lunes, 3 de junio de 2019

447. Mi amante Vila-Matas


 

No sé si estoy enamorado de Vila-Matas o no. Enamorado estoy, yo qué sé… de Luis Landero, por ejemplo. Pero con Vila-Matas no lo tengo claro. Y, sin embargo, de vez en cuando, ya ven, engañaría a mis grandes amores literarios con Vila-Matas, pasaría con sus libros una noche de amor desenfrenada, me abocaría al excitante vértigo del adulterio libresco y, luego, al alba, abandonaría clandestino el lecho donde se obró la deslealtad y volvería, culpable, al tálamo de la literatura ordenada, doméstica, apacible y feliz. Porque Vila-Matas es otra cosa. Y ya sé que es esa una vaguedad inaceptable para una reseña literaria, pero es que es en la imprecisión de ese sintagma donde radica precisamente el magnetismo irrefrenable que me conduce al pecado. Sí. Vila-Matas es otra cosa. Y no sólo porque sea el escritor metaliterario por antonomasia de nuestras letras, sino, también, porque hay en la manera de hacer fluir su prosa, una turbación lectora, casi hipnótica, que nos obliga a cederle nuestra mano para que nos conduzca, sumisos y extrañados, por entre esa bruma insensata que da título a su último libro.
Esta bruma insensata (Seix Barral) es, ante todo, un canto al maravilloso sortilegio de la intertextualidad. Simon Schneider es un hokusai, un abastecedor de citas literarias que nutren los libros de un escritor de éxito, que permanece oculto de la vida pública, a lo Pynchon. El mismo libro está preñado de citas que van vertebrando el relato y que tratan de demostrar que la tan ponderada originalidad no es más que un intento vano de vindicación literaria, pues todo escritor es heredero indirecto de lo que otros han dicho ya antes. Aparece también la consabida tensión vilamatiana entre la literatura como salvación o la renuncia a la escritura. Y hay una crítica al mercantilismo literario, del que, culpable, se siente depositario involuntario el exitoso escritor de marras, cuando, por ejemplo, se dice: “Cuando uno lo que hacía era vender sus éxitos y convertirlos en una mercancía y cuando en lugar de un espacio de reflexión literaria afloraban sólo los elementos de exportación de unos textos convertidos en los productos que escribía un tipo invisible, uno acaba convirtiéndose en una marca”. Simon, en cambio, desde su vida anodina de servidumbre al gran escritor, se siente el orgulloso custodio de la literatura de verdad, atesorada en su archivo de citas, auténtica resistencia de esa literatura que corre peligro de extinción amenazada como está por la tiranía del éxito fácil y del beneficio económico al que se prostituyen las editoriales poderosas.
Existe también en la narración lo que Vila-Matas llama  “la energía de la ausencia”. Simon acaba de perder a su padre y, paradójicamente, es el vacío el que cataliza la naturaleza palpable de la pérdida. Pero ésta es extrapolable también a un tiempo periclitado, que parece residir entre las ruinas de las citas literarias que Simon capitaliza, que son, ellas también, la “energía de la ausencia” de los que le precedieron y de una forma de hacer literatura que camina hacia su ocaso. El esperado encuentro entre Simon y Gran Bros, que así se hace llamar el gran escritor al que aquel surte, dará pie a la confrontación de dos formas de entender la creación literaria, que es también la expresión de dos formas de entender la vida, no siempre antagónicas. Con el telón de fondo de los hechos de octubre de 2017, en Cataluña, con la proclamación fallida de la barataria catalana, la ficción política parece contribuir a esa suerte de irrealidad sobre la que transita todo el relato. El lector adúltero, entonces, se deja llevar, ebrio, de la mano, hasta la alcoba de las páginas y consuma su flaqueza. Yo no quería. Fue solo un capricho. No volverá a pasar. Y una voz interior dice escéptica: insensato… Como la bruma de Vila-Matas. Mi amante literario.

No hay comentarios: