martes, 3 de diciembre de 2013

230. La Literatura como salvación


 
A veces ocurren cosas que revelan los verdaderos límites de una pasión, su importancia en esa íntima escala de necesidades vitales que se guardan entre los bastidores del alma y que se prodigan sólo algunas veces, con la prudente dosificación del hombre cuerdo y equilibrado, del hombre que sabe guardar las formas, que cumple su rol social, hombre cabal domesticado.

Visité París por primera vez hace unos meses. Fue uno de esos viajes tan inolvidables como extenuantes. En nuestro afán por optimizar todo el tiempo que pasáramos allí, embarcamos en el avión más madrugador. Llegar a París y otear la ciudad desde las torres de Notre-Dame fue todo uno. Estaba agotado porque apenas había pegado ojo la noche anterior, muy corta por lo demás. Por otro lado, desde aquella atalaya de piedra casi milenaria empezaba a sentir ya mi vértigo patológico a las alturas. El caso es que ambas circunstancias sellaron su común alianza contra mi salud y, a partir de aquel momento, las fabulosas vistas de París dieron lugar a todo un caleidoscopio de siniestras y burlescas gárgolas y sátiros, que me volteaban en vertiginosa danza. A su vez, las campanas de Notre-Dame tañían su bronce con violencia calando sus vibraciones en mi caja torácica que apenas sujetaba ya al preso de metal que, como maléfico sortilegio, había quedado dentro. Tal fue mi malestar que, una vez abajo, tras dejar atrás las interminables y claustrofóbicas escaleras de caracol, pensaba que me moría, hipocondríaco de mí, porque apenas podía respirar. Y peor aún que morirme, todo aquello me estaba aguando el viaje. Decidimos dar un paseo para airearme un poco cuando, hete aquí que, al pasar junto a los puestos de libros que flanquean el Sena, saco fuerzas de flaqueza para fijar mi atención en la portada de uno de ellos. El autor: Saint Jean de la Croix. Al principio me costó reconocer a mi poeta favorito detrás de su francófono atavío pero en cuanto mi mermada lucidez me permitió identificarlo, allí era de ver cuán milagrosamente había recuperado yo mi salud. Por no hablar del momento en que descubrí, el Don Quichotte del que, entusiasmado, no pude resistirme a leer su inicio en francés: “En un village de la Manche, du nom duquel je ne veux souvenir…”. Allí estaban, mis escritores, en un país extranjero, dándole alivio a mi mal. No sé si fue el bálsamo de Fierabrás o las ninfas de Judea pero el caso es que yo puedo decir que San Juan de la Cruz y Cervantes me salvaron la vida aquella mañana en París. Mientras redacto estas líneas, mi compañera de viaje se acerca a la mesa a curiosear lo que  escribo y coloca burlona su dedo índice sobre la sien. Pero yo sé bien lo que me digo.

Si esta súbita resurrección de ánimo (llámense, si se quiere, endorfinas literarias) me ocurrió a mí, pobre diletante de las letras, ¿qué no le sucederá al poeta que se redime en los versos que escribe? ¿Qué alivio no sentirá el escritor que exorciza su mal en la bendita oblea del papel? ¿Con qué infinitos no soñará aquel que dejando el legado de su obra le arrancó a la muerte una pizca de eternidad? ¿Cómo no se agarrará a la vida que le queda aquel que, vislumbrando ya aquella epifanía genial del último párrafo, pugna aún por apresarla? ¿Qué refugio no hallará el que, tiritando del frío de la existencia, cruza el seguro dintel del arte? ¿Cómo no vivir y morir en la lectura y en la escritura si somos los hombres palabra viva, si somos ecos de otras palabras, si somos susurros inciertos bajo las estrellas?

Todavía mareado, descubro a San Juan de la Cruz. 
"¡Oh cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados,
formases de repente
los ojos deseados,
que tengo en mis entrañas dibujados!"

Casi recuperado

Feliz y recuperadísimo. Al fondo, se puede ver un libro de Skármeta y, algo borroso, los Poemes mystiques, de Saint Jean de la Croix

El Quijote, en francés.
 

5 comentarios:

Javier Angosto dijo...

Ternura, humor y profundidad. No se puede pedir más a tu artículo.

Tisbe dijo...

Coincido con Javier. Los artículos que escribes basados en experiencias cotidianas son todo un acierto.
¡Qué sería de nosotros sin esos pequeños detalles -en este caso, la literatura -que nos salvan de la cotidianeidad!

Laura Guerrero dijo...

¡Qué artículo más bonito y acertado! Clara prueba del poder redentor del Arte por encima de todas las medicinas ;)

Tomàs Camacho dijo...

¡Bello!

Píramo dijo...

JAVIER, gracias. Todo eso lo da la literatura.

TISBE, pues sí. A la postre, la felicidad se cifra en cosas así. Gracias por compartirlas conmigo.

LAURA, muchas gracias. Desde luego, si algo hace el Arte, es reparar las mezquindades diarias.

TOMÀS, gracias.