lunes, 20 de diciembre de 2021

554. Viejóvenes

 


Hay un poema de Tomás Soler Borja, incluido en esta Antología de poesía viejoven que hoy reseñamos que me parece muy representativo respecto al posicionamiento ético y estético que constituye esta compilación. El poema podría perfectamente defender la coherencia del poeta ante los embates del oportunismo y del adocenamiento que impone el mercado editorial. Eso sí, ser coherente significa, como en el poema, recibir muchas hostias. Ahora que los criterios de las grandes editoriales han dejado de ser literarios para rendirse al oportunismo de un feminismo mal entendido y a la tiranía de la juventud como un valor añadido, libros como este son más necesarios que nunca. El pasado mes de octubre, el periodista y escritor Juan Soto Ivars entrevistaba en El Confidencial al escritor Sergi Puertas. La entrevista es espeluznante. Sergi Puertas, después de enviar su novela a multitud de editoriales y de recibir el silencio más absoluto, decide hacerse pasar por una mujer joven. A partir de ese momento, a Puertas empiezan a lloverle las ofertas. La novela es la misma. Pero ahora él ya no es Sergi, de 50 años de edad, sino Lidia, de 25. Enrique Redel, director de la editorial Impedimenta, se pone en contacto con Sergi-Lidia y, entusiasmado, le ofrece publicar la novela. Pero hay un momento en que Sergi Puertas ya no puede sostener más la argucia y revela su verdadera identidad haciendo que Redel monte en cólera y se niegue a publicar el libro. Luego rectificará, imagino que porque no hacerlo habría supuesto delatar su indecente cribado. La nobilísima empresa de reparar el silencio al que durante años han sido sometidas las mujeres en el campo de la literatura nunca puede justificar estos réditos coyunturales, entre otras cosas porque, junto a voces femeninas interesantísimas y refrescantes que están haciendo las delicias de los lectores más exigentes, también se están colando y en mayor número, autoras tremendamente mediocres. ¿Dónde queda entonces la Literatura? Otro tanto ocurre con la edad (y aquí las víctimas son tanto hombres como mujeres). Ni las editoriales ni la prensa se interesan ya por autores que superen la cuarentena a no ser que ya sean escritores consagrados que pegaron su pelotazo a tiempo. De lo contrario, tras los cuarenta, no existes. Curiosa paradoja, si pensamos, con lógica, que es tal vez en la edad madura cuando un autor autoexigente, curtido ya por su bagaje literario o por sus lecturas, está en el momento idóneo para crear su mejor obra o para protagonizar un buen debut. Esta antología viene a desagraviar a todos esos escritores, ajenos a los circuitos oficiales del mercado. Recopila versos de 20 poetas nacidos entre 1956 y 1985.

Por el libro desfilan los grandes asuntos de la poesía universal, eso sí, tamizados por la muy particular cosmovisión de sus autores que es lo que le da al libro su valor añadido al reformular los motivos recurrentes de la tradición literaria desde un prisma novedoso, a veces rupturista, sorprendente y en ocasiones también desconcertante. Uno de los temas más prolíficos que jalonan esta antología es el de la infancia. La necesidad de contemplar el mundo siempre desde el asombro del niño, la nostalgia de las comidas familiares de unos viernes retratados ya en sepia en el calendario de la memoria; el olor a Brumol ejerciendo de magdalena proustiana; o el deseo de preservar la inocencia en esa niña que sigue dándole puntadas a la aurora con la esperanza de llegar siempre a Aldebarán. A veces la infancia se mezcla con el mundo adulto como en aquella partida de un juego de mesa cualquiera, cuya interrupción es trasunto de una relación amorosa encallada. Y el amor, claro, está también muy presente entre los poemas del libro, casi siempre desde una perspectiva pesimista: hilos sumergidos en el mar del recuerdo de los que no se quiere tirar por si solo traen una bota vieja o un calcetín; amores evocados en el fondo de una copa de Gin tonic; sumisiones mendicantes que ajuglaran al trovador vasallo del amor cortés para degradarlo a saltimbanqui; entregas apasionadas, casi desesperadas, que se visten de crucigramas para ser resueltas, que se desprenden de su envasado al vacío para ser por fin consumidas; amores geométricos y amores reducidos a química; pero también deudas sentimentales agradecidas. Hay asimismo muchos poemas metaliterarios: hay quien defiende la poética de la literalidad para decir el sentimiento; hay versos antiguos que vuelven un día para cumplir su función catártica, y hay otros que siguen buscando poema; se dice que los poetas son aquellos que no caben en las dimensiones establecidas o que una fuente de agua dice su llanto solo para las almas insoportablemente poetas; o que un poema consiste solamente en cebar un anzuelo. En general el tono de los poemas suele ser desazonador y esa pesadumbre se inserta en el marco de contextos urbanos hostiles y casi apocalípticos donde se enseñorean la depresión, la frustración, la mera desidia de vivir y donde los pocos accesos de alegría son, en realidad, una trampa. Una metafísica nihilista donde solo somos «polvo cósmico», cubitos de hielo deshaciéndose en el vaso. La cotidianidad gris se impone en los espejos, en la vorágine del mundo ajena a la soledad de los suicidas, en las listas de la compra, que son también versos de la supervivencia. A veces, el resultado son algunos poemas turbadores, hijos casi de la locura, donde suenan teléfonos de madrugada, el poeta tiene dos cadáveres en la garganta o se recrea en la contemplación de un cadáver; o los versos alucinados del poema «A las ventanas». Los poetas tratan de huir de todo eso a través del viaje interior pero también mediante el viaje real, como aquel poema en el que el poeta busca en la India el espacio auroral que le salve «de la desilusión de tanto ahora»; pero el tiempo marca su ley y se descubren los sueños incumplidos «en un estropajo escurrido».

Junto a estos poemas desesperanzados, resisten unos pocos poemas optimistas: cajas azules que guardan aún el cordel con que amarrar estrellas recién nacidas; la búsqueda de la paz en cada batalla diaria; las hojas que perseveran asidas a su frágil pedúnculo; el anhelo de retener la alegría sin hacerla presa; la fantasía como refugio; la garganta para el canto. Incluye también la antología temáticas sociales: por eso hay cunetas irredentas; facturas que empiezan a menguar solamente cuando uno ya es viejo; presiones sociales ante las que la coherencia del poeta resiste como un saco de boxeo; prejuicios que etiquetan y condicionan vidas; y «la sed de quien solo conoce el desierto». Ante toda esta miseria existencial, un dios impotente de cera que llora al acercarle la llama de un mechero, en su derretirse estéril. No faltan las referencias culturalistas, como el Joker o el poema que homenajea a la literatura norteamericana pero siempre manteniendo ese sesgo nacido del desamparo y de la vulnerabilidad, tal vez el mismo desamparo y vulnerabilidad que estos poetas viejóvenes sienten en ese exilio voluntario, en ese limbo de los escritores que no tienen fotografía

 

NÓMINA DE ESCRITORES INCLUIDOS:

Gema Albornoz

Luis Amézaga

Txema Anguera

Ramón Bascuñana

María Beleña

Pilar Cámara

Javier Castro

Lydia Ceña

Fco Javier Gallego Dueñas

Esther García

Almudena López Molina

José Luis Martínez Clares

Mercedes Márquez

Óscar Navarro

Julia Navas

Antonio Palacios

Jackie Rivero

Elena Román

Tomás Soler Borja

Alfonso Vila Francés

1 comentario:

Txema Anguera dijo...

MUCHAS, MUCHAS GRACIAS.