sábado, 3 de febrero de 2018

391. El doble luto de Hércules



Teócrito nos ofrece en sus famosos Idilios, en concreto en el idilio XIII, una de las versiones que con mayor recorrido ha llegado hasta nosotros sobre el mito de Hilas. Amante de Hércules, Hilas acompañó al héroe en la nave Argo, camino de la Cólquide, en busca del vellocino de oro, junto al resto de argonautas capitaneados por Jasón. Al tercer día de travesía, la nave llegó al Helesponto e hizo noche en la Propóntide (en el actual mar de Mármara, concretamente en la isla de Cío). La tripulación se disponía a preparar la cena cuando Hilas abandona la playa y se aventura en la espesura en busca de agua para Hércules. Halla entonces un manantial rodeado de juncos y, cuando se resuelve a llenar su vasija de bronce, las ninfas Eunica, Malis y Niquea, deidades de las aguas, emergen de las profundidades y, heridas de atracción ante la belleza de Hilas, lo agarran por el brazo hasta sumergirlo en el manantial “como cae del cielo el astro encendido, de golpe, en el mar”. Nunca más se supo de Hilas. Hércules lo buscó con desesperación, desertando, incluso, de la nave Argo, que reemprendió el viaje sin él. En términos actuales, diríamos que Hilas fue secuestrado por las ninfas llevadas por un móvil sexual.

Ahora, una galería de Manchester ha retirado de su exposición el bellísimo cuadro del pintor prerrafaelita Waterhouse,  Hilas y las ninfas, que reproduce la historia de marras. Aducen que los desnudos de las ninfas contribuyen a la cosificación de la mujer. Sin embargo, aquí el único cosificado que yo veo es el desgraciado de Hilas, cuyo único pecado había sido ser hermoso y estar en el lugar equivocado, cayendo víctima, solo, sin amparo y contra su voluntad, de la actitud libidinosa de unas ninfas sin escrúpulos. Pero la ignorancia convierte la desdicha del amor truncado de Hércules e Hilas en un atentado contra la dignidad de la mujer. No veo, en cambio, que nadie retire de los museos los cuadros de Salomé sosteniendo la cabeza del Bautista (Botticelli, Berruguete, Tiziano, Caravaggio, ¿sigo?). Ni se censuran los cuadros donde aparecen sátiros y, de hacerse, estoy convencido de que el criterio siempre sería el de la vunerabilidad de las víctimas femeninas, generalmente las ninfas, pero nunca nadie reprobaría, no sé, por ejemplo, “la inaceptable generalización que el sátiro representa de la virilidad masculina y de sus oscuras pulsiones sexuales” (por definirlo con esos términos grandilocuentes con que el puritanismo más rancio expone sus diatribas contra los agravios del patriarcado). Y que conste que estoy en modo parodia: consideraría igual de imbécil a quien argumentara esto último. Es la misma ignorancia que lleva a algunos de estos mentecatos a atacar al diccionario de la RAE por incorporar en sus entradas palabras machistas. El diccionario no defiende el uso de esos términos: se limita a registrar la realidad del idioma en boca de los hablantes. La lengua es de los hablantes, no del diccionario, cuyo único propósito es el catálogo descriptivo de esa realidad. O, dicho de otra manera: el diccionario no es machista, sino la sociedad que ese diccionario refleja. Si la sociedad no usara esos términos degradantes y quedaran en el olvido, el diccionario no los recogería o colocaría la abreviatura de arcaísmo o de desuso precediendo la entrada. El feminismo de nuevo cuño tiene que hacérselo mirar. Si las feministas de los años 70, que tanto lucharon por los derechos de las mujeres, que defendieron la desnudez de su cuerpo, el amor libre o que rechazaron la exclusividad de sus roles maternales, vieran a la mujer de hoy, escandalizada por unos desnudos artísticos o reproduciendo las funciones de la maternidad con sonrojante talibanismo, precisamente el papel que la cultura patriarcal les ha impuesto desde siempre, seguro que se rasgaban las vestiduras. Entretanto, Hércules llora por segunda vez a Hilas.

1 comentario:

Javier Angosto dijo...

Apuesto a que los talibanes llevan toda la semana aplaudiendo con las orejas.
¡Feliz cumpleblog!