domingo, 18 de octubre de 2015

306. Los otros escritores


                                                                                                                                                                     Dibujo de Fernando Vicente


Decía Ernesto Sabato en El escritor y sus fantasmas que la condición más preciosa del creador es su fanatismo: “[El escritor] tiene que tener una obsesión fanática, nada debe anteponerse a su creación, debe sacrificar cualquier cosa a ella. Sin ese fanatismo no se puede hacer nada importante”. De esa afirmación se trasluce la incompatibilidad existente entre la labor creativa y toda la constelación de obligaciones cotidianas que ineludiblemente debe atender cualquier persona que viva en el mundo real.
Carmen Balcells lo entendió a la perfección. Aunque le desagradaba, por manida, la metáfora de la “Mamá Grande”, como la llamó Vargas Llosa utilizando un personaje de García Márquez (Los funerales de la Mamá Grande¸1962), lo cierto es que su mecenazgo colosal iba más allá de la habilidad para conseguir a sus escritores contratos lucrativos. Se encargaba de todo. Dice Vargas Llosa del despacho de Balcells que era “el nido de todas las conspiraciones, el refugio de los afligidos y la caja sin fondo de los insolventes. A condición de aceptar su imperio benevolente, de ser dócil y sumiso, uno era feliz. Ella pagaba las cuentas, alquilaba los pisos y resolvía los problemas de electricidad, de transporte, de teléfono, de clandestinidad, y aprobaba o fulminaba los amoríos pecaminosos, asistía a los partos, consolaba a los cónyuges e indemnizaba a las amantes”. Ella misma declara en una entrevista a Xavi Ayén (Aquellos años del boom, RBA, 2014) que “les hacía todos los recados, les buscaba piso, les solucionaba trámites, [se] encargaba de que tuvieran siempre folios y cintas de tinta para la máquina de escribir, les abría cuentas bancarias”). Es decir, que sus escritores no tenían que preocuparse de absolutamente nada más que de escribir. Así cualquiera, diría algún incauto, y erraría si así pensara, porque no habría condescendido Balcells con tales prerrogativas de no haber advertido, con su inigualable intuición, el gigantesco mérito literario de sus ahijados. Pero no deja de ser verdad que, descargados de toda la molesta grisura que el lastre cotidiano de las obligaciones materiales conlleva, la batalla es menos ardua y sólo se cifra en el duelo singular con la escurridiza palabra.

Por eso yo hoy quiero dedicar mi pensamiento a todos aquellos escritores que no tuvieron la suerte de tener a Carmen Balcells como agente literaria. Quiero pensar en el escritor que llega agotado a su casa tras una intensa jornada laboral y saca fuerzas de flaqueza para escribir un exiguo párrafo; en el padre recién estrenado que de madrugada mece con una mano el enésimo llanto de su hijo, mientras con la otra anota una idea o teclea la vida de su otra criatura; pienso en esas otras mamás grandes o papás grandes que, con increíble generosidad, exoneran a su pareja de limpiar la casa, de planchar, de cocinar o de cambiar pañales para que puedan cumplir su sueño, zenobias de corazón infinito; evoco al escritor, desterrado en una oficina, denigrada su pluma al frío y mecánico estilo de la burocracia, él que conoce el arcano de las palabras sin membrete; evoco al escritor, angustiado por el tiempo que se le va (hoy sólo una página porque había que atender al fontanero o pasar la ITV del coche), el que recuerda las horas preciosas perdidas por las contingencias de una cotidianeidad que consume inútilmente sus energías y que lo obligan a inmolarse en la pira de lo feo, de la materia, de la tierra, él, que es belleza, que es alma irredenta que se goza en el vértigo exultante del vuelo.

9 comentarios:

Javier Angosto dijo...

Sé que me repito, Píramo, pero magnífico artículo. Bueno, en realidad, eres tú el que, afortunadamente, se repite en la excelencia para deleite de los que te leemos.

kweilan dijo...

M'encanta aquest article. Una abraçada!!!

Antonio Tello dijo...

Gracias por el recuerdo, Fernando. Precisamente una de las causas por la que no fui "hijo" de la Ballcels, cuya agencia estaba a la vuelta de mi casa, fue que yo no era ni dócil ni sumiso y rechacé para mi primera novela los "arreglos" que quisieron hacerles los editores de Alfaguara primero y Seix Barral, después. Finalmente la novela salió tal como la escribí (De cómo llegó la nieve, Tusquets, 1987) aunque ello me costó quedar fuera del Olimpo. En su favor, he de decir que, previamente, desde la Agencia de CB se organizó la gran movilización de firmas de escritores nacionales y extranjeros que contribuyeron a impedir que el actual ministro del Interior y por entonces gobernador civil de BCN, Jorge Fdez. Dìez, me expulsara de España acusándome de terrorismo laboral, por pretender incluir una cláusula de conciencia en el estatuto de redacción del Grupo Z.

Tisbe dijo...

Esos escritores a los que dedicas tu artículo tienen un mérito increíble. No cejar en su empeño de escribir a pesar de las obligaciones laborales y cotidianas demuestra un amor fidelísimo a la literatura.
Coincido con Javier en sus palabras laudatorias. Sigue, siempre, escribiendo.

Joaquín Carbonell dijo...

Solo corrobora lo que yo siempre pensé: que el creador no debería (no debe) tener familia. Es un estorbo.

César Gavela dijo...

Me carga un poco esto de los superagentes y las superagentas-sargentas. Yo tuve una en tiempos, y famosa, y le hablé de presentar una novela mía a un premio. Ella no quería, pero insistí. Lo gané y encima tuve que pagarle cien mil pesetas. A cambio de nada. Pronto la dejé. En cuanto a la Balcells, muy meritoria, sin duda, pero yo me conformo con publicar de cuando en cuando un libro de cuentos, O una novela épica con tintes líricos, algo que a las agentes le producen tirria. 'Ay si me diera por los templarios! O por los crímenes y las terribles maldades que asolan la sociedad'!

Pilar Blanco dijo...

Es decir, recuerdas al escritor humano que ama a alguien más que a sí mismo, que vive en un territorio más allá de su ombligo y, por supuesto, a todas las escritoras. Gracias por lo que me toca de esa orfandad activa.

Tomàs Camacho Molina dijo...

Escritores de fondo y sin fondos. Evocaba hoy, ante la Badia dels Alfacs, en buena compañía este poema de Blas de Otero: Porque vivir se ha puesto al rojo vivo.
(Siempre la sangre, oh Dios, fue colorada.)
Digo vivir, vivir como si nada
hubiese de quedar de lo que escribo.

Porque escribir es viento fugitivo,
y publicar, columna arrinconada.
Digo vivir, vivir a pulso, airada-
mente morir, citar desde el estribo.

Vuelvo a la vida con mi muerte al hombro,
abominando cuanto he escrito: escombro
del hombre aquel que fui cuando callaba.

Ahora vuelvo a mi ser, torno a mi obra
más inmortal: aquella fiesta brava
del vivir y el morir. Lo demás sobra.

Píramo dijo...

Gracias a todos por vuestros comentarios. Sois muy amables.