentido hasta llegar a una suerte de conclusión conciliadora, parece más difícil, a priori, legitimar ahora la publicación de una correspondencia privada que, para mayor escrúpulo, sus protagonistas trataron de ocultar con esforzado celo. No en vano, para este Miquiño mío, que recoge las cartas amorosas de Emilia Pardo Bazán a Benito Pérez Galdós, los investigadores encargados de la edición afirman en el prólogo haber sentido una especie de incómoda profanación. No obstante, dicho prólogo, a cargo de Isabel Parreño y Juan Manuel Hernández, está escrito con un grado tal de delicadeza, de respeto y de profunda admiración hacia ambos escritores, que la sombra de la morbosa complacencia en las intimidades ajenas, queda totalmente disipada.
Las 92 cartas de Pardo Bazán (de las de Galdós sólo se conserva una) tienen un interés que va más allá de la dimensión “rosa” que quiere atribuírseles. Gracias a ellas, conocemos de manera mucho más sincera las ideas literarias de la escritora gallega que, de otra forma, tamizadas por el academicismo de lo público, no habrían alcanzado la cómoda y doméstica transparencia que otorga la privacidad. Así, las lecturas de las novelas de Galdós que el escritor canario le envía puntualmente y las opiniones que a ella le suscitan, dan cuenta del ideario estético de Pardo Bazán, como cuando a propósito de El doctor Centeno, la escritora reivindica, contra el gusto popular, la literatura reposada, sin necesidad de los lances argumentales que el público demanda; o cuando rechaza las digresiones prescindibles como aquella monografía del mantón de Manila que aparece en Fortunata y Jacinta, tan enojosa, ciertamente, para los que hemos leído la excelente obra de Galdós. Las cartas son también testimonio del espíritu polemista de la escritora, sobre todo en relación a sus artículos feministas, y también de los rencores y envidias del mundillo literario como su animadversión hacia Clarín o hacia Palacio Valdés (“intrigas de Palacio”, dice irónicamente la autora de Los pazos de Ulloa). También se alude a la candidatura frustrada de Galdós a la Academia y a otros asuntos y proyectos literarios que tienen el encanto de hacernos asistir a la gestación de sus novelas o a problemas de índole más práctica como las dificultades editoriales.
Respecto al affaire amoroso, las cartas son sencillamente una delicia. La personalidad arrolladora, inteligente y vitalista de Pardo Bazán enseguida nos cautiva. Son divertidísimas las alusiones a su corpulencia, en contraste con el físico enclenque de Galdós, como cuando dice que en la siguiente cita lo aplastará y le morderá los carrillos. También es curioso el sistema epistolar donde alternan las cartas privadas y las cartas “oficiales” y públicas para guardar las apariencias y evitar las hablillas; los  encuentros furtivos en espacios de Madrid que nombran en clave o los supuestamente encontradizos, organizados por ella con obsesiva meticulosidad;  la infidelidad de Pardo Bazán en Barcelona que tanto daño hizo a Galdós y el efusivo arrepentimiento de ella; los apelativos cariñosos, casi maternales, como “miquiño del alma” o “ratoncito”; entre líneas, el  pálpito vivísimo de aquel Madrid de calesas o del París de la Exposición; y, finalmente, el triste languidecer de la relación, tan implícito en el tono ya tibio de las últimas cartas, tras la inexplicable prolongación de la estadía de Galdós en Santander. Vidas que fueron y que siguen siendo asidas a una caligrafía sobre un papel.


6 comentarios:

Sir John More dijo...

Un gusto leer un artículo tan hermoso sobre nuestro libro, y aún más leerlo en un blog que espero visitar con frecuencia. Enhorabuena y un abrazo.

Javier Angosto dijo...

Recuerdo, efectivamente, los escrúpulos con que leí en su día esta correspondencia (hace, ¡caramba!, más de 20 años). Me pasó lo mismo con las cartas de Machado a Pilar de Valderrama.

Tisbe dijo...

Estas cartas brindan al lector la oportunidad de conocer el lado más humano de la escritora. A partir de ahora leerás sus obras con otra predisposición, como si, de alguna manera, conocieras a la persona más allá de su dimensión como escritora. Enhorabuena por el artículo.

Lula Fortune dijo...

Me sumo a la enhorabuena de mi coeditor. Me ha encantado leer una reseña que ha sabido comprender el propósito de nuestro proyecto y el respeto y admiración con el que acometimos el trabajo de recopilar esta correspondencia. Muchas gracias y me apunto a vuestro estupendo blog. Un saludo.

Anna Montes dijo...

¡Pobre Galdós! ¡Hasta la misma doña Emilia le criticaba toda la digresión introductoria a "Fortunata y Jacinta"!
Aunque yo no la encontré tan pesada.

Píramo dijo...

JUAN MANUEL, qué sorpresa hallar entre los comentarios el saludo de uno de los autores del libro que reseñamos. Gracias por tus palabras. Son muy reconfortantes. La reseña, por cierto, se ha publicado también en mi columna semanal del Diari de Tarragona.

JAVIER, sí, siempre causa cierto reparo adentrarse en las intimidades ajenas. En el caso de "Miquiño mío", como digo en el artículo, los autores abordan la publicación con muchísimo respeto.

TISBE, es cierto. Cada vez que abra un libro de Pardo Bazán, ya no podré leerlo del mismo modo. Sobre todo aquellos cuyas referencias aparecen en las cartas en los momentos de su gestación. Gracias por tus palabras.

LULA (Isabel), gracias por tus palabras. La ilusión es nuestra por contar en nuestro blog con los autores del libro. Por contar, en definitiva, con personas que comparten con nosotros el mismo entusiasmo por la literatura. Un abrazo.

ANNA, ya sabes que Galdós es para mí uno de los intocables pero reconozco que sí se me hizo pesada la monografía sobre el mantón de Manila. Aun así, "Fortunata y Jacinta" es, como todo lo que escribió Galdós, una maravilla.