lunes, 14 de enero de 2019

429. Un cura, una confitería y un ratón.



El Ratoncito Pérez cumple oficiosamente en España 125 años. Aunque probablemente su acta de nacimiento se remonte a bastantes años antes (la baronesa d’Aulnoy ya escribió en el siglo XVIII un protorrelato titulado El buen ratoncito y Galdós en La de Bringas, novela de 1884, había comparado a su protagonista Francisco de Bringas con el famoso roedor) es con Luis Coloma cuando la tradición cobra carta de naturaleza en nuestro país. En 1894, el jesuita, conocido sobre todo por su libro Pequeñeces, escribió para el futuro rey Alfonso XIII, que entonces contaba 8 años, un cuento circunstancial relacionado con la pérdida del primer diente del joven infante. En el cuento, Alfonso es llamado Buby, apelativo cariñoso que parece usaba con él la reina regente María Cristina. Al perder su diente, Buby recibe la visita de Ratón Pérez, a quien el futuro monarca aguarda despierto. Cuando aquel hace acto de presencia, Buby y Pérez conversan animadamente, refiriéndole el ratón su vida. Así, sabemos que Pérez tenía dos hijas casaderas, Adelaida y Elvira, y un hijo adolescente, Adolfo, que seguía la carrera diplomática. También cuenta sus andanzas en la Real Academia Española, ratón de biblioteca también, donde en menos de una semana había devorado tres manuscritos inéditos. Tras la conversación, como ya era tarde, Ratón Pérez decide despedirse de Buby pues tiene que acudir a la calle de Jacometrezo (calle madrileña que atesora numerosas referencias literarias donde se hallará, por ejemplo, años después, la pensión que alojará a Azorín y desde cuya ventana verá la sala de máquinas de El Imparcial, soñando con llegar a trabajar allí algún día) para recoger el diente de un niño pobre llamado Gilito, cuya casa estaba custodidada por el temible gato don Gaiferos. Buby muestra sus deseos de acompañar a su nuevo amigo y éste accede no sin antes convertir a Buby en otro ratón. Juntos atraviesan cañerías y agujeros hasta llegar al sótano de la tienda de ultramarinos de Carlos Prast, atestada de quesos. En una caja de galletas Huntley tenía su vivienda la familia de Pérez. La tienda de Prast, luego prestigiosa confitería citada por Galdós en La desheredada y en Lo prohibido, y por Pardo Bazán en el cuento En tranvía, se hallaba en la calle del Arenal, número 8, y hoy una placa recuerda que fue allí done vivió nuestro ratón. Allí conocemos a la esposa y a los dos hijas, afanadas en sus tareas de labor vigiladas por el aya Miss Old-Cheese y al disoluto Adolfo, amigo de las modas extranjeras, siempre en el club de póker, jugador de tenis y polo. Tras las presentaciones, se dirigen finalmente a la mísera casa de Gilito, sortean a don Gaiferos y dejan la moneda de oro bajo la almohada del infortunado niño. La visión de  pobreza de la familia deja una huella indeleble en el futuro rey que, desde ese momento, se propondrá gobernar atendiendo a las necesidades de los más desfavorecidos. Cuando regresa a palacio y Buby queda dormido, no sabe, al despertar, si todo ha sido sueño o realidad. Pero debajo de la almohada halla un estuche con la insignia del Toisón de Oro, que pronto olvida acordándose de la pobreza del niño Gilito y todos los Gilitos del mundo.
El cuento del padre Coloma transita entre la ternura, el sentido del humor y la fina ironía. Y es tanto un cuento como un minúsculo tratado del buen gobierno, con su sentido ético y misericordioso destinado a conformar el espíritu del futuro rey. En el pórtico del relato escribe Coloma: “sembrad en los niños la idea, aunque no la entiendan: los años se encargarán de descifrarla en su entendimiento y hacerla florecer en su corazón”.

Para mi sobrina Martina, sin dientes aún, pero que ha llegado al mundo para comérselo.



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