lunes, 7 de enero de 2019

428. Crítico y escritor



A los columnistas que colaboramos de forma regular en diferentes periódicos nos suelen colocar, presidiendo la sección, una foto del careto acompañado del nombre y profesión del articulista en cuestión. Pues bien, en uno de esos medios, hasta no hace mucho tiempo, aparecía, efectivamente, mi fotografía y mi nombre. Respecto a la profesión, el encabezado rezaba “crítico y profesor de Literatura”. Cuando, tiempo después, se desveló que también me dedicaba a la escritura de creación, que había quedado finalista en un premio literario importante y que dos editoriales se habían comprometido ya a publicarme las dos novelas que aguardan su turno en el cajón, les faltó tiempo en el periódico para eliminar de cuajo mi labor como docente. Ya había dejado de ser “crítico y profesor de Literatura” para pasar a ser “crítico y escritor”. Y todo ello, siendo yo todavía un inédito sin obra alguna en las librerías. Resulta curioso que se me defina con los dos únicos oficios que no me dan de comer y que, por el contrario, se prescinda del único verdaderamente retribuido. La anécdota no es baladí. Demuestra el escaso prestigio social que a día de hoy se les confiere a los profesores. Y, a la vez, el que aún parece detentar el oficio de escritor. A quien se le ocurriera el trueque debió de pensar que eso de “escritor” le daría más caché a la columna que el simple “profesor”. A todo esto, yo no soy ni crítico ni escritor. Me considero, más bien, lector voraz y exigente, y diletante de las letras en mis ratos libres, inédito aún, como dije. Así que mi nombre figura al lado de una suerte de fantasmagoría profesional. ¿Seré yo ese del que hablan? Es signo de estos tiempos contradictorios: todo el mundo coincide en pensar que los grandes males de nuestro país tienen que ver con la educación pero a nadie le importa un pito la educación.
Pero la anécdota da aún para más. Si, como parece, en poco tiempo podré decir (con mucho rubor, respeto y notable incredulidad) que soy, efectivamente, escritor (aunque sea de segunda) entrarán en liza dos oficios cuya simultaneidad resulta embarazosa. Pues claro que se puede ser escritor y crítico literario. Para eso, sigo la máxima lopista de que “quien lo probó lo sabe”. Y hay innúmeros escritores que han ejercido, a su vez, la crítica literaria con excelente solvencia. Pero queda la duda sobre si, una vez quede expuesto en la palestra literaria, el crítico elaborará sus reseñas con el mismo escrúpulo y exigencia con que lo hacía antes de ser escritor. ¿Nacerá en él cierto proselitismo gremial? ¿Temerá, él, escritor imperfecto, recibir su dosis de vituperios y se guardará, por tanto, de hacer lo mismo por si acaso? ¿Será, en definitiva, honesto? Y al revés: ¿la exigencia del crítico que ha educado el gusto literario y la severidad de juicio, hará mella en el escritor? ¿Le apocará? O, por el contrario, la exigencia demandada a los demás, ¿permitirá, por coherencia, que ahora él escriba un libro meritorio por el celo de no incurrir en los errores que en su día censuraba en los otros? ¿Y si ese celo no le permite avanzar en la escritura? ¡Ay,Dios! ¡Qué tribulaciones! ¿Y si me quedo como estaba y le pido al redactor jefe del periódico que me devuelva el antiguo “profesor de Literatura”?

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