lunes, 17 de noviembre de 2025

708. La paleta de Monet

 


A veces llegamos tarde a determinados libros, abrumados como estamos por el maremagno bibliográfico que asalta los anaqueles de las librerías. Eso me ha pasado con la última obra de la guipuzcoana y alicantina de adopción Josune Intxauspe. La única certeza (Ediciones Emilianenses) obtuvo en 2023 el II Premio de Novela Corta «Pueblo de Bobadilla» y su apuesta literaria bien merece la atención del lector rezagado.

La novela se ambienta en Labaz, topónimo ficticio con el que se identifica una villa portuaria ubicada en el País Vasco durante la inmediata posguerra. Allí trabaja como apoderado de una empresa de armadores Andrés Pombo, expresidiario de las cárceles franquistas, adscrito al Partido Comunista y conocido por haberse significado durante la contienda del lado republicano. Denunciado por una falsa delación que lo involucra en una supuesta campaña de propaganda comunista, Pombo huye hasta Rouen, auxiliado por sus contactos clandestinos. Con esos mimbres, el lector parece aguardar un argumento aventuresco, en la línea de las novelas sobre maquis. Sin embargo, pronto descubrimos que la intención de la autora va más allá del mero lance de la intriga para bucear introspectivamente por la psicología atribulada de unos personajes desubicados que sufren aún el trastorno traumático de la guerra y su herida abierta. La identidad de estos pecios que flotan en el incierto panorama de la posguerra (incierto, sobre todo, para los perdedores) ha quedado desdibujada y todos pugnan por reencontrarse consigo mismos o por refundar una nueva manera de estar en el mundo. La contemplación de la catedral de Rouen, matizada por los diferentes registros de la luz, recuerda a Pombo el cuadro de Monet y parece constituirse en trasunto de ese polifacetismo en el que se debaten los protagonistas. Pura, la mujer de Andrés, lucha contra sus propios vaivenes emocionales que, por un lado, le reprochan a su marido y a la terquedad de sus principios insobornables, la irresponsabilidad de poner en jaque a su familia, hasta hacerle asumible la muerte de aquel; pero por otro lado, el amor la empuja a sacrificar su honorabilidad, que es como transformarse en otra persona (otra vez, la pérdida de la identidad), para traer de vuelta a su esposo.  

Junto a ellos, otros personajes conforman el turbio fresco de los despojos de la guerra. El arribista Damián, poseído de una oscura animadversión por Andrés, a pesar de que este le ha conseguido un trabajo en la empresa, sacándolo de la aldea gallega donde languidecía, es el prototipo del medrador sin escrúpulos que no soporta vivir en deuda con nadie salvo consigo mismo. O Germancito, el hijo caprichoso del dueño de la empresa, en realidad un acomplejado, que se comporta como un pequeño tirano durante la convalecencia de su padre, aprovechándose del poder que la victoria en la guerra ha consolidado. O Conchita, la querida de un policía franquista, que se vende para poder sobrevivir. O el inolvidable Moncho, el loco del pueblo que aspira a ser grumete y en el que todo rezuman nobleza dentro de su delirio.Y en mitad de toda esa grisura, Selma, la hija de Pombo, cuya inocencia se erige en el resorte esperanzador en el que todos debieran redimirse de sus miserias.

La única certeza, cuyo sintagma aparece tres veces en el libro, uno referido a la muerte y dos al amor, completa el verso hernandiano con el de la vida, esa que empuja desde lo hondo para imponerse por encima de la deslealtad, del orgullo, de la envidia, de la mezquindad y para abrirse paso, también, cuando los tiempos son recios. Como la luz matutina en la paleta de Monet.

 

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